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No hice de la elección de la escuela un proceso demasiado obsesivo. No recorrí muchas escuelas; no las recorrí muy exhaustivamente; tuve muy pocas entrevistas durante el proceso de selección. No fue –no recuerdo que fuera– un proceso de “vida o muerte”.

Seated woman reading with child by Raphael

Tengo 5 hijos, de muy diferentes edades. Viví en Buenos Aires, Caracas, México D.F. y ahora vivo en Sao Paulo y en todas las ciudades escolaricé al menos a alguno de mis hijos. Trabajo en educación y, particularmente, en el segmento de la escuela básica. Soy amigo de muchísimos dueños de escuelas, funcionarios e investigadores educativos. Formo parte de la empresa más grande de material didáctico de Latinoamérica. Tomé la decisión de la escuela de mis hijos con dos madres diferentes, muy diferentes entre ellas, además.

Yo mismo estudié mi escuela primaria en escuela privada y la secundaria en escuela pública. Hice universidad pública. Todo en Buenos Aires.

En medio de todos esos condicionantes, escogí las escuelas de cada uno de mis hijos. Y ahora empieza el periplo universitario para los mayores.

Lo primero que recuerdo es que no hice de la elección de la escuela un proceso demasiado obsesivo. No recorrí muchas escuelas; no las recorrí muy exhaustivamente; tuve muy pocas entrevistas durante el proceso de selección. No fue –no recuerdo que fuera– un proceso de “vida o muerte”. No creía que la escuela que escogiéramos fuera a ser determinante para la vida de mis hijos. Le resté valor.

Le resté valor porque en la dimensión que yo valoro, todas las escuelas son casi lo mismo. Lo que verdaderamente a mí me gustaría que tuviera una escuela no lo tiene casi ninguna. La escuela que yo hubiera querido para mis hijos no existe. Por eso –creo, porque no era tan consciente del proceso– no hicimos del proceso de buscar escuela uno tan detallado y quisquilloso.

Tampoco escogí el camino de la escuela experimental, pequeña, aislada, única y en los márgenes del sistema. No me gusta la escuela nueva como escuela alternativa. No me gusta nada la idea de escuela piloto.

No busqué escuela por la seriedad ni por el rigor. Si la busqué por algo, fue por la energía que sentí que emanaba. Si era buena onda. No le puedo pedir más a una institución que tiene fallas estructurales en sus cimientos y que no va a arreglarlos de un día para otro. Busqué que no hubiera sadismo ni cinismo ni vocación de degradación vertical; o por lo menos, que no se lo propusieran. No fue fácil encontrar con esos filtros, aunque parezcan simples. Muchas veces son endémicos. Pero encontré.

Parece primario, lo sé, pero eso es lo que hice. Y no siento especial orgullo por las escuelas que elegimos. Elegimos varias, porque las múltiples mudanzas nos obligaron a elegir más veces que las que habitualmente una familia elige escuela. Tampoco siento que nos hayamos equivocado demasiado. Fueron escuelas que cuidaron a mis hijos, que no los maltrataron ni física –que era menos probable–ni moralmente. No los torturaron con una carga de estudio avasalladora. Los dejaron vivir.

Tampoco hicieron de ellos genios brillantes. Lo que tienen de bueno, en general, siento que lo habrían tenido en muchas escuelas. Y lo que no, lo mismo. Fui poco a las escuelas y las veces que fui fue por mis hijos, y por mi esposa, más que por mí. Fui sin esperar mucho y volví habiendo encontrado muy poco. Me incomodan los estereotipos y las imposturas de la institución, y me topo con ellos todo el tiempo. Evito discutir con las escuelas de mis hijos. Acabo siendo un padre de los “poco participativos”, y lo prefiero.

En general, no veo tareas con mis hijos sino de vez en cuando. Suelo ver con más frecuencia, de lejos, la escena de su madre haciendo tareas con ellos. Evito meterme, pero me indigno las más de las veces. Con mi segunda esposa hablo de eso. No me gustan las tareas que veo y no me gusta la posición que suelen tomar las madres (y los padres participativos, también) respecto de las tareas. Nos volvemos cómplices de la escuela y en contra de nuestros hijos. Carecemos de actitud crítica sobre algo que merece muchísimas críticas, todo el tiempo. Participamos de ese circo hogareño que son las tareas de los niños (sobre todo de los pequeños); circo no muy feliz, dicho sea de paso. Gastado circo de pueblo. En él, los animales están viejos y descuidados; su tigre ni miedo ya da.

Y cuando me involucro en las tareas, les complico la vida a mis hijos. Los llevo por unos caminos que ellos no saben si se aceptan o no, y les preocupa mucho más eso que su eficacia o su goce. Y yo me incomodo con sus incomodidades. Me aburro de sus tareas por lo general antes que ellos y acabo siéndoles de poca ayuda. Prefieren a su madre que es más solidaria.

Leía hace unos días un artículo de Gustavo Ioschpe en la revista Veja, de Brasil. Gustavo es un líder de opinión en educación en el país. Él escribía un artículo llamado precisamente así, "COMO ESCOLHI A ESCOLA DOS MEUS FILHOS". Quiero destacar algunas frases de su articulo, y ponerlas en relación al mío. Primero una de orden ético, diría, que dice más por lo que trasunta que por su literalidad misma. Decía “Para quien puede mandar a su hijo a una escuela privada, la elección es…” y seguía. O sea, para Gustavo, la elección de una escuela privada por sobre una pública es sólo de orden del poder, no del querer. El supone y da por sobreentendido que todos queremos una escuela particular para nuestros hijos, sólo que algunos podemos y otros no. Tal vez la cosa sea hoy día así en Latinoamérica, pero no deberíamos volar tan livianamente por esa premisa que no es buena. Siento que a él, que tanta criticidad pide para sus hijos, le falta criticidad en la aproximación ético-política que hace al problema.

Y luego detalla las 3 razones principales por las que se ha decantado por la escuela de sus hijos. Estimo que por orden de importancia. La primera, “muy rigurosa académicamente, sin ser represora. Muy buenos resultados en ENEM, sobre todo en matemáticas…” La segunda, “un ambiente estimulante –aulas abarrotadas de libros, de material didáctico y de trabajos de los alumnos. En el patio del kínder, hasta hay conejos, peces y tortugas…”. La tercera, “encontré una consistencia muy fuerte entre el discurso y la práctica, y se notaba que había atención en los detalles (por ejemplo, qué tipo de torta de cumpleaños el alumno puede llevar a la escuela en su día)”.

No sé a mi lector, pero a mí, con sólo leerlas así, una tras otra, me parecen pocas razones para escoger una escuela y no otra, de baja trascendencia y, probablemente, de basta aplicación. Quiero decir, debe haber muchas escuelas que cumplen con esos requisitos; tal vez sin lo estrafalario de los conejos, pero no encuentro una seña de identidad fuerte y contundente en esos 3 pilares.

En fin, no creo que valga la pena ponerse tan riguroso como Gustavo dice que se ha puesto a la hora de elegir escuela para sus hijos, si de esas virtudes acaba tratándose. Prefiero guardar las energías para otra coas y seguir pidiéndole a las escuelas lo que ellas no tienen, pero que las haría, de verdad, escuelas dignas de ser elegidas por padres como nosotros.

Twitter del autor: @dobertipablo