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El espíritu lúdico y subversivo de muchos de sus textos encajaría en cualquier canon de literatura infantil y juvenil hoy, aunque en su época no existieran esas categorías editoriales ni ese mercado

cortazar y niños

Cortázar tenía a un niño rebelde en la cabeza. En una carta, a propósito de Rayuela, decía que siempre estaba queriendo “quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana”. Como una Alicia que abre una puerta, como sus protagonistas en el cuento “Final de juego”:

Abríamos despacio la puerta blanca, y al cerrarla otra vez era como un viento, una libertad que nos tomaba de las manos, de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia adelante. Entonces corríamos buscando impulso para trepar de un envión al breve talud del ferrocarril, y encaramadas sobre el mundo contemplábamos silenciosas nuestro reino.

Ese reino, siempre un territorio propio, apropiado, es el de la infancia. Y aunque Cortázar no escribiera pensando en un lector infantil o juvenil, esos lectores se han visto reflejados en sus historias, han atravesado el espejo.

La investigadora Marcela Carranza dice:

Cortázar tiene mucho juego, mucho espíritu lúdico, mucho humor y desenfado, es absolutamente ‘poco serio’ y es consciente de ello. Muchas reflexiones suyas, por ejemplo en La vuelta al día en ochenta mundos lo afirman. Cortázar se niega a los pedestales y las sacralizaciones, no se toma en serio ni siquiera a él mismo, y por eso suena tan joven, tan vital y tan auténtico.

Con Carroll comparte el nonsense. Basta recordar sus “Instrucciones para subir una escalera”, dice el escritor Manuel Peña Muñoz, o ese cuento, “Final de juego”, sugiere el profesor Oscar Caamaño.

O el poema del Jabberwocky en A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, la secuela de El país de las maravillas

Sorprende su proximidad con el capítulo 68 de Rayuela, parece su continuación:

JabberwockyEra cenora y los flexosos tovos

en los relonces giroscopiaban, perfibraban.

Mísvolos vagaban los borogovos

y los verdirrianos extrarrantes gruchisflaban.

¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos.

Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

¿Dónde empieza y dónde termina la voz de cada autor? ¿Dónde empieza y dónde termina la infancia y los textos para niños y jóvenes? Ni Cortázar ni Carroll dieron la respuesta. Pero en sus obras, el crecimiento y el descubrimiento parecen no agotarse nunca.

 

Monstruos y navegantes portugueses

El año que Cortázar publicó Rayuela es el mismo año que Maurice Sendak publicó Donde viven los monstruos (1963). Ambas obras definitivas e inaugurales. Un juego de niños, la rayuela, es la historia de una Maga que atrapó a un público joven como hoy atrapan los best sellers de John Green. Fue un fenómeno editorial y literario que tenía a todos leyendo la misma historia de amor, al fin reflejada en una estructura y narrativa atípicas que se correspondían mejor con la naturaleza anárquica del amor juvenil. Y no tenía la etiqueta de literatura juvenil, porque esa es una categorización relativamente nueva, pero fue su público natural.

Donde viven los monstruos también fue un parteaguas. Con él se abrió un nuevo tipo de libro, el que proponía un diálogo entre texto e imágenes, el libro álbum. Si bien no era nuevo ni era el primero, sí fue el que detonó una nueva ola (mercado) de libros para niños, que en Latinoamérica no se empezarían a producir sino hasta 20 años después, cuando Cortázar ya había muerto.

Antes de la década de los 80, explica Manuel Peña, la literatura infantil no era tema ni para editores ni para autores.

cortazar gatoAsí que intentar hablar de libros para niños y de Cortázar me hace pensar en los navegantes portugueses. Cuando los antecesores de Colón cruzaron el Ecuador no supieron leer las constelaciones que se les revelaban, no podían verlas, muchos se perdieron. Era imposible que, Cortázar, aun visionario y transgresor como era, navegara por ese nuevo confín de libros para niños (que tanto se ha prestado al juego, la innovación, la desobediencia, como lo hizo Rayuela) porque todavía no existía.

Cortázar, creador de universos hechos de palabras nuevas, misteriosas, fantásticas, surrealistas, hubiera podido sumarse a Tomi Ungerer, Leo Lionni, David McKee, que desde los 50 ya habían empezado a experimentar con nuevos formatos e historias muy imaginativos para el lector infantil. Pero ese era un hemisferio que a pocos interesaba explorar. No existían los mapas ni las brújulas de ahora.

“No consideramos que el niño como lector haya sido una preocupación para Cortázar. Más bien es su mirada la que puede coincidir con la mirada del niño, en ese extrañamiento frente a las cosas que parecen más obvias y que le permite producir textos tan originales como las ‘Instrucciones para…’”, opina Oscar Caamaño.

 

Cortazar-Oso_portada

Un oso solitario

Hubo un cuento, sin embargo, uno solo, que se sepa, que Cortázar escribió especialmente para niños. Para los hijos de su amigo Eduardo Jonquières, pintor y poeta, así lo revelan los buscadores de tesoros de Los Libros del Zorro Rojo, quienes revolvieron ese inventario de instrucciones, ocupaciones raras y material plástico que es Historias de cronopios y de famas (libro particularmente afín a la infancia), y encontraron el "Discurso del oso” (coeditado en México por Ediciones Tecolote). El extraordinario y poético andar de un oso por las cañerías de un edificio. La edición, ilustrada por Emilio Urberuaga, “devolvió” el texto a su destinatario infantil original, dice Marcela en una reseña para la revista Imaginaria.

“El oso que transita, contempla, disfruta y acaricia, no es sino un pequeño paréntesis que se abre en la rutina para dar lugar a la belleza, el misterio y el goce”, escribe Carranza.

Y nada más. No hay registro de otros textos escritos para niños. Hay quien duda incluso del “Discurso del oso”.

Poco importa.

Cortázar tenía un niño rebelde en la cabeza.

A 100 años de su nacimiento, cualquiera podría apostar que no sólo caminó con Verne y con Poe, a quienes leyó intensamente de niño. Cortázar viajó al País de las Maravillas y regresó con sombrero y pipa, persiguiendo a un conejito (de esos que escupía su personaje en la “Carta a una señorita en París”), entre criaturas extrañas, gatos y liebres, de la mano de un cronopio.

Blog del autor: linternasybosques.com  Expediciones a la literatura infantil y juvenil

Facbook: Linternas y Bosques

Twitter del autor: @cordovadolfo