Imagina que eres un cavernícola de hace 45 mil años, reunido con un clan alrededor del fuego: todos usan ropa hecha de cuero de los animales que han cazado, y los cazadores le cuentan al clan sobre las faenas del día. Hicieron un hueco en la tierra y luego lo cubrieron de hojas; esto atrajo a un enorme mamut que cayó dentro. Una presa fácil, una bestia inmóvil. La espera paciente de los cazadores, el arreglo de la trampa, la lluvia que dificultaba la visión, todo eso forma parte de un relato que nuestros ancestros aprendieron a escuchar y esperar con avidez.
En ese contexto, y como bien se señala en un artículo en The Atlantic titulado "The Evolutionary Case for Great Fiction", contar historias podía ser una ventaja respecto a otros grupos rivales o frente a los elementos naturales: relatar una experiencia de vida o muerte podía significar, efectivamente, la vida o la muerte de alguien del grupo. La narrativa prepara a los nuevos integrantes del clan (o de la familia) para afrontar su propia supervivencia.
A través de esa miríada de historias contadas una y otra vez hace 85 mil generaciones, en el periodo Pleistoceno, apareció una de las nociones humanas en el umbral de la evolución: el hombre no es sólo otra especie que forma colonias y se comunica con sus semejantes (como las abejas, las hormigas, los delfines…); el hombre aprende de su propia experiencia subjetiva y la transmite a sus descendientes.
¿Cómo se relaciona el contar historias con la evolución? Una variación que produce solamente 1% más de probabilidades de descendencia que una variación que no lo hace, se vuelve la norma de la población en sólo 4 mil generaciones. La pregunta que se han planteado algunos investigadores es: ¿pueden las historias ayudarnos a producir descendencia?
Charles Darwin, el padre de la evolución, propuso dos teorías: la selección natural y la selección sexual. Para ser relevante como propiedad evolutiva, una variación debe hacer dos cosas: ayudarte a sobrevivir y a producir descendencia.
La literatura nos ha familiarizado con el pensamiento hipotético y la imaginación: ¿Qué pasaría si me embarco en un buque ballenero? ¿Qué pasaría si trato de que Julieta se case conmigo, a pesar de que su familia me odia? ¿Qué pasaría si busco un hombre más interesante que el aburrido doctor Bovary? Al preguntarnos qué pasaría si..., nuestro cerebro realiza una evaluación de bajo riesgo y bajo costo (el costo de la imaginación, que es infinita), lo que nos dota de un inventario de historias más grande de las que podríamos vivir por nosotros mismos.
Al leer, ver películas o series de televisión, no solamente nos entretenemos y pasamos el tiempo libre: al estar en contacto con historias conocemos diferentes experiencias sobre la condición humana; no sólo ampliamos nuestro conocimiento del mundo, de la historia, de las lenguas y de nosotros mismos, sino que contribuimos a que la especie siga adaptándose a nuevas situaciones, ya sea la caza del mamut o qué hacer con la frustración.
¿Y quién no ha sentido en un momento u otro que una buena historia puede incluso salvarle la vida?