*

Estas son algunas de las cosas que han revelado investigaciones recientes sobre la relación entre el consumo y la felicidad

La sabiduría popular suele dictar que es importante actuar en pos de los verdaderos deseos de nuestro corazón. También suele hacer hincapié en el hecho de que estos deseos deben ser elevados y por lo tanto distintos a la banalidad de los deseos materiales. Estos elementos se han decantado en el paradigma de que es mejor enfocarse en tener experiencias y no cosas. El razonamiento detrás de esta idea es que planear un viaje, una cena u otra experiencia provee a las personas de niveles más altos de felicidad anticipatoria al evento, así como un incremento en la felicidad después del evento, descrita como “afterglow hapinness”, una especie de resplandor crepuscular de la dicha, en la cual nos regodeamos aun pasada la experiencia. 

Sin embargo, un estudio reciente ha arrojado información que indica que no todo es tan simple. La cuestión es que existe un tercer tipo de felicidad: la momentánea, que ocurre mientras tenemos la experiencia. Este tipo de felicidad aparentemente es más duradera cuando se trata de bienes materiales, porque las personas los usan constantemente. Es decir, no se trata de un evento único como un viaje, una fiesta u otro tipo de experiencias. 

Durante la investigación, dirigida por Aaron Weidman y Elizabeth Dunn, 67 participantes recibieron 20 dólares para gastarlos en una experiencia o un bien material. Luego contestaron una serie de preguntas sobre sus niveles de felicidad. Weidman y Dunn descubrieron que las personas obtenían más felicidad momentánea de los bienes materiales que de las experiencias. Es decir, disfrutaban sus cosas más veces en lugar de una única ocasión, aunque la felicidad derivada de las experiencias resultaba más intensa.  De acuerdo con los investigadores: “Las compras materiales tienen una ventaja poco mencionada y es que proveen episodios de felicidad con más frecuencia durante las semanas siguientes después de la adquisición”. 

Otra investigación realizada anteriormente por Dunn reunió información que indica que quizá adquirir cosas materiales en realidad no es malo. No obstante, es necesario decir que su reporte resaltaba la importancia de ayudar a otros y no sólo a nosotros mismos, pues una serie de estudios con participantes de diferentes países y culturas ha demostrado que cuando las personas gastan su dinero en otros y no en ellas mismas se sienten más felices. Además, debido a que nos adaptamos o acostumbramos a tener cosas nuevas, cualquier cosa que altere esa adaptación tiene probabilidades de prolongar la felicidad, por lo cual Dunn indicó que resulta más recomendable comprar varias cosas pequeñas que una grande. 

Aunado a esto otro estudio reveló que  comprar cosas que nos ayudan a realizar actividades, como instrumentos musicales o equipo deportivo, también puede traducirse en mayor felicidad, pues en este caso se tiene la satisfacción momentánea de utilizar el objeto adquirido con más frecuencia después de la compra y, asimismo, realizar cosas agradables como tocar música o hacer ejercicio puede hacernos más felices, a la par de reportar beneficios tanto a nuestra salud corporal como a nuestra cognición. 

Quizá, a pesar de la mala fama que tiene la fatua felicidad derivada de la adquisición de objetos materiales, Shirley Bassey no estaba tan lejos de la verdad cuando cantaba: 

Los diamantes son para siempre, 

son todo lo que necesito para complacerme.

Pueden incitarme  y coquetearme. 

No se irán en la noche.

No temo que puedan abandonarme.