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¿Por qué tomamos sustancias para embrutecernos? León Tolstoi en un argumento memorable

Por: Jimena O. - 08/28/2015

En un texto escrito hace 200 años el célebre escritor ruso da un explicación filosófica y social sobre esta condición médica y psicológica

Tolstoi

"El pueblo de los Estados Unidos gasta exactamente tanto dinero en la bebida como en el programa espacial," bromeó alguna vez Isaac Asimov en una sabia contestación de 1969 a un lector en torno a la pregunta sobre el presupuesto del programa espacial.

Según recupera BrainPicks, para Tolstoi, nuestra conciencia es asimétrica, tiende abruptamente hacia caminos (esperados) pero incomprensibles. Podemos ir tanto hacia en bienestar como hacia los ‘vicios’. 

Nuestras prioridades de la vida son salir de la rutina, romper con los hábitos, hallarnos en lugares donde no nos encontramos cotidianamente, y en cierta medida es una aspiración colectiva.

Antes que Asimov, en 1890 León Tolstoi, ya había escrito un ensayo muy suspicaz intitulado "¿Por qué los hombres nos estupidizamos?" (a la mitad de su obra maestra Calendario Sobre la Sabiduría), a manera de prólogo de un médico ruso llamado P. S. Alexeyev, incluido en un volumen póstumo de Recuerdos y Ensayos.

En torno a las capas psicológicas más profundas y aspectos filosóficos de abuso de sustancias y la adicción; décadas antes de la fundación de Alcohólicos Anónimos, y casi un siglo antes de que el abuso del alcohol fuera reconocido como enfermedad por la OMS, Tolstoi escribe:

¿Cuál es la explicación del hecho de que la gente usa sustancias para embrutecerse: vodka, vino, cerveza, hachís, opio, tabaco y otras cosas menos comunes: éter, morfina, etcétera? ¿Por qué empezó la práctica? ¿Por qué ha extendido tan rápidamente, y por qué se sigue extendiendo entre toda clase de personas, salvaje y civilizado? ¿Cómo es que donde no hay vodka, vino o cerveza, nos encontramos con el opio, hachís, y similares; o el tabaco, que es utilizado en todas partes?

¿Por qué la gente desea embrutecerse a sí misma?

Si preguntamos a cualquiera porqué bebe, seguro responderá que por que le gusta su sabor, o su efecto o porque todo mundo bebe, o porque ‘desinhibe’; mientras que los que toman vino, por ejemplo, hablarán de sus propiedades benéficas para la salud. Lo mismo pasaría si se cuestiona a un fumador.

Tolstoi va más allá de esta mezcla de apatía y de ignorancia, y halla la otra raíz del abuso de sustancias, y menciona entre otras cosas que se usa para 'pasar el rato'. Podría ser excusable que se haga sólo porque sí, o para hacer algo de lo que normalmente nos avergonzaríamos, o  algo por el estilo, o ‘simplemente para pasar el tiempo ‘,  'para animarse’, o ‘porque todo el mundo lo hace’.

Cómo podría ser para Tolstoi excusable que nos gusta tomar estupefacientes y

Hacer lo que trae un daño evidente para uno mismo y para los demás y usar todos esos recursos de la naturaleza que se utilizan para extraer con gran trabajo este preciado producto, sólo para estar en ‘armonía’ con los demás o uno mismo... Creo que debe obedecer a otra razón.

Tolstoi hace ver en sus explicaciones que en el fondo existe una disonancia entre el daño que nos hacemos a nosotros mismos, con tal de cumplir simultáneamente con la mirada del otro, lo que al parecer es más razonable.

El ‘qué dirán’, es decir, la sociedad, influye en que queramos beber vino y respirar el humo del tabaco.

Al observar su propia vida, un hombre puede a menudo notar en sí mismo dos diferentes seres: el uno es ciego y físico, el otro ve y es espiritual. El animal ciego come, bebe, descansa, duerme, se mueve y se propaga, como una máquina. El ser espiritual, que está ligado con el animal, no hace nada por sí mismo, sólo evalúa la actividad de ese ser animal; coincidiendo con él al aprobar su actividades, y que diverge de ella cuando la desaprueba.

Estos seres pueden compararse con la maquinaria una brújula, donde la aguja señala con un extremo hacia el norte y el otro al sur, pero se proyecta a lo largo de toda su longitud, muchas veces se intentar apuntar las agujas en la misma dirección es una inexactitud que evidentemente no ocurrirá de esa manera.

De la misma manera la visión del ser espiritual, cuya manifestación comúnmente llamamos conciencia, siempre apunta con un extremo hacia lo que está bien y la otra hacia lo que está mal, y no nos damos cuenta que mientras nosotros seguimos la aguja de lo correcto, el curso incorrecto siempre apunta en dirección contraria. Pero no es necesario siempre hacer algo contrario a la indicación de la conciencia para poder percibir ese ser espiritual, que a su vez muestra cómo la actividad del ser animal siempre ha apuntado en la dirección contraria a la indicada por la conciencia. 

Y como navegante consciente de que está en el camino equivocado, no puede seguir en los remos, motor, o velas, hasta que haya adaptado su curso a las indicaciones de la brújula, o haya borrado de su conciencia esta divergencia que todo hombre ha sentido, la dualidad de la actividad animal y su conciencia, ya que podrá continuar sólo mediante el ajuste de este animal a las exigencias de la conciencia, o escondiéndose a sí mismo tales indicaciones que da la conciencia y acudiendo al llamado de su desdoblamiento animal.

