Una semiótica de la telecracia: cómo el poder utiliza a la televisión para desactivar las protestas
AlterCultura
Por: pijamasurf - 12/06/2014
Por: pijamasurf - 12/06/2014
Ver la televisión privada mexicana, especialmente Televisa, una especie de brazo propagandístico del poder político y empresarial, es un suplicio para la inteligencia, pero esto no es lo más grave, es también un patético intento de ocultar el yermo moral que impera en nuestros medios y en nuestros partidos. Hace una semana tuvimos un chabacano funeral de Estado: la muerte de nuestro prócer Roberto Gómez Bolaños, quien nos dio patria al difundir la idea del mexicano caco y al expandir el proyecto de "nación" del "Tigre" Azcárraga: "la TV para los jodidos". Con celeridad se organizaron las exequias televisadas entre el futbol y el sopor dominguero, con fastuosidad y zalamerías (se notó en las redes sociales que Peña Nieto tardó sólo 15 minutos en reaccionar a la muerte del Chapulín Colorado, mientras que le llevó 15 días reaccionar a la desaparición de 43 estudiantes: esto nos dice mucho sobre dónde está la mente de nuestro presidente). Era una buena oportunidad, aunque insuficiente, de calmar las aguas llenas de despierta vehemencia, de dispersar los ánimos un poco para "que no cunda el pánico" (para usar la conocida expresión) y por otro lado no se fermente la energía colectiva. Y es que los intereses de la televisora y los intereses de la presidencia están fundidos, incluso con la fuerza del sacrificio y del ritual: la ofrenda de una de las vedettes (sacerdotisas sexuales) de la TV al hombre ungido para ocupar el trono selló el pacto como ocurría en los antiguos reinos.
Ahora, este fin de semana, mientras las calles se llenan de cacerolazos, la televisión busca silenciar y anestesiar el alarido de protesta que llega a niveles que incomodan al poder y lo hacen calcular desde su fría tramoya cómo apagar el fuego de rebeldía y hartazgo. Su reacción es de esperarse, es parte de la tradición; es parte también del mecanismo de defensa de quien se ve amenazado. Siguiendo con el cauce popular, en México se usa la frase (preclaro albur) "su lechita y a dormir": se distribuye el masivo opio electrónico de la TV, acaso ya sin su misma potencia, buscando aletargar y disgregar chamuscando la vitalidad incendiaria de lo que se genera fundamentalmente en las calles y fuera de los canales oficiales. Esta sustancia ansiolítica (el Rivotril del pueblo) con la cual se busca vacunar a las masas del virus de la revuelta, sin embargo, parece ya no ser tan efectiva ante la abismal caída en la credibilidad mediática y la profunda fractura en el fondo del tejido social --el mensaje de la tele ya no hace eco, ya no tiene un receptor que se identifique. De aquí que se busquen aplicar ciertas estratagemas de contrainteligencia. Entra el Teletón.
No me detendré esta vez a escrutar el mecanismo de filantrocapitalismo que opera a través del Teletón de Televisa (ese chillante maratón que lleva el "greenwashing" que hacen las corporaciones a una versión pateti-épica de lavado amarillo de reputaciones y de cerebros, donde se explotan los valores esencialmente humanos, como la compasión y la empatía, en beneficio de una especie de obra pública, un espejismo con el que el poder comprueba al pueblo que trabaja y se legitima). Más sobre esto en este artículo: "El Teletón de Televisa, chantaje emocional y manipulación mediática".
En este caso lo que me ha llevado a escribir este texto es una sensación de repugnancia al ver como Eugenio Derbez arranca el Teletón con una falsa confesión, con una seudo singularidad televisiva, en la que la TV se desnuda para supuestamente revelar su humanidad. Un momento en apariencia único, donde se sale del script para transmitir la idea de que el viejo censor vive en directo y a todo color un episodio trascendental: por primera vez Televisa habla abiertamente de lo que está sucediendo afuera de sus instalaciones y de su burbuja de realidad. Un momento que a mi entender revela una elaborada agenda en la que se transparenta de nuevo la connivencia entre el gobierno y Televisa, específicamente en el uso de la televisión para posicionar y luego sostener a candidatos y programas públicos y leyes que a su vez sostienen a empresas como Televisa. Tal vez al ver esto esté yo viendo demasiado con esa mirada paranoica que encuentra hilos invisibles y conexiones en cualquier resquicio de la realidad (pero tal vez, como dijera William Burroughs: “Un paranoico es alguien que sabe un poco de lo que está sucediendo”).
