Existen algunas personas que aún pueden recordar los días en los que no existían las redes sociales y la gente se reunía para contarse el devenir de sus días cara a cara, intercambiando gestos, rechazos, confesiones y anhelos desde la carnalidad de su presencia. Aquellos días en los que la gente sentada posaba su mirada sobre sus compañeros, su pareja o quizá su comida pero no su celular, tablet o reloj inteligente. Luego llegaron las redes sociales y, como muchas otras innovaciones relacionadas a la tecnología, cambiaron la manera en que nos relacionamos con el mundo y con los demás individuos que lo habitan.
Con el internet nos adentramos en la sensación de poder estar en más de un lugar al mismo tiempo a través de la tecnología audiovisual y de telecomunicaciones, que nos permiten ver a otros y que nos vean a pesar de estar a miles de kilómetros de distancia. En teoría da lo mismo si le escribes o haces una videollamada con tu vecino desde la casa de al lado o desde África, y con esta sensación de poder entrar en contacto en todo lugar y momento también llegó la idea de que se tiene que estar disponible permanentemente.
Lo cual, dicho llanamente, puede parecer ridículo, pero muchas personas expresan enfrentar retos para separar su vida profesional y su vida privada debido a la existencia de teléfonos inteligentes y redes sociales. La noción de absoluta transparencia, disponibilidad y acceso puede parecer invasiva o inaceptable, pero la hemos normalizado e integrado a nuestros hábitos de tal forma que si algo no se postea en redes sociales es como si nunca hubiera pasado. Además, las redes sociales han tomado un lugar tan prominente en nuestros hábitos que se han vuelto lo primero en lo que muchos piensan al abrir los ojos a un nuevo día. Un estudio de Statistic Brain descubrió que 50% de los usuarios de Facebook de entre 18 y 24 años entran a esta red social después de despertarse.
La cuestión es que por un lado las redes sociales nos dan una voz, un espacio o canal para expresar nuestra propia narrativa, nuestras experiencias, los gozos, logros, fracasos y frustraciones del día a día. Además nos otorgan la oportunidad de entrar en contacto con potencialmente todo tipo de personas y tener acceso a información sobre sus vidas, trabajos, familias y pasatiempos. También pueden ser una fuente virtual de aceptación, que usamos compasivamente para acallar nuestras necesidades de aprobación y afecto --las cuales, por cierto, pueden parecer terribles debilidades, pero en realidad son simplemente una faceta más de la experiencia humana. Quizá por esto resulten tan adictivas y hayan terminado por absorber nuestra vida social, de tal manera que también nos han quitado cosas.
Ha sido comprobado que la mayoría de los usuarios de Facebook usan la red social para acceder a información, noticias e interacciones que amplifiquen o tengan reverberación con sus propios puntos de vista, de tal forma que lo que vemos en la red virtual es como vivir en una burbuja social que nos dice que estamos en lo correcto. Esto presenta múltiples preguntas: ¿están las redes sociales anulando nuestra capacidad de enfrentarnos a opiniones diferentes a las nuestras y, en ese sentido, nos proporcionan una versión distorsionada del mundo? ¿Estamos perdiendo la capacidad de establecer relaciones cercanas, sinceras, abiertas e íntimas y por lo tanto significativas y verdaderamente humanas? Y, ¿cómo podríamos hacer uso de la tecnología de tal manera que contribuyamos a la fortaleza del tejido social y no a su desmembramiento? No hay respuestas definitivas, pero seguramente en los años por venir tendrán mucho que enseñarnos al respecto.