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La innovación que llega a la escuela suele acabar deshecha y hecha hilachas

No entienden que la innovación es sustitución y no adición. No entienden. No entienden porque es más cómodo no entenderlo. Si la innovación nada me quita y además me agrega, ¿por qué habría de llevármelas mal con ella? Pero no es así. Por eso hay que insistir e insistir.

Tesla no hace autos híbridos o duales (que no sé cómo se los llama, realmente), sino que hace simplemente autos eléctricos. ¿Que con un Tesla ya no tienes la opción gasolina?; pues claro que no; de eso mismo se trata. No hay vuelta atrás; no se cultivan las hibrideces. Jamás se le hubiera ocurrido a Musk hacer en Tesla carros híbridos: no sería quien es si los hubiera hecho. Hacer un carro eléctrico supone reconsiderar una serie importante de premisas de lo que quiere decir un auto; y eso es lo que hace Tesla y por eso es una innovación. Autos híbridos hace o quiere hacer Toyota (y los anuncia todo el rato) y por eso desaprovecha la ocasión de repensar el concepto “auto” a partir de la electricidad; se pierde la chance porque no profundiza en la oportunidad. Integra la electricidad a su esquema, como si fuera integrable. Un auto eléctrico en muy buena medida ya no es un auto; por eso es una innovación. Su distancia con Silicon Valley es menor que la que traza con Detroit; su total proximidad con la conducción autónoma nos muestra cómo ese quiebre arrastra por contigüidad los otros definitivos que le vienen añadidos.

La innovación no agrega, transforma. El Quijote acaba con la novela de caballería. No se trata de incorporar opciones y alojar cada vez más; se trata de hacer las cosas de otra manera. Debemos saber perder lo que se va para ganar lo que viene; si no se produce lo primero, no se produce tampoco lo segundo. Innovar quiere decir cambiar la base conceptual de lo que se hace. Hace tiempo que ya nadie nunca usa una máquina de escribir, Word la reemplazó y la sepultó. Si queremos vivir la experiencia plena de la innovación debemos deshacernos de su antecedente transformado; si no, a medias, nada es nada.

Imagen: pixabay.com

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Yo sé que la pérdida angustia y que lo ganado es etéreo e incierto, pero también sé que así tiene que ser para que valga la pena. Lo que llega de nuevo no llega para que seamos mejor en lo que éramos, sino para que seamos otra cosa. Y eso tiene costos. Hay pululando por ahí millones de innovaciones inocuas, inmunizadas por su amigabilidad; cándidas propuesta de agregación sin inquietación; cosméticas irrelevantes que van acabando hasta con las palabras que necesitamos. Nos tientan todo el tiempo a que seamos compatibles para que quepamos todos; y muchas veces caemos en la trampa. Nos echan el gas de la pasteurización y ¡zas! con nosotros.

Pero el modelo no funciona así. O mejor dicho, así, no funciona el modelo. La innovación que se precie debe saber que es antipática, algo violenta, incómoda y que tendrá resistencias; no puede pretender esquivar esas situaciones, porque le son intrínsecas, propias de su propiedad. Al contrario, debe ser clara en su incompatibilidad y profunda en su escisión. Debe marcar el quiebre y debe exigir su nuevo espacio. Y si no, pues no.

No nos conviene (a nosotros, la innovación) hacernos en un cantito para cuando sobre tiempo, para cuando no incomodemos a nadie, para después de haber llevado a cabo exactamente aquello que venimos a combatir. Mejor esperar afuera a que nos llegue nuestra hora.

El mayor peligro de la innovación es que nos desvirtúen. Es el mayor peligro porque con eso nos deshacen, que es mucho más grave que rechazarnos o simplemente negarse. En el rechazo o la negación, nuestra entidad permanece, aunque no asimilada; en el ninguneo nos perdemos, y perdidos luego nos deshacen aprovechando nuestro debilitamiento. ¿No han visto acaso cómo cae el ímpetu de la innovación si equivoca las maniobras de apertura? Es frecuente, dramático y lamentable.

La escuela, una vez más, es experta en desalentar y diluir bríos. La innovación que llega a la escuela suele acabar deshecha y hecha hilachas, puesta en algún rincón simbólico a la espera de que alguien se apiade de ella y le dé una entidad que será su sarcófago. La escuela jamás nos dice que no; sólo espera que todo aquello nos canse. Y cansa. Nos hace un lugarcito y nos pide paciencia. Y ya te imaginas…

La escuela te da dos opciones; o te esperas en la esquinita de su planificación o te sumas a su modelo, reforzándolo. Y en ambos casos te digiere. Se hace la linda y acaba engulléndote como las anacondas. Te pasea por sus entrañas y te muestra sus intimidades como si fuera a ofrecértelas, pero no, apenas está preparando su ataque. Morirás por deglución, si no por inanición; o tal vez, si no, harto y cansado, huirás una noche desnudo y serás prófugo por el resto de tus días. No hay pacto posible con la escuela.

Por eso hablo de toma y asalto. Para que la escuela deje de hacer lo que hace y comience a hacer lo que le pones delante para que las cosas cambien, hay que tomarla por asalto y con una llave maestra; ponerla a parir en el suelo. Y mantenerte bien tenso y atento, como el luchador que ganó los primeros 10 segundos. La pelea aún será larga, y habrá los mil intentos de zafarse; tu sólo ganarás si no cedes, y fuerzas la llave cada segundo un poquito más. No conozco demasiadas escuelas que se rindan, así que prepárate que habrá que esperar al final del proceso.

 

Twitter del autor: @dobertipablo