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Amar es adorar la distancia con lo que se ama: los apuntes de Simone Weil sobre el amor, la verdad y la libertad

Filosofía

Por: Luis Alberto Hara - 09/12/2017

En su trayectoria resplandeciente, aunque breve, Weil tuvo oportunidad de reflexionar filosóficamente sobre el amor

La trayectoria filosófica de Simone Weil fue tan meteórica como breve. Desde muy joven mostró una inclinación genial hacia la filosofía, tanto que a los 19 años ingresó a la École normale supérieure, una de las más prestigiadas de Francia, en donde obtuvo su diploma de estudios superiores un par de años después. 

Entre el misticismo y el anarquismo, Weil se destacó por defender una postura filosófica profundamente combativa, sincera, en la que abogó por la búsqueda de la libertad a través del conocimiento, la lucha contra el malestar, el cultivo de la belleza y otras experiencias asociadas tanto con la vida como con la reflexión sobre la vida.

A este respecto, compartimos ahora algunos pocos apuntes que Weil llegó a realizar sobre el amor. Cabe mencionar que la filósofa vivió tan sólo 34 años, y aunque en este tiempo escribió muchísimo (está previsto que sus obras completas cubran 16 tomos, de los que se han publicado 12), nunca dio nada a la imprenta o a un editor, de modo tal que fueron sus familiares y amigos quienes se encargaron de reunir y ordenar los escritos dejados a su muerte.

Tomamos estos fragmentos de tres fuentes distintas: el blog de la editorial argentina Eterna Cadencia, un artículo del traductor y crítico Manuel Arrazn alojado en el sitio del proyecto literario y editorial El Boomeran(g) y una entrada del blog Taller de Prácticas Filosóficas. Las fuentes de éstos, a su vez, son diversas, pero en buena medida los apuntes provienen del libro L’Enracinement (Gallimard, Paris, 1949; editado por Albert Camus; en español se encuentra como Echar raíces, Trotta, 1996).

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AMOR

El amor es un indicio de nuestra miseria. Dios no puede sino amarse a sí mismo. Nosotros no podemos sino amar algo distinto de nosotros.

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El amor tiende a llegar cada vez más lejos. Pero tiene un límite. Cuando ese límite se sobrepasa, el amor se vuelve odio. Para evitar ese cambio, el amor debe hacerse diferente.

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El amor tiene necesidad de realidad. ¿Hay algo más tremendo que descubrir un día que se ama a un ser imaginario a través de una apariencia corporal? Es mucho más tremendo que la muerte, porque la muerte no impide al amado haberlo sido.
Ese es el castigo consistente en haber alimentado al amor con la imaginación.

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Todo cuanto es vil y mediocre en nosotros se rebela contra la pureza y tiene necesidad de mancillar esa pureza para salvar su vida.
Mancillar es modificar, es tocar. Lo bello es lo que no cabe querer cambiar. Dominar es manchar. Poseer es manchar.
Amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo que se ama.

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¿Cómo se distingue lo imaginario de lo real en el ámbito espiritual? Hay que preferir el infierno real al paraíso imaginario.

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Es un error desear ser comprendido antes de explicarse uno ante sí mismo.

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No dejes encarcelarte por ningún afecto. Preserva tu soledad. Si alguna vez ocurre que se te ofrezca un afecto verdadero, aquél día no habrá oposición entre la soledad interior y la amistad, sino al contrario. Precisamente lo reconocerás por ese indicio infalible.

 

VERDAD

Un niño aprende una lección de geografía para tener una buena nota, o por obediencia a las órdenes recibidas, o por dar gusto a sus padres, o porque siente una poesía en los países lejanos y en sus nombres. Si ninguno de estos móviles existe, no aprende su lección. Si en un momento dado ignora cuál es la capital de Brasil y al instante siguiente lo aprende, tiene un conocimiento más, pero no está más próximo de la verdad que momentos antes. La adquisición de un conocimiento en algunos casos nos acerca a la verdad y en otros casos no. ¿Cómo distinguir los casos? Si un hombre sorprende a la mujer que ama, y a quien había dado toda su confianza, en flagrante delito de infidelidad, entra en contacto brutal con la verdad. Si sabe de una mujer a la que no conoce, de la que oye hablar por primera vez, en una ciudad que no conoce, que ha engañado a su marido, esto no va a cambiar de ningún modo su relación con la verdad. Este ejemplo nos da la clave. La adquisición de conocimientos nos acerca a la verdad cuando se trata del conocimiento de algo que amamos, y en ningún otro caso.

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“Amor a la verdad” es una expresión impropia. La verdad no es objeto de amor, no es un objeto. Lo que amamos es algo que existe, y que pensamos y por eso puede ser la ocasión de producir verdad o error. Una verdad es siempre la verdad de algo. La verdad es el esplendor de la realidad. El objeto del amor no es la verdad, sino la realidad. Desear la verdad es desear un contacto con una realidad, es amarla. No deseamos la verdad nada más que para amar en la verdad. Deseamos conocer la verdad de lo que amamos. En lugar de hablar de amor a la verdad, sería mejor hablar de un espíritu de veracidad en el amor. El amor real y puro desea siempre y por encima de todo mantenerse entero en la verdad, sea cual sea, incondicionalmente. Toda otra expectativa de amor desea sobre todo satisfacciones, y por ello es un principio de error y de mentira. Es el espíritu santo. La palabra griega que traducimos por espíritu significa literalmente soplo ígneo, soplo (aliento) mezclado con fuego, y designaba en la antigüedad, la noción que la ciencia designa hoy con la palabra energía. Lo que traducimos por “espíritu de veracidad” significa la energía de la verdad, la verdad como fuerza agente. El amor puro es esa fuerza activa, el amor que no quiere, a ningún precio, en ningún caso, ni la mentira ni el error.

 

LIBERTAD

Cuando las posibilidades de elección son tan amplias que resultan nocivas para la utilidad común, los hombres no disfrutan de la libertad.

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En cuanto a la libertad de pensamiento, es cierto que sin ella no hay pensamiento. Pero aún es más cierto que cuando el pensamiento no existe tampoco es libre. En los últimos años ha habido mucha libertad de pensamiento, pero no pensamiento. Algo así como el niño que, no teniendo comida, pide sal para sazonarla. 

 

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