Tolstoi insiste sobre la profundidad de esta dualidad humana:

Toda vida humana, podemos decir, consiste únicamente en estas dos actividades: (1) actividades que nos mantienen en armonía con la conciencia, o (2) escondiéndose a sí mismo las indicaciones de conciencia con el fin de ser capaz de seguir viviendo como hasta ahora.

Algunos  siguen la primera, otros la segunda. Para lograr la primera no hay más que un medio: la lucidez moral  —el aumento de la luz en uno mismo y la atención a lo que nos descubre—. Para alcanzar el segundo, para esconderse de sí mismo las indicaciones de conciencia, hay dos medios: uno externo y otro interno. El medio externo consiste en ocupaciones que desvíen nuestra atención de las indicaciones dadas por la conciencia; el método interno consiste en sí mismo en llevarnos hacia el encubrimiento y la oscuridad de la conciencia.

Como un hombre tiene dos formas de evitar ver a un objeto que está delante de él: o bien desviando su vista a otros objetos más llamativos, u obstruir a la vista de su mirada. Para que un hombre pueda esconderse a sí mismo las indicaciones de su conciencia existen dos maneras: ya sea por el método externo de desviar su atención a diversas ocupaciones, cuidados, diversiones o juegos; o por el método interno de obstruir en sí el órgano de la atención. Para las personas de aburrido, y limitado sentimiento moral, las desviaciones externas son a menudo más que suficientes para no percibir las indicaciones de la conciencia y de lo equivocado de sus vidas. Pero para las personas moralmente sensibles esos medios son a menudo insuficientes.

Los medios externos no llegan a desviar la atención de la conciencia de la discordia entre nuestra vida y las exigencias de la conciencia. Esta conciencia dificulta la vida, y con el fin de ser capaz de seguir viviendo como antes la gente recurre al método interno infalible y confiable,  que es el de oscurecer la conciencia misma envenenando el cerebro con sustancias estupefacientes.

Uno es no vivir de acuerdo a demandas de conciencia, sin embargo, carece de la fuerza necesaria para reformar la propia vida de acuerdo con sus demandas. Los desvíos que puedan distraer la atención de la conciencia de esta discordia son insuficientes, o se han vuelto obsoletos, por lo que con el fin de ser capaces de vivir, sin tener en cuenta las indicaciones que la conciencia da sobre lo equivocado de sus acciones (por envenenamiento temporal), detenemos la actividad del órgano a través del cual la conciencia se manifiesta, como un hombre cubriendo sus ojos se esconde de sí mismo lo que no quiere ver.

Para la unos la respuesta es externa, nos embrutecemos para olvidar 'lo de afuera', y para otros la respuesta es más interior. Para León Tolstoi, es más que eso, es una respuesta filosófica, psicológica y social. Tolstoi retoma el abuso de sustancias como un síntoma profundo de esta patología:

La causa del consumo mundial de hachís, opio, vino y tabaco, no radica en el sabor, ni en ningún placer, recreación, o la alegría que recibir, sino simplemente en la necesidad del hombre de esconderse a sí mismo las exigencias de la conciencia.

Más allá de eso, Tolstoi observa el papel de estos 'turbadores de la conciencia' como una forma de almacenar y guardar lo correcto (conciencia) y lo incorrecto (animal) en nuestra mente, es absolviendo a los actos del último a las exigencias de la primera:

Cuando un hombre esta sobrio se avergüenza de lo que le parece bien cuando está borracho. En estos términos tenemos la causa subyacente fundamental que llevó a los hombres a recurrir a los ‘estupefacientes’. Las personas recurren a ellos, ya sea para escapar de la vergüenza después de haber hecho algo contrario a su conciencia, o para ponerse de antemano en un estado en el que se pueden justificarse para cometer acciones contrarias a la conciencia, pero a las que su naturaleza animal los incita.

Un hombre sobrio se avergüenza de ir tras una prostituta, de robar, o de matar. Un hombre borracho no se avergüenza de alguna de estas cosas, y por lo tanto si un hombre quiere hacer algo que su conciencia condena, se embrutece a sí mismo.

Una observación particular, golpea por su actualidad escalofriante, ya que a la luz de epidemias de violaciones o crímenes, muchas veces no es raro que el agresor haya drogado a la víctima, o él mismo esté drogado:

No sólo la gente se embrutece para ahogar su propia conciencia, además sabiendo cómo actúa el vino, que intencionalmente embriaga de más, cuando comienza a hacerle cometer acciones contrarias a la conciencia. La gente se organiza para atontarse con el fin de privarse de conciencia.

Por esos crecidos de inmoralidad, Tolstoi se encarga de señalar,  los más dramático, pero no la causa más común de alarma en nuestra relación asfixiante con el alcohol que incremente su uso en la conciencia de las personas:

Todo el mundo sabe y admite que el uso de sustancias estupefacientes es una consecuencia de los remordimientos de conciencia, y que de cierta manera se utilizan los estupefacientes como sustancias vitales que se emplean para reprimir la conciencia. Todo el mundo sabe y admite también que el uso de embrutecedores no ahogan la conciencia: que un hombre borracho es capaz de hazañas de las cuales cuando está sobrio no pensaría hacer ni por un momento. Todo el mundo está de acuerdo en esto, pero por extraño que parezca, cuando el uso de estupefacientes no da siempre lugar a tales hechos como robos, asesinatos, violaciones.

Algunas veces se usan como medicina, otros como justificaciones del crimen o del vicio. Aún así, Tolstoi resuelve el problema de la conciencia y los vicios, a un grado filosófico que puede disfrutarse a los largo de un texto exquisito y un estilo predominantemente narrativo que convencerá al más reacio.