Dice Derbez, quien habla con afectada "franqueza" de los escándalos y críticas que rodean a Televisa, su relación con Peña Nieto y el mismo Teletón, que éste último es "la mejor causa que tenemos los mexicanos". El Teletón es entonces lo mejor de nosotros, un símbolo viviente de la unión de los mexicanos, como la selección mexicana de futbol (incluso usando la frase típica del complejo diminutivo del futbol, parte ya de la identidad nacional: "Pongamos nuestro granito de arena"). (¿Se nos exhortará luego a una tregua decembrina, aquiescencia colectiva para respetar o unirnos en el espíritu de la Navidad y dejar las protestas y las marchas para el año que entra)? Y aunque Debez señala que el Teletón no es de Televisa solamente (que muestra su modestia como que no colgándose las medallas), ¿cómo dividir al Teletón, "lo mejor de nosotros", de Televisa, la empresa que lo impulsa con toda su maquinaria y el mismo gobierno del Estado de México, de donde proviene el presidente, el cual ha sido también el gran impulsor en su política pública de esta organización, ya que desde 2011, durante el gobierno de Peña Nieto, este estado dona 73 millones de pesos anuales al Teletón?
Derbez bromea que lo van a cortar, que ya no es empleado de Televisa y que se está pasando de la raya con la soltura de sus comentarios; sugiere que su discurso es espontáneamente sincero e irreverente del poder --pero al luego no ser cortado, se revela el mensaje que busca transmitir: Televisa ha cambiado; si bien hay una aceptación tácita de una anterior censura, ahora hay una prueba de libertad de expresión vista por millones de mexicanos, en el momento en el que nos debemos de unir por una causa mayor --la mejor causa que tenemos los mexicanos. Opera aquí la transfiguración de los significados, una hipóstasis: el Teletón es México, debemos de trascender las asperezas y olvidar lo que está pasando para mantener el Estado, Crist de crits, callar los gritos vehementes de inconformidad para seguir adelante con el proyecto, rendirnos a la estabilidad o destruiremos los sueños del sistema que permite que los niños desamparados sueñen.
El lenguaje que utiliza Debez denota una clara intencionalidad, la actuación de un guión (aunque él mismo señala que Televisa no le escribió un guión, queriéndonos hacer creer que Televisa le dio completa libertad para despotricar en su contra al inaugurar el evento televisivo medular de esta empresa). Constantemente frunce el ceño y arquea los ojos, compungido, como queriendo transmitir una pena, sólo que su pantomima es claramente caricaturesca --las caricaturas y los políticos usan la hipérbole gestual. El lenguaje coloquial que utiliza, lleno de expresiones populares asociadas justamente con la población a la cual están dirigidas las telenovelas de Televisa --refritos del cuento de hadas aspiracional de la Cenicienta adaptado a las necesidades del marketing y la desigualdad social--, señala que esta supuesta confesión personal, en la cual el histrión parece rebelarse del control de su amo, en realidad es el más craso simulacro.
Una frase atribuida a Oscar Wilde --"Si quieres decirle a las personas la verdad, hazlos reír, de otra forma te matarán"--, nos revela un axioma del profundo linaje de cómicos como Groucho Marx o Bill Hicks, quienes han utilizado la comedia para decir cosas que de otra forma nuestra sociedad difícilmente toleraría --el rey no le corta la cabeza al bufón por el estupor y la ligereza entre la que se filtra la verdad (de otra forma intolerable) que le dice. Es decir, sólo se puede decir y sobre todo hacer que el poder escuche la verdad con humor. En el caso de Derbez se intenta agenciar esta figura, la del comediante que dice la verdad --recordemos: el humor, la capacidad de reírnos de lo que nadie más quiere ver, tiene una cuota de verdad adquirida autoevidente. Los chistes se usan como digresiones para probarnos que nos está diciendo la verdad. En este caso se nos hace reír para que podamos tolerar la mentira que sabemos está siendo maquinada frente a nosotros.
