Tres años de naufragio, hambre y muerte. La vuelta al mundo de Magallanes y Elcano
Por: Úrsula Camba Ludlow - 05/08/2014
Por: Úrsula Camba Ludlow - 05/08/2014
Muertos de sed, de hambre, esqueléticos, andrajosos, tambaleantes, enfermos y algunos moribundos: Así regresaron los hombres que dieron la vuelta al mundo por primera vez. De niños, nos dijeron que un señor portugués, Hernando o Fernando de Magallanes había sido el primer hombre en dar la vuelta al mundo. No nos dijeron en qué circunstancias. A mi el tema me parecía aburridísimo y la verdad no entendía que tenía eso de interesante, ni por qué había sido una gran hazaña. Se subieron a un barco, zarparon y después de algunos meses regresaron al lugar del que salieron ¿o no? Poco o nada imaginamos de las penurias, el hambre, las aventuras y los peligros que corrieron esos hombres pero también de los prodigios y maravillas que descubrieron en su afán por conquistar la fama y la gloria.
Magallanes había leído a los antiguos y sabía que los continentes eran islas gigantescas, de manera que navegando hacia el sur podría encontrar un paso para llegar al otro océano y de ahí a Asia, a las ansiadas especias (pimienta, canela, clavo).
Se hizo a la mar con 5 barcos y 237 tripulantes que huían de la pobreza, las deudas, la justicia o un mal amor: españoles, portugueses, malayos, flamencos, griegos, alemanes, sicilianos y ninguna mujer.
Zarparon de Sanlúcar de Barrameda. Encontraron algunas tempestades en el Atlántico pero rezaron a San Telmo, patrono de los navegantes, lo cual les trajo consuelo y paz. Llegaron a la imponente bahía de Río de Janeiro donde los recibieron indios dóciles y hospitalarios. Continuaron navegando hacia el sur, buscando el paso entre los dos océanos bordearon las costas y durante 5 meses no encontraron nada más que playas inhóspitas y desoladas, ni un alma, ni siquiera un animal que pudieran cazar para poder comer. Los días y las noches se hacían eternos, la comida empezaba a escasear y el tedio, el hambre y la incertidumbre iban minando de los ánimos de aquellos hombres que comenzaron a dudar si navegar por esas costas desiertas, tan lejos del terruño y de una buena comida y mujeres, había sido una buena idea.
El día menos esperado, se les presentó un hombre gigante completamente solo, lo cual los dejó desconcertados. Le ofrecieron un espejo de metal en el cual se miró y se asustó de su propio reflejo. Posteriormente en la playa apareció un grupo de hombres y mujeres también colosales, cubiertos con pieles, que cantaban y bailaban. Magallanes los bautizó como “patagones” por su gran tamaño y la huella de sus enormes pies en la arena.
En los meses de espera que los marinos “hibernaron”, para dirigirse más al sur, titiritando de frío, escuchando el ulular constante del viento, con cada vez menos víveres y agua, el duro capitán tuvo que sofocar un motín y decapitar a los cabecillas. Magallanes no se andaba con cuentos y no estaba acostumbrado a que se cuestionara su autoridad.
Cuando por fin reanudaron la navegación hacia el sur uno de los barcos se estrelló contra las rocas. Dos meses tuvieron que esperar para intentar salvar las mercancías y objetos que transportaba. Llegaron al tan esperado estrecho y ahí Magallanes fue abandonado por una parte de su tripulación. Los hombres cansados, hambrientos, aburridos o asustados decidieron emprender el regreso y el navío en cuestión volvió a España llevando de “muestra” a un “patagón” que murió de calor a la altura del Ecuador.
Quedaban 3 barcos para continuar la expedición. Después de una borrasca de 36 horas, los marinos divisaron en la lejanía unas grandes columnas de humo (producto del fuego que los aborígenes encendían para protegerse del frío), y ese confìn del mundo fue entonces bautizado, como Tierra del Fuego.
