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Las imágenes con las que soñamos, los conceptos que nos definen, son tomados de todas y cada una de las películas que hemos visto

cocteau

Las películas nos han robado nuestros sueños. De todas las traiciones esta es la peor.

Francis Scott Fitzgerald

Hace mucho tiempo ya que dejamos de ser los autores del contenido de nuestros sueños –las imágenes utilizadas por nuestro inconsciente para poblar nuestros mitos más profundos tienen copyright. No somos los creadores ni tenemos los derechos, pero no creo que recibamos cartas de la MPAA obligándonos a presentarnos ante la justicia: en algún momento del siglo XX firmamos un contrato cediendo todo el contenido de nuestros miedos, aspiraciones y pasiones, pensamientos e imágenes a una organización que nuclea a los grandes estudios de Hollywood. Nuestros sueños, las imágenes que los conforman, son fabricados ahora (en digital) en Los Ángeles.

La frase de Scott Fitzgerald se refiere a una de las características más notables de nuestras vidas y da cuenta del impacto que ha tenido el cine en nuestras vidas. Mucho más allá de cualquier probable y estudiada influencia que puedan tener las películas en el comportamiento humano, mucho más allá también de la maquinaria oscura y de los intereses mucho más ocultos, se esconde un hecho –una superposición, un intercambio. No dejamos de imaginar, porque eso sería imposible; pero el contenido de nuestros sueños, las máscaras y lo que se encuentra detrás de ella, los arquetipos, son creados en Los Ángeles. Todos nosotros los usamos para definir nuestras vidas y lo máximo a lo que podemos aspirar ahora es a ser, aunque sea, los editores (quizás nos obliguen a quitar una escena o dos, o debamos cambiar el final; siempre hay problemas con los finales).

Las imágenes con las que soñamos, los conceptos que nos definen, son tomados de todas y cada una de las películas que hemos visto. El amor y la valentía, los piratas y las cumbres de las montañas, el nacimiento y la mismísima muerte. En un acto ritual de hiperrealidad paradigmática dejaron de ser descubiertos para ser descargados –y no hay diferencia entre la copia y algo que también era un mapa pero era, aunque sea nuestro mapa, nuestra propia copia. Los actores y actrices, de dientes blancos y cuerpos modificados en laboratorios para amoldarse a la proporción áurea son verdaderos dioses y diosas y conforman y redirigen nuestro deseo sexual. Son dioses, que a veces actúan de dioses y otras veces cobran millones de dólares por hacerlo.

Por otro lado, el cine ofrece una oportunidad única: no sólo es una ventana al inconsciente, sino que demuestra la maleabilidad y la realidad vertiginosa de su existencia. Es fácil caer en teorías conspiratorias de acuerdo a las cuales es todo parte de un plan macabro de sociedades secretas vinculadas a la francmasonería con el doble propósito de controlar nuestras mentes y a la vez alimentarse de nuestras emociones en juego, de nuestros sueños. Es fácil también hablar de un pasado mágico en que el hombre estaba en contacto con sus propias imágenes. Algo de las dos probablemente sea verdad (si no en este universo, en alguno paralelo donde siempre tengo razón). La reforma protestante, a fines del Renacimiento, prohibió la facultad de imaginar –hizo que imaginar sea un pecado, más mortal que todos los demás. Y perdimos contacto con nuestros arquetipos, pero no dejamos de imaginar. El séptimo arte puede ser visto como la conclusión de un mismo plan (quitar primero la habilidad para luego llenar el espacio vacío), como una ayuda tecnológica: del mismo modo que la escritura nos permitió exteriorizar nuestros pensamientos, el cine nos permite exteriorizar nuestras imágenes.

Que esta exteriorización ocurra bajo el auspicio de agencias de inteligencia, sectores poderosos del ejército norteamericano y agencias de publicidad con unas ideas que implican una ética como mínimo compleja es peligroso. Es muy peligroso, porque ya no podemos distinguir si las imágenes que explican nuestro deseo son simplemente una escena de una película que vimos en la adolescencia. Al imaginar, porque podemos seguir haciéndolo de cierta manera, la mayoría de los componentes (incluso la iluminación y el vestuario) son el resultado directo de algunas de nuestras películas favoritas: y si ya no podemos elegir la forma que toma nuestro propio inconsciente, quizás aunque sea podamos elegir el cine que nos gusta, elegir de manera consciente y previsora, cuidada, las películas cuyas escenas serán recortadas y pegadas en las láminas liminales de nuestra vida interior.

En este estado parecemos condenados al destino de Butters cuando no puede inventar un acto de maldad que no haya aparecido antes en Los Simpson; South Park, una vez más, se muestra como el autocorrector de la vida moderna, mostrando en unos minutos bidimensionales la profundidad de la hiperrealidad. La televisión fue creada, en parte, como un medio para contactar con los muertos y el plano astral (y es una señal electromagnética abierta al influjo de deidades gnósticas, según Philip K. Dick). El cine, siguiendo la misma línea, es un modo de comunicarnos con el inconsciente colectivo (que Israel Regardie identifica explícitamente con el plano astral). Si tomamos conciencia del alcance de las películas, de la influencia absoluta que tiene sobre nosotros una industria desquiciada y fuera de control y sobre la importancia de las imágenes que visitamos al soñar y al imaginar, quizás podremos recuperar nuestros arquetipos y retomemos el control sobre la película, sobre el reparto y sobre el final.

Twitter del autor: @ferostabio