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En estos días, el futbol ha puesto en boga el concepto de intensidad. Actualmente, la escuela pasa por esa instancia; debemos construir con decisión, con máxima intensidad, nuestro nuevo modelo educativo

Claudio Vieira, School

En estos días, el futbol ha puesto en boga el concepto de intensidad. Los juegos se deciden en función de la intensidad que alcanzan los equipos. La misma España que hace cuatro años fue campeona del mundo, hace dos campeona de Europa y hace uno finalista en Río de la Copa Confederaciones, hoy se retira apenas empezar el Mundial porque no logra alcanzar la intensidad necesaria. Le ganan Holanda y Chile, básicamente por la intensidad con la que han jugado sus juegos.

Entendemos por intensidad el grado de cohesión que se percibe entre cada parte; la densidad con la que se define el todo; la temperatura en la que se desarrolla cada cosa; la convicción con que se hace lo que se hace; la falta de recelo, de especulación, resguardo, duda o lo que sea. Intenso fue el certero ataque a las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre, ante la falta absoluta de intensidad del gobierno gringo y de sus fuerzas de seguridad. Aquellos terroristas tuvieron más intensidad que sus enemigos. Intensidad tuvo Obama cuando ganó, y la ha ido perdiendo hasta ser lo que es hoy. Intenso, siempre intenso, ha sido Fidel Castro, aún moribundo. Intenso es el narco, siempre en guardia. Intenso –vaya si lo fue- era Steve Jobs. Intensidad tiene Facebook. Intenso es Wall Street, que no pierde liderazgo ni aun después de tanta debacle. Intensos fueron Lacan, Nietzsche, Freire, Borges, Faulkner. Intensos son Tarantino, Sean Penn, Beyonce, Tina Turner, Roberto Carlos y muchos anónimos más. Guardiola.

Creo en el valor diferencial de la intensidad. Creo en esa tensión plus que sostiene la acción hasta el final y marca la diferencia. Usain Bolt. Siempre un tono más. Carmina Burana. Creo en esa cohesión que pone al colectivo por encima de cualquier individual y genera, en la mancomunidad, una fuerte energía extra. Los Spurs; Médicos sin Fronteras; el hippismo. Creo que eso que parece fácil y que no lo es depende de intangibles concretísimas. Estoy convencido de que depende de esas cosas que solemos no atender por etéreas, por insustanciales.

Los intensos son tercos, en general. Esa terquedad se puede llamar también tozudez, pero también tesón y entonces se positiva. No hay intensidad sin tesón. Y no hay logro sin tesón. (Valga la digresión: en portugués, tesón, que quiere decir lo mismo que en español, tiene reverberaciones sexuales y eso me parece atractivo). Pero además de tesón, la intensidad adviene cuando hay convicción, sentido por lo que se hace. No motivo, que no trae intensidad sino obligación o intención; los motivos pueden ganar favores, pero no inmolaciones. Si lo que hago me hace sentido, entonces no miro a los lados; no armo un plan B; no pienso qué pasa si no me sale. Y lo que resulta de esa posición vertical y lanzada es la intensidad. Nadie hubiera tumbado las Torres Gemelas si hubiera –siquiera por un momento-- pensado que podía fallar. Mucho menos si no le hubiera hecho sentido.

Hago lo hago porque, si no lo hiciera, entonces no sé qué haría. Eso es Jobs y esas son las empresas que resultan de esas ecuaciones subjetivas. Lo hago porque no sabría no hacerlo y no porque me conviene hacerlo. Es una pequeña gran diferencia. Y en el matiz se aloja toda la distancia entre un buen equipo y un equipo imbatible. Eso es Simeone. La idea de gesta, embutida en el cuerpo. Lástima que ahora nos han quitado los tatuajes, que se los hace cualquiera y para cualquier cosa, pero el tatuarse era el símbolo de aquello que se te metía en el cuerpo y te valía la vida. Fue Mozart.

Cuando el gato acepta que no puede escapar y ya no tiene nada que perder, siempre es más fuerte que el perro que lo tiene aterrado. El gato es débil y huidizo hasta que ya no puede, y entonces se vuelve intenso y letal. Lo mismo que todos, en realidad. Cuando no hay escapatoria, sale lo bueno, lo que te define; cuando estás perdido puedes ser imbatible. Somos los que somos en los momentos límite. (El problema, casi siempre, es que hoy en día la mayoría de las personas no vivimos nuestros momentos límite y entonces no sabemos en rigor quiénes somos y acabamos siendo sólo los huidizos de siempre). Nos bautiza, nos define y nos realiza la máxima apelación. Cuando toca ser quien eres, entonces sabes quién eres. Y eres porque eres intenso, porque vas sin importarte qué.

Hoy en día, la escuela pasa por esa instancia. Tiene la gran oportunidad de no tener escapatoria. Aunque mire y mire a los lados, ya nada ni nadie la rescatará sino ella misma, si es que tiene con qué. Estamos siendo apelados en lo más profundo. Debemos responder con la verdad honda y última; y verticalizarnos a partir de ella. Ganar convicción sobre lo que podemos hacer; cohesionarnos; confiarnos y salir a buscar batalla. Construir con decisión, con máxima intensidad, nuestro nuevo modelo educativo.

La burocracia aburrida que se nos resiste, que está compuesta de millones y de decenas de años, tiene casi todo menos nuestra intensidad y con ella, bien ecualizada, podemos ganarle. Aunque parezca más grande, más fuerte y tenga las estadísticas de su lado; aunque parezca perro contra gato. Nosotros tenemos nuestras convicciones, que son fuertes, y nuestra necesidad de realizarnos mediante la transformación educativa. Pongámonos a prueba. Juguemos nuestro gran juego. Sepámonos acabados, para volvernos imbatibles… No vaya a ser cosa de que tanta convicción se nos vuelva frustración, porque cuando se pasa de madura, cuando se pudre, la convicción se pasa a llamar frustración. Y abundan las biografías de genios frustrados, podridos en su propia falta de intensidad.

Twitter del autor: @dobertipablo