Extrañas lecciones de William Burroughs antes de morir
AlterCultura
Por: Alejandro Martinez Gallardo - 05/15/2014
Por: Alejandro Martinez Gallardo - 05/15/2014
En los últimos años de su vida, el gran sacerdote vampiro de los beatniks, William Burroughs, decidió llevar un diario. Ese diario, que llenó con un poco de su método cut-up y sueños y frases que parecían perseguir su memoria, en un flujo fracturado que probablemente ya no aspiraba a ser una narrativa, a fin de cuentas, constituye las últimas palabras del autor de Ciudades de la Noche Roja (la inesperada obra maestra del virus de Burroughs). Al morir sus diarios fueron recuperados bajo el título de Last Words, una obra que no merece mucha atención más que la de aquellos especialmente devotos de Burroughs. Ahí, sin embargo, podemos vislumbrar un pedazo refulgente de su obsesión: las drogas, la policía, los gatos y el amor.
Burroughs recibió su educación en Harvard, aunque su verdadera escuela fue la heroína, los mancebos y la paranoia. Entendió, después de matar a su esposa jugando a Guillermo Tell en México (acaso liberando su deseo inconsciente y abriendo pista para poder copular sin ataduras con jóvenes indígenas en selvas ardientes y buhardillas), que "cada hombre puede hacer su propio universo si puede sonreír con la suficiente fuerza y por el tiempo suficiente". Burroughs era afortunado --además de tener dinero y librarse de la cárcel-, dentro de toda la escualidez y la abyección que exploró, siempre supo reírse.
Después de vivir holgadamente en la Interzona de las drogas, se retiró a Lawrence, Kansas, donde vivió sus últimos años, como un abuelo sagrado de la contracultura, solo con sus gatos y su rifle. Ahi recibió famosamente a Kurt Cobain, admirador suyo: "Lo que recuerdo es la expresión moribunda de sus mejillas. Él no tenía intención de suicidarse. Por lo que yo sé, ya estaba muerto”, recordó "el hombre con un millón de dólares en un brazo", que compartía con Cobain una afición a la heroína.
Un paro cardiaco a los 83 años fue lo que al final se llevó a Burroughs en 1997. Burroughs había escrito que "estamos en este planeta para irnos", con un pie en el espacio. Su amigo, Tim Leary, se había ido poco antes, y sus cenizas disparadas al espacio S.M.I.LE.. Su inspiración para morir había sido Ginsberg, su gran compañero, que había escrito antes de irse: "Pensé que iba a estar aterrorizado, pero, en cambio, estoy fascinado". Y Leary también, con cool zen: "¿Por qué no?".
Burroughs conoció a fondo el dolor y el placer, las dos alas mulicolor del ave de la heroína. Escribió entre sus últimas anotaciones:
No hay nada. No hay sabiduría final ni experiencia reveladora; ninguna jodida cosa. No hay Santo Grial. No hay Satori definitivo ni solución final. Solo conflicto. La única cosa que puede resolver este conflicto es el amor. Amor puro. Lo que yo siento ahora y sentí siempre por mis gatos. ¿Amor? ¿Qué es eso? El calmante más natural para el dolor que existe. Amor.
Para algunas personas puede ser patético que Burroughs, en su ruina final, haya cantado su elegía a sus gatos (aunque quizás era un profeta del dominio gatuno de la Red). Lo cierto es que Burroughs vuelve al amor un analgésico, un opioide, de alguna manera situando su amor en su inescapable infatuación por los derivados de la amapola. El amor está ahí en aquello a lo que nos entregamos, no importa lo que sea: hombre, mujer, flor o jeringa. Amor Puro. Caballo, blanco. Amor: opio de los dioses. El gran amanerado -queer queen-- de las letras termina con una nota cursi (sin dejar su dosis de bizarria). Pero también terriblemente honesta. El gran abuelo que siempre dio consejos a los jóvenes termina con el no-consejo que siempre escuchamos. Buda, Mahoma, Burroughs.
Esto es interesante también porque Burroughs experimentó innumerables malestares debido a su longeva relación amorosa con la heroína (y sus sustitutos). Al parecer notó que el amor curaba o apagaba el dolor como un sueño de opio. Paracelso también escribió que el amor es la mejor medicina. Este es el cliché, pero la experiencia habla. En ese mismo lugar común se arrastran los adictos y los alquimistas por agujeros de gusanos. Recordar que la enfermedad es tan real como el amor que podamos realizar.
Al parecer su amor por sus gatos era real, hasta la fantasmagoría. Sus gatos fueron asesinados, Calico y Learnard. Los recordaba con un agudo malestar. "En los espacios vacíos en los que estaba, eso duele físicamente. El gato es parte de mí".
Algunas personas no lo saben, pero Burroughs fue el gran profeta de lo que acabaría siendo la guerra contra las drogas, a la que siempre vio como un pretexto para crear una sociedad de control y crear un aparato de policía internacional, circa 1950. Esto le preocupaba también en sus días antes de morir.
Así que por qué no ver su pretexto, y golpear al Mal de la Guerra Contra las Drogas. Las sumas involucradas en el lavado de billones de dólares, mientras que las personas son sorprendidas con morfina y colgadas.
Sí, toda la horda pestilente nacida del Harrison Narc Act es maligna con respecto a todo lo que el Homo Sap puede crear --con respecto a la frontera espacial. En una mailgna intervención de influencia Alien (a mamíferos residentes). Y como siempre Homo Sap se lo traga como la forma correcta de proceder.
"Construiremos más prisiones", Bush masculló.
"Ya tenemos un millón dentro".
Y un consejo de salud de Burroughs en sus postrimerías: "Si la máquina suave sirve, no la arregles" (la máquina suave es el cuerpo). Burroughs creyó siempre que existían mecanismos de control que invadían el cuerpo y la mente --terrestres y extraterrestres, propios y ajenos. Y a la vez siempre fue un tipo a la vieja usanza: si las cosas están bien, no le muevas. No trates de programarte más. Eso es estar contento.
Twitter del autor: @alepholo
Lee la primera parte de Last Words