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Una de las paradojas más nítidas de la existencia humana es el fantasma de la felicidad, uno que perseguimos sin cesar, sin saber que también nos habita, que también está aquí.

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Hay demasiado sobre la muerte,
sobre las sombras.
Escribe sobre la vida,
sobre un día normal,
sobre el deseo de orden.

 - Adam Zagajewski, fragmento de “Una carta al lector”

 

Una de las búsquedas más esenciales en la vida es la felicidad. Esa Ítaca prometida que casi siempre se ve a la distancia, allá afuera, lejos; o que se habita por periodos repartidos a lo largo de nuestras vidas. Lo más seguro es que estos periodos en que nos sentimos plenos sean una suerte de develación de algo que siempre estuvo allí y no algo que alcanzamos mediante la práctica de fórmulas externas. Sin embargo esta incansable búsqueda tiene cientos de vertientes, a cada quién le llega por senderos distintos, y se ha vuelto uno de los temas preferidos de la modernidad y, por supuesto, de la ciencia.

La mayoría de las personas acepta que la felicidad es mucho más que un golpe de dopamina o de eventos positivos: que es una suerte de paz general, discreta, armónica, que poco tiene que ver con la frivolidad. Entonces, como tal, como estado mental, la felicidad puede ser en gran medida intencional y estratégica.

Sin importar si tu frecuencia habitual es alta o baja, entusiasta o sombría, tus costumbres y rutinas pueden mover la aguja de tu bienestar. Documentos académicos recientes han “enlistado” algunos hábitos de aquellos que son “felices”, y sus listas proporcionan una especie de instructivo que podemos emular. Al parecer la gente feliz se involucra en hábitos contradictorios que parecen, a primera vista, actos infelices.

 

La recompensa del riesgo

Las personas más felices parecen tener un entendimiento intuitivo del hecho de que la felicidad sostenida no se trata en lo absoluto de hacer siempre las cosas que les gustan. También requiere crecimiento y aventuras fuera de los límites de nuestra zona de confort. De lo contrario esa felicidad se vacía rápidamente de sentido. Los psicólogos Todd Kashdan y Michael Steger encontraron que cuando los participantes de su experimento monitorearon sus propias actividades diarias y cómo se sentían a lo largo de 21 días, aquellos que regularmente sentían curiosidad también experimentaban más satisfacción en sus vidas.

La curiosidad, no obstante, es fundamentalmente un estado de ansiedad. Se trata en gran medida de exploración, y a veces a costa de felicidad momentánea. Pero al parecer la gente feliz acepta la noción de que estar incómodo y vulnerable puede no ser un camino fácil, pero es la ruta directa hacia la fortaleza y la sabiduría. Esto, combinado con los placeres sencillos que cada quien conoce a su manera, es una de las formas de la felicidad.

 

Pasar de largo algunas vicisitudes de la vida

Una crítica común hacia las “personas felices” es que no son realistas, que navegan por la vida gozosos ignorando el dolor y los problemas suyos y del mundo. Esto es verdad en el sentido de que las personas satisfechas no son muy analíticas ni reflexivas, y tienen muy poco escepticismo. Tienden a ser demasiado confiadas y por lo tanto víctimas de sarcasmo y mentiras.

Definitivamente tener ojo para los tejidos más finos de la existencia y darse cuenta de que no todo es soleado y maravilloso es una tarea fundamental, ya que es la fuente de las preguntas importantes de la condición humana y del universo. Sin embargo, demasiada atención a los detalles puede interferir con un funcionamiento básico del día a día, como lo muestra la investigación de la psicóloga Kate Harkness. Ella encontró, por ejemplo, que las personas deprimidas o tristes tienden a darse cuenta de los cambios minúsculos en expresiones faciales, mientras las personas felices pasan por alto esas alteraciones (i.e. un gesto sarcástico, un gesto de fastidio). Así, las personas felices tienen una protección emocional natural contra la insolencia y cinismo de los demás. En este sentido –y sólo en éste– aquella famosa frase que reza que la ignorancia es la felicidad, guarda su verdad.

 

Un momento para cada emoción

Las personas más sanas psicológicamente son aquellas que se permiten estar tristes cuando lo están, felices cuando lo están, enojadas cuando lo están, etcétera. Es decir, permiten que las emociones que llegan pasen a través de ellos y se vayan. Es preciso sentir los vapores de cada emoción y vivirlas sabiendo que nada es permanente y todo, incluso los momentos de éxtasis, pasará. Las emociones proporcionan información sobre nosotros mismos, información vital.

También, saber con quién podemos rompernos y con quién no es de suma inteligencia. Tal vez a nuestros padres no les siente bien saber que estamos devastados o tenemos el corazón muy roto, pero a nuestro mejor amigo sí, a nuestro diario sí. Quizá no podamos llegar fúricos a la oficina pero podamos gritar dentro del auto o contra una almohada. La flexibilidad y la humildad (saber que nuestro dolor o enojo puede ser contagioso, al igual que la felicidad) es imprescindible. Esta aceptación y adaptación es gran parte de aquella “paz interior” que todos anhelamos.

 

Hay mucho más en la vida que ser felices

Paradójicamente, buscar la felicidad es una meta desviada, predominantemente porque es superficial y hedonista. Una serie de estudios llevados por la la psicóloga Iris Mauss, de la Universidad de California, revelaron que las personas que ponen la felicidad como su meta máxima reportan sentirse más solas. Sí, las personas felices pueden estar más sanas, pero ansiar sólo la felicidad es contraproducente.

Como se dijo arriba, una vida bien vivida es más como un matrix que incluye felicidad, tristeza ocasional, un sentido de causa, jugueteo y coqueteo con la vida misma, flexibilidad psicológica, autonomía, maestría y pertenencia. Como regla, nuestra propia definición de felicidad va a cambiar de etapa a etapa de la mano de nuestra perspectiva. No hay trucos ni —como estos estudios postulan— manuales. Pero sí se puede asegurar que la felicidad va de la mano de la congruencia y que, en lugar de perseguirla como quien persigue a un fantasma, podemos dejar que florezca sabiendo que de alguna manera ya está ahí y siempre lo ha estado.