Derbez claramente encarna el papel del "tonto útil", un elemento común a los programas de las agencias de inteligencia, pieza que se mueve con ilusoria autonomía en el ajedrez político. En este caso, la figura encargada de satisfacer nuestra necesidad de hacer algo con un discurso (haciéndolo él por nosotros) o con una donación (donde el Estado, la burocracia o la fundación lo hace por nosotros) para que en realidad no tengamos que hacer nada al respecto y no tengamos que salir a la calle y las cosas puedan seguir igual (sigue sintonizando el canal de las estrellas). El acto caritativo de participar en el Teletón es el sucedáneo de la acción no mediada de transformación en nuestro entorno más cercano con las personas reales que vemos todos los días. Altruismo televisivo: simulacro a distancia... Prótesis narcótica seudo-anti-narcisista.
Televisa utiliza aquí una estrategia en boga en la publicidad moderna, que se adapta al sentimiento "antipublicidad". Como señala el analista Adam Corner, hoy en día la publicidad se acopla al sentimiento dominante de la opinión pública y lo coopta. Dice Corner: “entre más la odias, más está de acuerdo contigo”, algo que podríamos perfectamente aplicar a lo que hace Televisa ahora con Derbez, vendiéndonos la idea incomprable de que ellos están de nuestro lado o son parte del pueblo que protesta. Cuando existe un sentimiento anticorporativo generalizado en el público, entonces las marcas no tardan en parodiarse a sí mismas “para empatizar en contra de la tiranía del mundo corporativo en el que habitamos. ‘¡Cállate!’, le gritamos a la TV, y la TV se pasa detrás del sofá y grita con nosotros”, escribe Corner. En el caso de Televisa, la agenda detrás de su "autocrítica" programada es aún más macabra ya que no sólo buscar seguir vendiendo sus productos de la forma que sea; se asume como el actor principal en el rol de mantener el statu quo, de mantener el orden de las cosas para que no sólo ellos sino todo la cúpula del poder pueda seguir conservando sus privilegios.
Una leve variante de este trend ha sido utilizada por Televisa desde hace unos años, justo después de que se sintió amenazada por el descontento ante su relación con el poder que reveló el movimiento YoSoy132. Desde ese momento Televisa empezó a orquestar una falsa apertura, enarbolada por una supuesta apuesta a la cultura y a la libertad de expresión --pero sólo como capital político o como crédito reputacional-- cooptando líderes de opinión con cierta legitimidad, enrolando "creativos" y buscando conectar con los jóvenes fondeando iniciativas culturales, como es el caso de su proyecto Arca (infiltración a través del mecenazgo). El mensaje es el mismo que el de Derbez al inaugurar el Teletón: ellos están con nosotros, ellos están cambiando porque nosotros estamos cambiando y hacen eco de lo que somos, son sólo un espejo (sin el empaño del amaño) de la sociedad. Pero, usando la expresión emblemática del dinosaurio del PRI, es un "cambiar para que todo siga igual".
Dice Derbez que él habla como cualquier "hijo de vecino", no ya como un "televiso" y llama a reconducir el enojo y el hartazgo y no ejercer una reprobación ciega: a no echar abajo lo que se ha logrado y "llevarse entre las patas a los niños". Este es el metamensaje del keynote de Derbez, en su tentativa de lograr la identificación perdida entre el público y el programa televisivo: que sigamos adelante ("Síganme los buenos", diría otro cómico), que luchemos por el cambio pero que lo hagamos desde y con el sistema. No es necesario destruirlo o derrocarlo: el Estado puede absorber la crítica e incorporarla a su programa. Aquí ocurre la prestidigitación que es el fin de todo este espectáculo emocional: la crítica se vuelve útil (e inocua) para el sistema que busca mantenerse a flote en la tormenta.