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Si el mundo es en esencia pensamiento, es posible y totalmente coherente imaginar las reglas que rigen un probable infierno o un probable cielo

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Admirado por personajes tan disímiles como Kant, Balzac y Jorge Luis Borges, el sueco Emanuel Swedenborg ha ejercido una particular fascinación en el desarrollo intelectual de muchos. Científico, filósofo, teólogo, literato y místico, Swedenborg es el autor de una obra difícil de definir, una entidad quimérica hecha de numerosas y diversas especies: teología, ciencia, especulación e incluso sueños y alucinaciones personales.

Recientemente en el libro Swedenborg: An Introduction to His Life and Ideas, Gary Lachman traza un interesante recorrido por ese accidentado y fascinante terreno que es el corpus swedenborgiano. Uno de los pasajes más exuberantes y enigmáticos es el que se compone de sus visiones celestial e infernal, las maneras en que imaginó los reinos más allá de este mundo según las directrices cristianas que en esa época conocieron expresiones de otro tipo como la Comedia de Dante.

Esta cosmovisión ultraterrena influyó posteriormente en otros escritores como Blake y Emerson, quienes elaboraron sus propios planteamientos al respecto teniendo en mente lo legado por Swedenborg. Lachman explica:

El pasaje al cielo o el infierno descansa en lo que Swedenborg llamó el mundo de los espíritus, un reino intermedio que en poco concuerda con el Purgatorio del catolicismo. El mundo de los espíritus es más como nuestro propio mundo, donde los nuevos muertos casi nunca se dan cuenta de su transición y persisten en satisfacer sus deseos carnales. Gradualmente la verdad comienza a aclararse y los muertos aceptan sus 'verdaderos afectos'. Escribe Swedenborg: “el mundo de los espíritus no es el cielo ni el infierno […] Es donde una persona arriba primero después de morir, siendo, después de que ha pasado cierto tiempo, elevado al cielo o lanzado al infierno, dependiendo de su vida en el mundo”. Después de confrontar sus verdaderos seres, los muertos “se abren a sus fueros” y comienzan a desplazarse a sus lugares correspondientes. Los seres humanos, decía Swedenborg, poseen dos cualidades o poderes esenciales: intención y discernimiento o amor y razón. Lo que es cierto sobre nosotros es que pensamos a partir de la 'intención' y lo que hacemos realmente, no solamente de lo que 'sabemos'. De acuerdo con Swedenborg, “una persona es persona en virtud de su intención y su entendimiento resultante, no por el entendimiento separado de la intención”. En un sentido muy real, para Swedenborg es el pensamiento el que cuenta.

Con esta premisa, la teorización sobre el cielo, el infierno y otros sitios afines parece coherente y necesaria. Si el mundo es pensamiento, existen tantos mundos como nuestro pensamiento pueda sostener. Algunos serán sitios de tortura como los abismos infernales (llenos de castigos, de olores nauseabundos, de oscuridad, de bestias y monstruos) y otros de gozo indecible (“casas, jardines, parques y relaciones eróticas”, según sintetiza Lachman), pero, al fin y al cabo, posibles dentro de los difusos límites de la experimentación mental, que quizá sólo esté cercada por la experiencia propia: "Para muchos, estos relatos de casas angelicales, ropas y actividad sexual parecen una simple transferencia mental de la vida terrenal a la celestial, donde todo es justo como aquí, sólo que mejor".

Con todo, algunas concepciones resultan mucho más interesantes y de algún modo originales. Por ejemplo, la relativa a cómo se experimenta el tiempo en el cielo: “El tiempo es tan extraño para los ángeles que la eternidad para ellos no implica un tiempo infinito, sino un estado infinito, la condición 'sin tiempo' descrita por los místicos en distintas épocas”.

Por supuesto es difícil entender un sistema tan complejo de creencias, especulaciones y descripciones en tan breve espacio. En todo caso, esta podría ser una invitación a caminar junto a Lachmann y Swedenborg mismo la ruta infernal y la celestial.