Por fin a través de canales, lograron llegar a ese mar que los sorprendió por su inmensa calma y al cual llamaron: Pacífico, ya que la navegación era tranquila después del frío terrible y el viento incesante de la Patagonia. Pero lo peor estaba por venir: en ese océano apacible los marinos se enfrentaron al hambre y el escorbuto (falta de vitamina C que provoca que las encías se hinchen y sangren) Durante tres meses navegaron por esas aguas tranquilas salpicadas de islotes rocosos que no ofrecían ninguna posibilidad de alimento. En los barcos, ya no quedaba comida: las galletas agusanadas apestaban a orines de rata, de las aguas podridas subía un hedor insoportable. Los más hábiles cazan ratas y las venden a los más desprovistos. Muchos enfermaron de escorbuto y tenían las encías tan hinchadas que son incapaces de comerse a dichas ratas. En ese tramo del viaje murieron 19 hombres, entre ellos un guaraní del Brasil y un gigantesco “patagon”. Y probablemente la misma suerte hubiese sufrido el resto de la tripulación de no ser porque los vientos empujaron los barcos hacia las islas Marianas, habitadas por un pueblo de marinos. De ahí navegaron hasta el archipiélago de San Lázaro, que después será bautizado como Filipinas. El rajá (así lo llamaron) los recibió después de ver una demostración de sus extraordinarias armas y conocer sus periplos gracias al interprete malayo que acompaña al comandante y sobrevive a las enfermedades y el hambre. En efecto, el rajá les ofreció un banquete a los famélicos marineros para que pudieran reponer fuerzas. Pero Magallanes en un acto de soberbia o de imprudencia insistió enérgicamente en que los nativos destruyeran las estatuas de sus dioses y se convirtieran al cristianismo sin recordar que no estaba en posición de exigir. Un sultán rival se resistió a obedecer al capitán y durante un ataque, Magallanes fue herido en la pierna con un flecha envenenada que le causó la muerte. El duro capitán que había ejecutado sin piedad a quienes contravinieron sus órdenes, aquél que al igual que sus hombres había padecido hambre y sed, que había derramado lágrimas al cruzar en el fin del mundo, el estrecho que hoy lleva su nombre, moría muy lejos de su tierra y a la mitad de su sueño de gloria.
Posteriormente, el esclavo malayo-traductor confiado ante la muerte de su amo instigó al sultán para que acabara con el resto de la tripulación. Así, 24 hombres fueron emboscados y muertos, uno de ellos, amarrado a un poste en la playa gritaba a sus compañeros que regresaran por él, que no lo abandonaran, mientras el resto huía en dos naves, ya que la tercera estaba demasiado averiada para soportar la navegación de regreso a España.
Al llegar a Indonesia y a Las Molucas, lugar de las codiciadas especias algunos sobrevivientes cansados y temerosos de las peripecias, el hambre y el escorbuto de la travesía prefirieron establecerse en esas tierras ya dominadas por los portugueses. Ahí, Elcano, compró y embarcó las especies (motivo del viaje) para con ello pagar la expedición. Finalmente los marineros restantes, rodearon la costa africana, cruzaron por el Cabo de Buena Esperanza y remontaron el camino de vuelta.
Ya nadie los creía vivos: tropezando, llorando y rezando, esqueléticos y enfermos llegaron en un barco maltrecho, que hacía agua por todos lados, al puerto del que habían zarpado casi 3 años atrás. Sebastián Elcano al mandó del único barco que quedaba de los cinco que zarparon con Magallanes, completó la vuelta al mundo con sólo 17 sobrevivientes de los más de 200 que zarparon en esa aventura. Vivir para contarlo.
Referencia:
Carmen Bernand y Serge Gruzinski. Historia del Nuevo Mundo. Del descubrimiento a la Conquista, la experiencia europea, 1492-1550, FCE, 2005, México.
Twitter de la autora: @ursulacamba
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