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Cada vez nos gustan más los traseros grandes, ¿qué revela esto de nuestra cultura?

Por: Luis Alberto Hara - 09/22/2014

La compartimentalización del cuerpo no solamente promueve visiones limitadas de las mujeres sobre sí mismas, sino que muestra cómo el mercado cambia para promover algo que simplemente la gente no tiene (volviéndolo, por lo tanto, deseable)

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Cuando Jennifer Lopez aseguró su trasero por un millón de dólares (aunque otras leyendas dicen que por 300 millones), el mundo comprendió que el derrière femenino alcanzaba un nuevo status aspiracional dictado por el mercado. Y es que es el mercado (y no las implicaciones evolutivas/antropológicas asociadas al cuerpo) es el que ha compartimentalizado el cuerpo femenino y lo ha transformado, parte por parte, en producto.

Las mujeres no son dueñas de su cuerpo: el cuerpo es únicamente un sucedáneo en desarrollo, un punto de partida. La cultura del fitness, los gimnasios, las dietas y la aceptación expresada en likes a través de redes sociales son los verdaderos dueños del cuerpo.

Durante los 90, los senos eran mucho más prominentes gracias a la exposición de figuras como Pamela Anderson o Carmen Electra, aunque canciones como “Baby Got Back” o “I Like Big Butts” de Sir Mix-A-Lot atizaban una reconsideración del trasero como fuente de deseo y atracción sexual.

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Para la doctora Myra Mendible de la Universidad de Florida, los traseros grandes han sido connotados como la imposibilidad de las mujeres para controlarse a sí mismas, y por ende, sus poseedoras han sido asociadas a un carácter moral inferior. Esto tenía implicaciones también en el orden social: “Las mujeres de ‘clase alta’ no cargaban equipaje excesivo en la cajuela”; el cambio vino cuando el mercado dictó que los traseros grandes eran “signo de autenticidad”, y reafirmó esto a través de muchos productos culturales.

Los traseros grandes son signos de un empoderamiento idealizado: piénsese en Beyonce y las narrativas de independencia de canciones como “All The Single Ladies”, o de una vuelta a las raíces originarias como “Anaconda” de Nicki Minaj. “Shake It Off” de Taylor Swift admite también una lectura similar: una mujer blanca que admira el ritmo y la “autenticidad” de las mujeres negras a través de sus cuerpos (transparentando además una suerte de culpa racial histórica).

Después de que JLo, Kim Kardashian, Sofía Vergara y la fugazmente célebre Vida Guerra extrapolaron la imagen de la "latina caliente" y la volvieron otro nicho de mercado a través de la celebración del trasero, Rihanna, Serena Williams y Pippa Middleton, además de las celebridades antes mencionadas y el fenómeno del twerking, han “inflado” la idea del trasero grande como una fuente de reconocimiento, empoderamiento y libertad individual… dando lugar a una larga línea de productos y procedimientos cosméticos para quienes no lo poseen naturalmente.

Twerking (descripción gráfica)

Shirley Madhère es una cirujana plástica del SoHo. Ella afirma que “sin importar el grupo etario o la etnicidad, se trata de esa forma de reloj de arena…”. Esto se consigue a través de implantes o liposucciones en las zonas aledañas al trasero.

Anna Kaiser, entrenadora del gimnasio AKT in Motion de Nueva York, ofrece rutinas de ejercicios para quienes “lo quieren como cuando tenían 16”. Erika Nicole Kendall, otra entrenadora personal, enfatiza la narrativa de superación a través del fitness: “Les digo: ‘Te tomará literalmente entre 8 y 24 meses, ¿estás lista?’. Cuando les pregunto qué tipo de idea tienen en mente, es usualmente el de alguien con un gran trasero y piernas cortas”.

El problema, naturalmente, son las expectativas exageradas con respecto a la propia anatomía. Al igual que la pornografía promueve expectativas irreales en los hombres respecto de la forma o funcionalidad del pene, la cultura mainstream promueve a través del mercado una expectativa irreal respecto del cuerpo: no se trata de acceder a la felicidad a través de la salud, ni siquiera de la realización a través de la estética, sino de la aceptación social del cuerpo mientras más parecido sea este a los estereotipos promovidos por el mercado.

¿Cómo combatir esto? Probablemente enfatizando la propia relación con el cuerpo: ¿queremos un cuerpo cada vez más homogéneo y parecido entre unos y otros (“sin importar el grupo etario o la etnicidad”) o un cuerpo sano en una mente sana?