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Corsarios, mulatos y saqueos: "Lorencillo", el legendario pirata que puso en jaque al puerto de Veracruz

Por: Úrsula Camba Ludlow - 03/19/2014

El saqueo de Lorenzo de Jácome fue uno de los más escandalosos, terribles y vergonzosos que sufrió Nueva España a manos de piratas.

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Se dicen muchas cosas del legendario personaje Lorenzo de Jácome, alias “Lorencillo”. Que si era holandés, que si era mulato, que si era bajito y de ahí su apodo, que si era rubio y guapo con un bigote “a la española”. Lo cierto es que el corsario, junto con varios cientos de hombres (tampoco se ponen de acuerdo si fueron 600, 800 o 1,200) desembarcó y atracó a sus anchas el puerto de Veracruz una madrugada de mayo hace más de 300 años.

Los piratas infestaban los mares pero en Nueva España no existían guarniciones permanentes en los puertos, ni policía, ni ejército que custodiaran y resguardaran las plazas. Desprotegidas, las costas de Campeche y Veracruz sufrían a menudo los ataques de corsarios ingleses, franceses y holandeses que rondaban las aguas del Caribe y las Antillas para interceptar a las flotas mercantes que hacían la ruta comercial entre América y Europa. Creada para proteger y cuidar el paso de dichas flotas, la Armada de Barlovento no funcionaba con regularidad, así que los puertos estaban a merced de los filibusteros. Aprovechando esas desventajas, un temido pirata perpetró uno de los ataques más sonados que ha sufrido el puerto de Veracruz.

En efecto, el saqueo de Lorenzo de Jácome fue uno de los más escandalosos, terribles y vergonzosos que sufrió Nueva España a manos de piratas. Todo comenzó cuando una mañana, dos embarcaciones anclaron y permanecieron en quieta vigilancia, sospechosamente no desembarcó nadie. Las autoridades pensaron que eran unos navíos cargados de cacao cuyo arribo se había esperado desde hacía días. Los ánimos se inquietaron y el encargado de la plaza trató de organizar las escasas defensas que había disponibles, pero no había mucho que hacer.

En la madrugada del día siguiente, 11 barcos anclaron en el puerto y en medio de oscuridad los hombres desembarcaron tomando a la población por sorpresa.

La ciudad de Veracruz fue sitiada durante 6 días. Hombres, mujeres y niños fueron encerrados en la iglesia parroquial. Los negros y mulatos de la ciudad fueron designados por los piratas para transportar el botín a los barcos anclados. Un religioso, testigo del terrorífico suceso, relata que eran más de 2 mil cargadores quienes llevaron los objetos al barco: carros cargados de plata, baúles, joyas, ropa, etc. Algunos calculan que la cifra de lo saqueado ascendía a la estratosférica suma de 7 millones pesos (en aquel tiempo un caballo o un esclavo podían costar alrededor de 450 pesos).

Mientras tanto, el calor, la humedad, el hambre, la sed y el miedo hacían estragos en los prisioneros; aterrados y hacinados en la iglesia temían la explosión de un barril de pólvora que los piratas habían colocado para desalentarlos de cualquier intento de rebelión o fuga.

A cargo del despojo dentro del templo, un mulato, acompañado de 3 franceses y armado con escoplo y martillo iba arrancando vasos, lámparas, la plata y las coronas de las imágenes, ante la mirada atónita y furiosa de los prisioneros. Los franceses sólo observaban. Cuando llegaron a una de las capillas, se quedaron largo rato mirando los clavos de plata de un Cristo pero no los arrancaron. El vicario los llamó diciéndoles que los tomaran, no fuera a ser que después los culparan de esconder los objetos de valor. Los franceses y el mulato parecían dudar, contemplaban la imagen del Cristo y al cura que, haciendo gestos para darse a entender, insistía en que arrancaran los clavos, e incluso llamó a un hombre para que se subiera a quitarlos y se los diera a los piratas. Otro sacerdote, enojado por la impertinencia del susodicho, le llamó la atención ordenándole que dejara el asunto por la paz. El mulato siguió adelante con su escoplo.

Asimismo, negros y mulatos eran también los encargados de proveer de agua y comida a los rehenes que hacinados en la iglesia se sofocaban. Mientras eso sucedía, un indignado sacerdote acusaba a las negras y mulatas que engreídas se pusieron los vestidos de sus amas y se montaron en los caballos del enemigo paseándose abrazadas de los corsarios por la ciudad. Poco les duró el gusto y caro les salió el chiste, ya se verá por qué.

La ciudad de México recibió la noticia del ataque al puerto cuatro días después del desembarco de los corsarios. Las campanas repicaron, se reunieron hombres, armas, caballos. La gente estaba asustada. Los comercios cerraron sus puertas, en las calles se rumoraba que los atacantes se contaban por miles. Se ordenó que hombres entre 15 y 60 años se presentaran para dirigirse a caballo a defender el puerto. Mientras tanto Lorencillo había pedido un rescate de 150 mil pesos para liberar a los prisioneros.

Los negros del pueblo de San Lorenzo de los Negros acudieron más prontamente al rescate de los desvalidos habitantes del puerto pero fueron rechazados por la artillería de los saqueadores. Lorencillo apura la huida y en la retirada, el mulato del escoplo y el martillo mata a otro hombre por un pleito ya añejo. Lorencillo, que al parecer no era de tan mal corazón, furioso le espeta: “¿Por eso matar a sangre fría? ¡Pues morir tú, perro!” y de un carabinazo, lo mató.

Llevaron a todos los prisioneros a la Isla de los Sacrificios y ahí los abandonaron, con apenas algunas prendas de ropa interior vieja y deshilachada para cubrirse. A las mulatas que días antes se paseaban enjoyadas y engalanadas del brazo de los piratas también las despojaron de todo lo puesto dejándolas en cueros y muy llorosas. Finalmente separaron a negros y mulatos de ambos sexos (unos 1,200) y se los llevaron, abandonando a su suerte a los españoles en la isla con apenas un poco de agua y algo de pan.

Finalmente los infortunados presos fueron rescatados y llevados de vuelta al puerto. Meses después, la Armada de Barlovento recuperó 5 barcos cargados con las mercancías, así como los esclavos robadas por el legendario pirata. Pero Lorencillo siguió provocándole dolores de cabeza a las autoridades virreinales por algunos años más.

 

Referencia

Ursula Camba Ludlow. Imaginarios ambiguos, realidades contradictorias. Conductas y representaciones de los negros y mulatos novohispanos, siglos XVI y XVII, México: El Colegio de México, 2008. 

Twitter de la autora: @ursulacamba

 

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