Algunos dicen que la principal capacidad que deberíamos forjar en nuestros alumnos es la persistencia. Estoy de acuerdo. Me gusta más llamarla tesón, pero hablamos de lo mismo.
Es verdad que no parece tan obvio que el tesón deba de ser la competencia fundamental, la piedra angular de la constitución de la persona que queremos formar. Hay competencias más carismáticas, mucho más respetadas, citadas y anheladas que él. Sin embargo, aquí y ahora primero ponemos la persistencia, y está bien.
Quiero decir que sin persistencia nada de lo demás nos vale para nada. Ni la creatividad, ni la empatía, ni el conocimiento, ni la metacognición. También es cierto que no es tesón por tesón, es tesón para que esas otras habilidades crezcan, se desarrollen y se realicen para algo y en algo. El imaginativo que con tesón se realiza como creador.
¿Qué es el tesón?
Es la sustitución de las ganas por el sentido. Es hacerlo no porque me dé ganas, sino porque me merece la pena. Es la relación directa e intensa con el para qué de cada cosa. Es la mediatización de la justificativa de lo que hacemos. Eso es tesón. Sostener; aguantar; mediatizar la realización; tener paciencia; mirar más lejos; concatenar; metonimizar.
El tesón no es una virtud ética, es una señal de la inteligencia. Es el persistente de verdad, no aquél al que le han enseñado el deber ético de la perseverancia, sino aquél capaz de construir para sí mismo un proyecto más ambicioso, más complejo, más largo y con más espesor. Aquél que logra ver que este inconveniente, que cualquier esfuerzo, puede justificarse como si no lo fuera por un proyecto que se realiza y lo realiza como sujeto. Y eso es inteligencia, en el sentido más abarcador y constitutivo del término.
Esa inteligencia es producto de una buena educación, entendida como formación constitutiva.
Transpirar; insistir; elaborar las frustraciones; probar, aprender, pedir; dar; volver a insistir. Esa trama de verbos discretos y poco carismáticos (mal puestos más del lado de la abnegación que de la virtud) teje la historia más carismática de los proyectos realizados. Siempre, detrás de cada realización, hay un mundo de esos “verbos menores” haciendo su trabajo, todos los días, a todas las horas. Una trama sólida y densa de historias silenciosas y diarias preparando lo que va a venir. Siempre.
Y eso se aprende o no se aprende en la escuela. No sólo en la escuela, pero también en la escuela. Eso se sistematiza y se consolida como un valor constitutivo en la escuela, en el proceso educativo de cada uno de nosotros. Si la escuela está fracasando, es en eso —precisamente— en lo que hoy día fracasa.
La fórmula del bueno no es intentarlo, es volver a intentarlo. La realización no se juega en el talento inmediato, sino en la competencia mediata que resulta de un trabajo perseverante y tenaz. El talento inmediato, la buena disposición “natural”, más puede perjudicarnos que ayudarnos. Muchas veces, no es bueno ser muy bueno rápidamente; el rápido brillo a veces encandila. Porque me hace parecer que ya llegué, cuando en realidad recién estoy saliendo. Crea espejismos. Confunde y anticipa la realización sin el camino necesario y constitutivo de la perseverancia. No hay talento consistente sin tesón. No lo hay.
¿Cómo se enseña el tesón?
No se enseña, se educa, que no es lo mismo. Quiero decir que no se traspasa ni se declama, sino que se forja; se desarrolla mediante un proceso educativo en cada uno. Es un acompañamiento; es un conjunto inteligente y organizado de observaciones, modelaciones, intervenciones (no muchas) y realizaciones. Eso es ser maestro formador. Gestionar procesos complejos, evitando la anticipación declarativa. Impulsar. Contener. Propiciar.
El tesón no es un tema. Ni de ética. Vuelto tema es vuelto muerte y expiación. “Ya pasé por el tesón; ya aprendí el tesón. Pasemos a lo que sigue…”, como si algo le siguiera. No. Al tesón le sigue más tesón. Y más. Y si en algún momento sobreviene la realización (que podríamos considerarla el corolario del proceso perseverante), nunca ésta es pura; es siempre punto de consolidación de cara a un nuevo proceso, que volverá a reclamarnos del mismo tesón que nos trajo hasta ahí. Y así sigue…
Niños tesoneros. Jóvenes persistentes. Una sociedad con conciencia del sentido de insistir. El que insiste, insiste porque cree. Y además, porque ve; porque ve más allá. No se puede insistir sin creer. No se puede trascender el mero esfuerzo si no es viendo lo no visible, construyendo, allá en el frente, el sentido que hoy no tiene lo que hoy estoy haciendo. Es proyecto. Más allá. Porvenir.
Ni la escuela de hoy, ni la iglesia de hoy —valga el paralelo—, trabajan bien esta competencia. Como instituciones, ellas mismas se han dejado llevar y se han vuelto inmediatistas, efectistas, cómodas y acomodaticias. Se han perdido en el camino. Ya no son las instituciones tesoneras que supieron ser. Ni son tesoneras ni forjan tesón. Debemos recuperarlas. La escuela —al menos— está en mi perímetro de responsabilidad. A eso me dedico. Ese es mi desafío.