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La venta de prendas deportivas se incrementa a niveles hiperbólicos incluso cuando el rango de participación en la mayoría de los deportes está en declive

Hilary Duff seen at the gym in Los Angeles

“¿Para qué ejercitarte si puedes sólo comprar la ropa y pretender que lo haces?” es el nuevo motto de los jóvenes en Estados Unidos.  

Sobre todo en Estados Unidos, la venta de ropa deportiva se ha disparado, incluso aunque el rango de participación en la mayoría de los deportes está en declive. A este fenómeno ya se le ha puesto un nombre: “athleisure” (algo como “atletocio”).

La gente usa pantalones de yoga mientras ve la televisión, pasea al perro o se junta con sus amigos para el “brunch”. Analistas de Barclays estiman que el mercado de ropa deportiva se incrementará al menos 50 % --a más de 100 billones de dólares-- para el 2020, impulsado en gran medida por consumidores que adquieren camisetas de licra y mallas que nunca verán las luces de un gimnasio.

La demanda de ropa de yoga, por ejemplo, va mucho más rápido que la demanda por el deporte mismo. Al parecer, a las personas les gusta más aparentar que hacen yoga que de hecho hacerlo. Ya vimos que David Lynch se puso a diseñar prendas de yoga y la modelo que las luce sale en una azotea de Nueva York, viéndose hermosa, muy alejada de un estudio o algo parecido.

En fin; las marcas de ropa atlética se están beneficiando enormemente gracias a una combinación de bluff y holgazanería (las prendas atléticas suelen ser muy cómodas), y el yoga, sobre todo, se aleja cada vez más de su propósito y origen para servir a la siempre hambrienta y siempre oportunista comercialización del mercado pop.