…Y también gracias a un gran amigo por quien llegó a mis manos un librito titulado Contra la alegría de vivir. Me gustó. Qué buena posición de partida para una colección de ensayos hoy día. Y mejoraron aún más las sensaciones con la bajada de portada que presenta “una animada perorata contra la presunción del saber vivir, contra la pantomima de estar disfrutando del aquí y ahora”. Y mi disposición siguió creciendo cuando me fui a la índole de la colección, bien llamada VERSUS, que reza que “se propone reivindicar las pequeñas discrepancias y las opiniones insalvables que sacan de quicio, describen nuestras manías y terminan por caracterizar nuestra personalidad”. El proceso tocó alturas inusuales de goce cuando recorrí el listado de los libritos ya publicados, entre ellos Contra la originalidad, el amor, las buenas intenciones, los hijos, el copyright, el trabajo, la vida activa, los no fumadores y hasta el México lindo. Como era de esperar, no conseguí la mayoría de los títulos en Gandhi. Leí el ensayo contra la alegría de vivir y me pareció bueno; a la altura del atrevimiento de la colección.
Casi de inmediato sentí que faltaba por lo menos un título imprescindible: Contra la escuela. Y que debía escribirlo yo, rápido. Usaré esta nota como borrador; un intento de poner en orden las primeras ideas de esa nueva tarea autoimpuesta.
Derrumbar como la colección derrumba iconos positivos de la cultura moderna es una tipología política. Exige estrategias lúcidas que partan de un planteo claro. Necesitas saber que en principio nadie estará “de acuerdo” contigo y que en esa tensión, en medio de esa rara energía que envolverá tu relación con tu lector, estará lo picante de la acometida. Debes saber también que horrorizarías a quiénes sin dudas no te leerán. Y no debe importarte, claro. Es más, debes saber que te disfrutarán sólo aquellos sujetos contra-sistema en quienes tu trabajo no va a tener un impacto político significativo. Son los que ya son “versus”; están fuera; los autoexcluidos de todo. Precisamente por eso leerían un ensayo que se llame Contra la escuela.
Luego debes encontrar el tono. Leí uno de los ensayos (contra la alegría…) y curioseé otro (contra el arte contemporáneo). El primero se asienta en la ironía ácida, en la rebeldía resignada del fino esteta marginal. Un escritor francotirador inofensivo de una inteligencia insoportablemente aguda que desmonta todo lo tradicionalmente montado, por vanidad y exhibicionismo; y lo hace muy bien. Él está tranquilo; fuma y dispara y todo le da exactamente igual. Es un peligro para las inteligencias que andan buscando vitrinas. El segundo se va al terreno más árido del desmontaje político. No se ríe de nadie y se indigna de todo. Está bravo. Se molesta y por eso escribe. Denuncia. Se ha tomando en serio lo del versus. Hace política resignada. Consume frustración.
Tengo ganas de leer otros; al menos el de los hijos, el del amor y el del copyright. A ver cómo le entran al asunto.
Yo busco mi voz. No quiero el cinismo onanista del que desmonta por desmontar. No quiero ostentar ese deporte menor de no dejar a nadie en pie desde mi bunker irrelevante. No quiero reírme de nadie. Quiero ir contra la escuela porque me interesan como casi ninguna otra cosa en el mundo la educación y los procesos de enseñanza y aprendizaje. Quiero denunciar el absurdo institucional y conceptual que es la escuela porque quiero que ella cambie, a escala. Quiero escribir ese ensayo porque no quiero desperdiciar ninguna oportunidad de ganar adeptos; aún los descreídos de siempre.
…Pero mientras escribo me gana la preocupación de que un ensayo Contra la escuela es probable que sólo tenga lectores atípicos, de gueto, inversos a ese sentido común con el que cuenta la colección y que da sentido al título. Ese es un verdadero problema de mi ensayo y de la colección: su enemigo no subirá a este ring. Lo de VERSUS se haría atractivo precisamente si quien nos leyera fuera uno de aquellos millones que cree ciega e ingenuamente en aquello que se está contrariando. Pero no es así. Me es imposible imaginar la escena de una devota y recatada coordinadora pedagógica de una satisfecha escuela primaria de por ahí comprando este perdido ejemplar menor de un autor poco conocido cuyo título sea –precisamente-- Contra la escuela. Como tampoco consigo pensar a uno cualquiera de los miles de miles de papás que entran y salen a diario del banco entrando a la librería y haciéndose del volumen Contra los hijos; o del asiduo e acrítico paseante de todo museo o galería de arte yendo encima del Contra el arte contemporáneo. Menos –claro-- logro imaginar al periodista o el editor que se interese genuinamente en aquel del Contra el copyright.
No me gusta esta conclusión a la que llegué. Me da más ganas de proponer entonces un título engañoso, una frase capciosa como Gracias a la escuela, para que no me importe si me lee o no quien seguramente me reconocería y me halagaría, pero que haga caer desprevenida pero letalmente al que se sentirá incomodado, si no ofendido e indignando, con lo que digo en las primeras 100 palabras de mi ensayo (palabras que leerá aunque no quiera, al menos para justificar su gasto). Quisiera que me leyeran aquellos para los que lo escrito por mí, en un ensayo titulado con el naif Gracias a la escuela –y cuyo título secreto y verdadero sería Contra la escuela, resultara toda una agresión, una aberración, una flagrante falta de respeto, una provocación inadmisible. Lo quisiera porque ellos son el enemigo. Y yo soy un soldado de esta batalla, no su analista histórico. Lo quisiera porque sin ellos no habrá VERSUS.
Yo quiero estar frente a frente con el enemigo. Quiero combatir. No quiero ejercicios intelectuales menores con saldo político cero.
Pero debemos saber que el enemigo –entre otras cosas-- no tiene curiosidad ni cae en desafíos retóricos. Él sólo vendrá al campo de batalla engañado, creyendo que venía por otra cosa, a otro lugar. Y estoy dispuesto al ardid.
De modo que, pensándolo bien, podré o no acabar publicando mi Contra la escuela en la hermosa colección VERSUS (si sus editores si interesan, claro, y una vez que lo haya escrito), pero en cualquier caso la “sacada” atractiva estará en publicarlo también, bajo su título engañoso, en un medio menos selectivo, menos “targueteado”, donde me encuentre con aquellos soñados lectores casuales que le entran a todo aquello que en ese momento, por interés repentino o por mero aburrimiento, les genera alguna llamada.
…Luego, estará en mi arte usar muy bien los primeros dos párrafos (los únicos de lectura garantizada), no para atraer sino para indignar lo suficiente a mi querida desprevenida y hacerla quedarse aunque más no sea para insultarme, que será un buen saldo para mí. Y de ahí en adelante, con la adrenalina de la indignación en el cuerpo de quien me lee y mi habilidad para trabajar con ella, jugaré en lo que reste de mi ensayo mis mejores cartas políticas.
Twitter del autor: @dobertipablo