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Certezas e impresiones de la política mexicana después de las elecciones de julio 2015

Política

Por: Jorge Graue - 08/03/2015

¿Qué conclusiones se pueden sacar después de las elecciones intermedias de 2015? Esto es lo que ha sucedido, según Jorge Graue

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Primeras certezas e impresiones.

Por encima del desorden y el fraude prevalece la paz y la credibilidad .

Desaparece el Partido Humanista.

Desaparece el Partido del Trabajo.

Marcelo Ebrard no consiguió contender en la elección.

El voto se dispersa y recae en pequeños partidos, mayoritariamente corruptos, a costa de los tres partidos mayores, indudablemente corruptos.

En este contexto, el PAN no puede orientar su crisis debido a la desorientación de su cúpula. Mientras su presidente, Madero, cavila sobre su ingrato destino, sigue sin reconocer su responsabilidad  en los comicios. El joven legislador Anaya, de invariable candor telegénico, acepta su postulación para presidir un partido en evidente desgaste, ahora con la certeza de que Margarita Zavala se destapa para la presidencia de la República en un acto desesperado de revancha y de nudismo partidista. Luego del rechazo de su partido para postularse como diputada apenas hace unas semanas, espera que se le postule con largueza para una primera magistratura que un electorado ya le negó, apenas hace 3 años, a otra recatada panista. Contenderá, dentro o fuera del partido. Dentro será difícil conseguirlo. Al acecho y a la espera, el gobernador de Puebla, que confía en que el señor  Madero ubique sus desazones y desaciertos, en que el legislador Anaya madure y traicione, y en que él mismo, Moreno Valle, pueda consolidar los compromisos y gestiones tanto con la estructura partidaria panista, como con en el empresariado de derecha que no querrá jugársela con El Bronco, si es el caso, en las próximas elecciones federales.

En este contexto, el PRD en un proceso irreversible de descomposición. Sus dirigentes bien pueden terminar como diputados suplentes del PRI en las próximas legislaturas. La izquierda, incapaz de triunfar sobre sus adversarios a nivel nacional, incurre en la demolición de sí misma, para contender, semiderruida, en las próximas elecciones federales con la peregrina ilusión de al fin ganarlas. Tampoco se asume ahí responsabilidad poselectoral alguna. En el mejor de los casos, se atribuye el desastre a los así llamados operadores. Sin embargo, más que en el mal reparto de viandas y televisores, parece ser que el PRD fue derrotado en los baches, en las ventanillas del metro, en las alcancías de los parquímetros y en la deficiente gestión y descarada corrupción en casi todos los órdenes durante casi 2 décadas. Al menos en la capital, donde no los ha derrotado exclusivamente Morena. PAN y PRI obtuvieron más delegaciones. Enrique Peña tendrá que acudir en auxilio de Miguel Mancera para contener los impactos mayores de las recientes elecciones. Y eso, si los probables recortes que se esperan para el próximo año se lo permiten. Si quiere asegurarse de algún tipo de sobrevivencia, no le quedará al Jefe de Gobierno otro oficio que el de comparsa en una justa electoral que no le favorecerá en 2018. Por lo demás, será extraño, casual o coyuntural que el PRD crezca en los estados donde ocurran elecciones. Paulatinamente, será Morena quien ocupe el espacio de un partido que no hizo ninguna revolución lejanamente democrática y que puede terminar su ciclo con un candidato a la presidencia que ha evitado hasta ahora su membresía.

En este contexto, el PRI sobrevive como fuerza dominante gracias a sus cómplices electorales. Ha envejecido, pero se ha adaptado al tiempo. Ha perdido esta vez más de 2 millones de votos, pero lejos de reñir con sus aliados políticos, los ha fortalecido de mil maneras, llegando hasta a emparentar con ellos. Como es el caso del yerno del legislador Beltrones, ave de rapiña exclusiva en la familia de los tucanes. De suerte que, merced a sus alianzas características, el PRI obtiene esta vez esa mayoría singular que le permitirá gobernar sin contratiempos.

Luego de 3 años, queda la impresión de la autocomplacencia como hábito gubernamental. Siendo así, Peña Nieto puede incurrir  en el riesgo de fomentar  más inercias en un gabinete que no cambia y donde nadie destaca ni piensa por cuenta propia. El entorno de Peña está convencido que el dedazo recaerá sobre Osorio, o sobre Videgaray y que la dicha no tiene fecha aparente de caducidad. El factor Beltrones no es motivo de preocupación. O bien por ingenuidad, o porque algo deben saber en Los Pinos que lo mantiene tan institucional. Por lo que respecta al inefable subsecretario Miranda, filántropo de nuestro erario, cualquier ascenso puede dar la impresión de que Peña ya decidió.

Así las cosas, es lógico que Peña espere la inmovilidad en la polis y que la política se ajuste a sus necesidades y a sus tiempos. Pero la necia realidad se empeña en incomodarlo y en agigantar el desafecto hacia su persona y el rechazo hacia su administración por parte de siete de cada 10 mexicanos. Los destapes le restarán soporte mediático y estragarán aún más la importancia que sólo él y los suyos piensan que tiene.

En ese tenor, El Bronco no le dará tregua. Tiene el carisma que recuerda al de Fox en sus primeros días. Y por si fuera poco, ese tipo de rancheros sigue siendo objeto de una fascinación entre los fieles, que rivaliza con la que tiene bien ganada entre ellos la mismísima Guadalupana. En la así llamada "época de oro" del cine nacional, un puñado de productores mexicanos de origen judío hizo una fortuna con películas sobre charritos buenos y encabronados. Ahora, otro mexicano de origen judío, Enrique Krauze,  productor muy próspero de la historia mexicana en la pantalla, parece haber encontrado a El Bronco para el papel estelar con todo y el guión, la taquilla y el espectáculo para la redituable empresa de la democracia mexicana.