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Que nuestras redes sociales sean un espacio libre de videos e imágenes perturbadores es gracias al sacrificio de un grupo de moderadores que se encuentran del otro lado del mundo
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Sacrificio de miles de búfalos para el festival de Gadhimai en Bariyarpur, Nepal. Fotografía: Kuni Takahashi

Cuando procrastinas recorriendo tu muro de Facebook lo que esperas es encontrar fotos de la comida o de las vacaciones de tus amigos, quizá algo sobre recientes protestas sociales, memes, videos graciosos, pero no imágenes de pornografía infantil o videos de decapitaciones. Puede que muchos no estemos al tanto de esto, pero existe un incansable equipo de moderadores de contenido que laboriosamente mantienen nuestros muros libres de materiales que no sólo se pueden considerar “ofensivos”, sino que son criminales.

Los muros de las redes sociales de Estados Unidos son constantemente limpiados desde las lejanas tierras de Filipinas. Existen cerca de 100 mil de estos censores que trabajan desde las áreas urbanas de las afueras de Manila por salarios de entre 300 y 500 dólares al mes, según explica Adrian Chen de Wired.  

Los moderadores pasan horas sin descansar frente a pantallas en las que todo el tiempo se despliegan fotos de genitales, sangrientas peleas callejeras y bombardeos suicidas. No hace falta decir que estar expuesto tanto tiempo a este tipo de materiales tiene sus consecuencias. Los moderadores frecuentemente luchan contra problemas de insomnio, abuso de sustancias, depresión e incluso con síndromes de estrés postraumático. A pesar de que algunas de las compañías ofrecen consultas gratuitas a sus empleados, muchos prefieren no asistir con los psicólogos y lamer sus heridas psicológicas ellos mismos.

Cada persona es diferente y a algunos les parecen más impactantes ciertos contenidos que a otros. A veces simplemente tienen que parar y tomarse un descanso antes de seguir.

Aunque la mayor parte del trabajo se hace en el extranjero, también existen moderadores en suelo americano. Los recién graduados dedicados a esta labor llegan a ganar en una hora lo que sus equivalentes filipinos ganan en una jornada completa de trabajo. Sin embargo, el daño psicológico es el mismo. La técnica principal para evitar, o al menos prolongar la llegada de estos males, es la disociación emocional.

La mayoría de los videos de violencia son subidos a la red por los propios perpetradores. Son como trofeos; están orgullosos de lo que han hecho y no pueden evitar compartirlo con el mundo. Aunque a nosotros nos llega una versión esterilizada de lo que realmente se postea, si tuviéramos acceso a internet en crudo todo el tiempo veríamos no sólo en posts, sino en los comentarios de notas, muestras de racismo, sexismo y fanatismo. Nosotros podemos escapar de esto cerrando nuestras computadoras, pero los moderadores tienen que seguir analizando un contenido tras otro, hasta que alguno los golpea tan fuerte que tienen que detenerse y respirar.

Para los que recordamos el internet de antes, esa versión más brutal de los odios y las perversiones del inconsciente colectivo, la red de ahora parece demasiado impecable. Da la impresión de que los ánimos se han moderado, de que a pesar de que cada vez más gente tiene acceso a una cámara digital o a una computadora, la interacción es más amigable. Sin embargo, esta es sólo una ilusión creada por un ejército de moderadores que son el primer frente entre los usuarios y la sordidez de lo humano.