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En un sistema que privilegia la producción y el utilitarismo la filosofía puede parecer una tarea desdeñable, pero Slavoj Zizek nos muestra por qué es importante ejercerla

Con cierta frecuencia, la filosofía se nos presenta bajo la apariencia de lo inútil o lo superfluo. En un mundo que poco a poco, al menos a partir de los últimos 500 años, comenzó a privilegiar la técnica, la producción y la plusvalía, tareas como la filosofía o el arte perdieron valor simbólico por aparentemente no generar nada de eso, por verse a la distancia como un trabajo absurdo, una práctica que no resulta en ningún beneficio cuantificable y mucho menos capitalizable.

Este enfoque, sin embargo, ya sea por el solo hecho de ir a contracorriente del pensamiento hegemónico, debería parecernos sospechoso y más bien despertar nuestra simpatía por el quehacer filosófico. En el sistema en que nos encontramos, a veces vale la pena detenerse a ponderar aquello que ha sido empujado a las márgenes, aquello que incomoda y en general preferimos no ver, ignorar, apartar de nuestro horizonte. ¿Qué hay en la filosofía que podría incomodar a la ideología imperante?

De acuerdo con Slavoj Zizek, un pensador conocido por su inclinación a la teoría crítica, el marxismo y el psicoanálisis lacaniano, la filosofía nos ayuda a mirar de cerca las prenociones e ideas preconcebidas que casi siempre pasamos por alto pero que, en última instancia, determinan la manera en que aprehendemos y comprendemos el mundo y la forma en que actuamos en él.

Ahora, y gracias a disciplinas como la neurociencia, estamos familiarizados con la noción de que la realidad es esencialmente nuestra percepción. En filosofía, esto se sabía hace tiempo. Hegel fue uno de los primeros en enunciarlo con contundencia y después, cada uno a su manera, Karl Marx y Ludwig Wittgenstein elaboraron al respecto. Los tres, sin embargo, pronto se dieron cuenta de que esta percepción no se da en el vacío, que no surge virgen ni se forma autónoma sobre el suelo de la subjetividad, sino que se da en un contexto dado, preexistente, lleno de significados y significantes moldeados históricamente y sobre los cuales vaciaremos nuestra propia experiencia.

¿Por qué es importante la filosofía? Según Zizek, porque nos enseña las cosas que conocemos sin saber que las conocemos. El planteamiento puede sonar tramposo o intrincado, pero es sencillo. La filosofía nos da las herramientas para reconocer o identificar esas prenociones que, sin ser totalmente nuestras, sin que hayan sido resultado de la elaboración de conocimiento empírico o de un aprendizaje consciente, ya están ahí, “precargadas”, como si se tratara del software mínimo que necesitamos para vivir en el mundo. ¿Qué es la verdad? Enunciada así, la pregunta es profundamente filosófica, pero si por un momento nos detenemos a pensar en algo que creemos indudablemente verdadero (la existencia en el mundo, un discurso del presidente, la naturaleza del color rojo), si nos preguntamos dónde reside dicha verdad, por qué la calificamos como algo “verdadero”, quizá comencemos a notar que después de todo su condición de verdad no es tan indudable, que la verdad es un estado inestable que difícilmente se mantiene sobre una misma situación por mucho tiempo porque depende de muchas circunstancias.

Dice Zizek que en esta época se nos insta sobre todo a actuar. El motto de Nike, por ejemplo, el célebre “Just Do It”, es un claro ejemplo de ello. O la instigación contemporánea por “vivir experiencias” y atreverse a hacer cualquier cosa porque sólo se vive una vez. En el fondo, sin embargo, parece haber un sacrificio del pensamiento en aras del acto, como si éste tuviera que ejecutarse ciega y sordamente, sólo porque sí, porque pensar es inútil.

Y quizá, tanto para la vida subjetiva como para la vida social, pocas cosas tan peligrosas como eso. Porque si no piensas por ti mismo, ten la seguridad de que alguien más lo hará por ti. Y ya lo está haciendo, siempre.