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Visiones de Comunité: el festival electrónico integral que intenta marcar un nuevo camino

Arte

Por: Jimena O. - 03/05/2016

Comunité se establece como un festival de música electrónica y cultura ecológica que desafía los estándares de las fiestas electrónicas, creando una comunidad integral aliada al entorno

A mediados de enero en las playas de Tulum, México, se llevó a cabo el primer festival Comunité, una apuesta por la música, la ecología y la conciencia. Durante las mismas fechas a unos kilómetros de distancia estaba en pleno apogeo el BPM, el festival que hace de la Riviera Maya una especie de sucursal de Ibiza en el invierno. Entre el circuito de festivales que sólo apuestan por ganar dinero, traer "headliners" y exportar música del mal llamado "primer mundo", debemos contrastar el intento de Comunité de crear un espacio donde lo esencial sea la música y todo los demás exista en función de que la experiencia sonora pueda ser enaltecida, que la magia pueda ocurrir. Pero es la conciencia la que indica (e incluso obliga a) que para verdaderamente disfrutar es necesario que las cosas ocurran en un lugar ética y estéticamente satisfactorio: ciertamente, un lugar paradisíaco (pero no destruirlo al disfrutarlo).

De manera un tanto impactante, los organizadores del festival recibieron a los artistas con una proyección previa del documental Cowspiracy con la presencia del director Kip Anderson, cuya premisa es que existe una especie conspiración para proteger a la industria de la carne, la cual es responsable de gran parte del cambio climático y otros daños ambientales. Esto fue la antesala de un festival vegano, cuya premisa era formar una comunidad. Todos los artistas y organizadores hospedados en el mismo lugar, donde también se celebraría la fiesta y donde asimismo se instaló una sala de terapia biomagnética y estimulación fótica para dar una especie de mantenimiento holístico galáctico a todos los involucrados, a los artistas pero también a los empleados menos "VIP". Todo esto contribuyendo a lograr manifestar la intención: una comunidad, una integración nuclear.

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El día del evento, las fuerzas insondables del clima asolaron las playas de Quintana Roo con lluvias torrenciales y fuertes vientos, pero aun así el festival logró sortear la inclemencia y sacudirse algunos tambaleos, si bien el público fue menos de lo que se podía esperar para un line up curado minuciosamente que ofrecía un panorama exquisito de la electrónica mundial, especialmente enfocado a ser un "showcase" de una secretamente boyante escena latinoamericana. El festival comenzó con los ragas sacroelectrónicos de Siddartha, cuyo sitar ha sido protagonista espiritual de muchas fiestas en la zona del caribe mexicano, incluyendo un mítico rave que dio la bienvenida al nuevo milenio.

Pronto, en medio de lluvia y sol intermitente, la tarde fue habitada por la nueva ola de ritmos electrónicos latinos encabezados por Nicola Cruz y Matanza. Algo que nosotros habíamos llamado "techno andino", pero que los chilenos de Matanza explican como madera, sonidos de madera que pueblan la escena electrónica de profundos bosques australes. Mención también a la exótica latinidad de El Búho, DJ melómano británico que ha logrado captar la esencia folclórica de Sudamérica.

Algunos de los mejores actos que podemos encontrar en México en la escena actualmente se presentaron también, como Siete Catorce y AAAA en colaboración bajo la rúbrica de Tin Maaaan.

Los actos estelares fueron Moodymann y Andrés ya en la noche, haciendo de la arena  una dura y aceitada pista de baile con el espíritu de Detroit --cuna del techno-- a todo motor. Diversión absoluta, la ludopatía del ritmo, la discoteca derretida por la brisa de la playa.

Los aspectos más finos y luminosos estuvieron a cargo de algunos de los chicos de la disquera alemana Giegling, entre ellos Edward y Kettenkarussell. La aparición inédita de Traumprinz-Metatron, el "recording angel" de Giegling, en los albores del festival, dejó una estela fantasmagórica proyectada sobre la atmósfera. En este tenor, uno de los actos más lúcidos fue el de Lawrence.

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En la siempre esencial polaridad luz-oscuridad la pandilla rumana de artistas, especialmente Rhadoo, produjo algunos loops de los más oscuros castillos de Transilvania, haciendo atravesar los necesarios inframundos con la brújula del sonido. Destacaron también los controles de la princesa rumana Dasha Redkina, con una exploración más suave, y del científico Petre Inspirescu.

En la incantación de la noche --donde no todo fueron duros beats-- Portable fue una voz luminosa, sacando al público de espacios sincopados hacia páramos más expansivos y etéreos. 

Es difícil parir un festival con una visión propia, sin recurrir a las fórmulas de éxito, persiguiendo la magna intención de crear una buena fiesta en su sentido más amplio --una celebración de la vida humana y una búsqueda de ritmo en el misterio de la existencia. Esperemos que Comunité pueda seguir fiel a esa arriesgada visión de celebrar la música en el axis de la conciencia. 

 

FOTOS: Paul Theodore Chandler