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"El Big Bang, que en nuestros días se coloca como el origen del mundo, no contradice el divino acto de creación, sino que lo requiere", aseguró el Papa Francisco

el-papa-franciscoLa ciencia y la religión han sido nociones divergentes, cuando no francamente contrapuestas. Sin embargo, la historia de sus desaveniencias ha llegado al punto donde buscar un campo de acuerdo entre la evidencia y la fe se vuelve necesario en beneficio de la investigación científica y la religión. Al menos ese parece ser el nuevo empeño del polémico Papa Francisco.

El lunes pasado, el Papa se reunió con prelados y científicos en la Academia Pontificia de las Ciencias, donde hizo declaraciones que buscarían reconciliar los dogmas creacionistas con la teoría del Big Bang:

Cuando leemos en Génesis el relato de la Creación, nos arriesgamos a imaginar a Dios como un mago, con una varita mágica capaz de hacerlo todo. Pero no es así. El Big Bang, que en nuestros días se coloca como el origen del mundo, no contradice el divino acto de creación, sino que lo requiere. La evolución de la naturaleza no contrasta con la noción de la Creación, pues la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan.

El objetivo del congreso es producir un documento que ayude a mejorar la educación de científicos y educadores católicos para reconciliar la ciencia y el dogma de fe, noción problemática e incluso incompatible con la del ateísmo. Y no faltan motivos para levantar estas sospechas: después de todo, la Iglesia es una institución caracterizada por su trato despectivo y criminal hacia los científicos. Basta recordar la excomunión de Galileo en el siglo XVII por su modelo heliocéntrico, que echaba por tierra las pretensiones de un universo ordenado donde el hombre ocupaba el centro de la creación (evento a menudo referido como la primera gran herida narcisista de la humanidad, seguido por la inflingida por otro hombre de ciencia, Charles Darwin, que coloca al hombre dentro de un orden trivial en la evolución de las especies).

Sin embargo, el punto de vista reformista de la Iglesia en el siglo XXI busca puntos de acuerdo con la ciencia, ya sea por una legítima voluntad de resolver los inminentes problemas ecológicos y sociales del mundo, ya sea por perpetuar su existencia dentro de las instituciones de poder, evolucionando, irónicamente, en su planteamiento del mundo como obra divina, "mágica".

Los Papas Pío XII y Juan Pablo II realizaron tibios intentos de reconciliación entre dogma y ciencia. Benedicto XVI puso la reversa (teólogo, finalmente) al declarar en 2011 que "el Universo no es resultado del azar, como algunos nos querrían hacer creer. Al contemplarlo, se nos invita a leer algo profundo en él: la sabiduría del Creador, la incansable creatividad de Dios".

Pero el Papa Francisco se ha hecho famoso por ser pieza clave en la búsqueda de puntos de acuerdo entre la religión católica y el mundo actual, por lo que en su intervención declaró que el trabajo científico debe continuar, no para hacer que todo encaje en el dogma, sino para ayudar a la humanidad.

El concepto bisagra de esta reconciliación es la libertad ("libre albedrío") que, según Francisco:

lleva al hombre a nombrarlo todo y a avanzar por la historia. Esto lo hace responsable de la creación, de modo que pueda dominarla para desarrollarla hasta el fin de los tiempos. De este modo, el científico, y sobre todo el científico cristiano, debe adoptar un acercamiento de proponer preguntas relativas al futuro de la humanidad y de la Tierra, y, de modo libre y responsable, ayudar a prepararla y preservarla, al eliminar riesgos al medio ambiente de naturaleza tanto natural como humana.

Con información de The Daily Beast.