*

El Inversor: Un simple ejercicio

Por: Pablo Doberti - 05/29/2014

La escuela puede ser también una experiencia frustrante lo cual, a su manera, puede ser provechoso, pues reconocerlo implica comenzar a construir la forma de revertir esa situación
murs

Fotograma de Entre les murs (Laurent Cantet, 2008)

Hicimos un ejercicio simple. “¿Cuéntanos tus recuerdos de tu escuela?” Éramos varios y diversos. “Cuéntanoslos en tres minutos; cifra tus recuerdos en algún relato breve.”

Temíamos los estereotipos, las reconstrucciones convergentes que la escuela nos enseña a hacer. Complacer y complacernos. Temíamos relatos cándidos que resaltaran la dimensión loable de la escuela, las abnegaciones conmovedoras de las maestras, los deberes necesarios y cosas por estilo. Pero no.

El primero fue un relato de frustración profunda: mi escuela nunca me entendió; no me dejó ser el que yo quería ser; me hizo sufrir. El segundo contrastó su amarga experiencia escolar mexicana con su gran experiencia de high school en Estados Unidos; destacó la libertad de la segunda, su apertura, la motivación general. La tercera persona empezó contando que su experiencia había sido maravillosa; que había disfrutado muchísimo la escuela… y mientras contaba qué había disfrutado de la escuela concluimos que, más que haber disfrutado la escuela, y menos por la escuela, ella había disfrutado mucho en la escuela, pero por fuera de lo escolar. Teatro, artes, compañeros, recreos y excursiones. Y así siguieron, uno tras el otro. Cayeron experiencias oscurísimas; otras matizadas, realizadas en las periferias de lo escolar y de la escuela; algunas amnesias sintomáticas y casi totales. Un telón veteado pero gris se desplegaba en el fondo de nuestra convivencia; una tensión de algo nos levantaba y nos coaccionaba.

La conclusión se impuso sin esfuerzo: lo escolar de la escuela no nos volvía como realización personal. Al contrario, cuando volvía, lo hacía como frustración, como opresión, como resistencia a mi propia realización personal. Como impedimento.

El ejercicio fue hecho con un grupo de educadores, hablando de educación. Personas que tenemos a cargo, directa o indirectamente, instituciones educativas. Personas –en definitiva-- que todos los días alimentamos un modelo que deploramos. Profesionales que dedicamos nuestras vidas a desplegar una institución que no nos dejó realizarnos.

Caímos en la trampa. Nos dejamos atrapar por nuestras propias contradicciones.

Pero el problema no es que hayamos caído en la trampa, sino qué haremos mañana, después de habernos contrastado. ¿Cambiaremos? ¿Haremos de nuestra contradicción un motor de transformación? ¿Mantendremos la incomodidad hoy lunes? ¿O reabsorberemos, como nos enseñó la escuela? Y nos justificaremos y diremos que no podemos y que más adelante y que tampoco es para tanto y así…

El encuentro era para discutir la otra escuela, la escuela por venir. Y el ejercicio estuvo bien porque no hay manera de discutir la otra escuela si no entramos en crisis con esta escuela. Sin crisis, la discusión queda hueca, no enraíza, no nos involucra.

La dinámica fue calentándose, porque a medida que avanzábamos más incómodos nos poníamos… con nosotros mismos. Sentimos que aquélla invitación abstracta y fría a discutir la nueva escuela se había vuelto de pronto una apelación violenta, incómoda, activa y desestabilizadora. Y hubo que acabar antes. En parte porque a esa hora empezaba la final de Champions, pero en parte también porque aquéllo que había empezado como un ejercicio retórico más, neutro y tranquilo (más o menos entretenido), se había vuelto ahora una implicación inesperada y muy poco práctica para esa tarde soleada en el D. F.

Dijimos "basta"; sacamos la foto de familia de los 22 o 23 que éramos y nos volvimos cada uno a lo suyo. De aquí en más, el problema será qué querrá decir lo suyo para cada quién.

Yo quedé satisfecho. No fue una discusión, fue una apelación. O fue un encuentro; fue un fructífero y honesto desencuentro. ¿Cuál es la diferencia? En la discusión, participo racionalmente, con esa distancia emocional que me protege y me resguarda. En la apelación, ya no tengo salvación; quedo involucrado. Aunque niegue, aunque pretenda desconocer, ya nada será lo mismo.

Ya estoy de regreso en Sao Paulo.

Twitter del autor: @dobertipablo