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Debemos cambiar en la dirección propuesta por el sociólogo para lograr el cambio en la educación

Imagen: http://los-7-saberes.blogspot.mx/

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Naciones Unidas (la UNESCO) le encargó un texto a Edgar Morin “como contribución a la reflexión internacional sobre cómo educar para un futuro sostenible” y él lo escribió. Lo tituló “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. Muchos de nosotros lo hemos leído pero absolutamente nadie le ha hecho el menor caso. ¿Por qué?

“La UNESCO publica este texto –dice la UNESCO en el prefacio del libro de Morin-- para estimular el debate sobre la manera como la educación puede y debe actuar en tanto que fuerza del futuro y para promover una perspectiva transdisciplinaria frente al gran desafío de la durabilidad”. Morin avisa que se desangró en su librito, “que representa una síntesis de todo mi pensamiento sobre la educación”… Y sin embargo, vuelvo y afirmo, no ha pasado nada de nada. La publicación es de 1999; digo, para que no aleguemos que no nos ha dado tiempo. ¿Qué pasa? ¿Qué nos pasa?

Y no son quejas bajo la forma de preguntas, son genuina y honestamente preguntas, cuestiones que me desvelan y que me parece que encierran algún secreto; un secreto que explica por qué estamos trabados y, al mismo tiempo, podría ser la llave de nuestra salida.

“Uno de los desafíos más difíciles (para la educación) será el de modificar nuestro pensamiento de manera que enfrente la complejidad creciente, la rapidez de los cambios y lo imprevisible que caracterizan nuestro mundo”, dice con convicción Federico Mayor, entonces Director General de la UNESCO. Y 15 años después no ha pasado nada de nada; al contrario, nos hemos alejado –si era posible hacerlo aún más-- de esa posición. Nada es complejo en la escuela. La imprevisibilidad es el verdadero y absoluto ausente de la bibliografía didáctica. El cambio es el Anticristo de los profesores y de los sistemas educativos… Todo el rechazo resulta demasiado puro y, por eso, demasiado extraño. Pareciera que ese libro jamás se hubiera escrito; que fue una alucinación de unos poquitos adictos a la literatura o a las sustancias.

“Este texto –dice Morin en su Prólogo-- antecede cualquier guía o compendio de enseñanza. No es un tratado sobre el conjunto de materias que deben o deberían enseñarse: pretende única y esencialmente exponer los problemas centrales o fundamentales que permanecen por completo ignorados u olvidados y que son necesarios para enseñar en el próximo siglo”. ¿Cuánto no habrá dudado Morin en poner en su prólogo ese énfasis del “por completo ignorados”, se imaginan? No era un texto ni un lugar en el texto para esos excesos –además de que Morin no es un hombre retóricamente excesivo o exagerado; salvo que fueran completamente verdaderos. Honestamente, él cree que esos problemas centrales o fundamentales de la enseñanza han sido por completo ignorados por nosotros. Y lo siguen siendo, en realidad. Yo también lo creo.

Entonces me veo obligado a concluir que o somos necios o somos idiotas, porque nuestra posición conceptual esencial implícita en nuestras prácticas escolares no es para nada más lúcida y pertinente que la de él, y sin embargo lo desoímos. No tenemos mejores argumentos que Morin para defender lo que hacemos, leemos, dictamos y rezamos cada día, en millones de escuelas, a lo largo y ancho de nuestro continente, y oponernos con dignidad intelectual a sus premisas. O no nos damos cuenta, en cuyo caso somos idiotas, o no se nos da la gana, en cuyo caso…

¿Qué pasa? ¡Qué pasa, por amor de Dios!

Antes de posicionarme ante la pregunta, quiero rescatarla como construcción. Si al menos estuviéramos perplejos ante la pregunta misma, ya estaríamos avanzando; ya el esfuerzo de la UNESCO se estaría justificando. Pero no. Esa pregunta, que mueve e inquieta y que me lleva hasta Dios por ansiedad, no está formulada en la comunidad educativa. No nos preguntamos qué nos pasa porque no nos alcanzamos a dar cuenta de que algo grave nos está pasando. Leemos a Morin como si leyéramos a Platón o a Montaigne, es decir, como si leyéramos curiosidades, lógicas encantadoras y por completo inocentes para nosotros hoy día (que es tal como lee –dicho sea de paso-- la escuela a ese tipo de autores). Lo leemos como si Morin no hubiera existido o fuera un personaje de alguna ficción, tipo Pierre Menard. Lo leemos como si fuera transparente.

Pero existe y además es un hombre pleno de su tiempo; y hay otros como él. Y nosotros, nada.

Yo creo que no se trata de idiotez, es decir, de falta de inteligencia para elevarnos a los niveles de complejidad teórica que la discusión nos propone; no creo tampoco que se trate de una necedad militante, consciente y retrógrada; yo creo que se trata de que la trama nos rebasa y nos desordena simbólicamente de tal manera que no nos queda otra alternativa que retroceder.

Creo que sentimos que si fuéramos tras Morin, entonces una después de otra irían cayendo todos nuestras premisas, todos nuestros refugios; que se desmoronaría como un alud toda la estructura de valor, de poder y de sentido que sostiene hoy día –y desde hace muchos años-- el sistema educativo al que pertenecemos. Y es muy difícil –si no imposible-- ir deliberadamente hacia tu propia desintegración simbólica. El mismo sistema nervioso autónomo nos detiene; no hace falta ni darnos órdenes. Pasa que no podemos; pasa que la máquina retrocede.

Pero también pasa que no sabemos que no podemos. Y en eso Morin y la UNESCO se equivocan: no se sale de esa situación de cuadriplejia simbólica por medio de la persuasión intelectual. Morin tiene razón en lo que dice, pero carece de las estrategias profundas para lograr que lo que dice se realice. Nos quiere explicar, y lo que pretende no se explica. No se explica que debemos cambiar y en la dirección que él propone para lograr el cambio, ni es tampoco la explicación –como estrategia didáctica-- el camino para lograr esos siete saberes fundamentales que pregona y que yo suscribo, enfáticamente.

 

Twitter del autor: @dobertipablo