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Mauricio del Villar nos comparte su experiencia en la escuelita zapatista que le tocó visitar, su camino al lado de Don Joaquín y sus reflexiones a partir de lo vivido.

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Al pueblo rarámuri que cambió mi vida.

 

Ayer regresé de la “Escuelita Zapatista” que organizó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) con el propósito de dar a conocer su vida y organización al interior de sus comunidades. Durante estos días conviví con las mujeres y hombres que hace dos décadas decidieron cambiar su vida y seguir construyendo su historia desde otra perspectiva. Cuando recibí la invitación me entusiasmé mucho, ya que significaba conocer lo cotidiano del EZLN, lo que no reflejan la mayoría de los medios de comunicación, los cuales tienen otro pensar, que es muy distinto al de la propias comunidades.

Antes de venir acá, al sureste de México, había personas que me decían “para qué vas, los zapatistas ya no existen, el movimiento se acabó”. Me pongo a pensar con qué facilidad hay hombres y mujeres que juzgan un movimiento que cambió la vida de miles de indígenas, con qué facilidad se desacredita una lucha que costó la sangre de personas que decidieron cambiar su realidad. Pero bueno, al final, esos juicios se derrumban ante los 7,300 días y contando que han transcurrido desde el levantamiento y que ellos, “las y los zapatistas”, viven sin importar lo que se diga fuera.

Ahora, regresando a la “Escuelita”, salimos de San Cristóbal de las Casas en una camioneta de redilas hacia el Caracol, donde se reúne la Junta de Buen Gobierno de la zona que nos tocó visitar; nos tomó seis horas llegar y la expectativa crecía mientras más avanzábamos. Al llegar ya nos esperaban las y los zapatistas y ese momento fue cuando conocí a Israel, mi Votán, mi Guardián, mi Amigo que acompañaría cada uno de mis pasos durante estos días. Él sólo tenía seis años cuando fue el levantamiento y le tocó nacer bajo el territorio de un finquero. Al día siguiente y después de una fiesta en la que compartimos el estar, nos subimos nuevamente a una camioneta de redilas en la que nos adentramos todavía más hacia la selva de las montañas chiapanecas y después de tres horas llegamos a la comunidad que fue mi escuela durante cinco días. 

Cuando íbamos llegando se veían a lo lejos mujeres, hombres, niñas y niños que nos estaban esperando con sus pasamontañas y sus paliacates en el rostro. Al verlos, la piel se me puso chinita y confieso que se me salieron algunas lágrimas. Entre ellos ya se encontraba Don Joaquín, a quien yo todavía no conocía, pero que los próximos días me enseñaría el vivir y pensar de su comunidad.

 

Ellos, las y los zapatistas

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Durante estos días me compartieron un pedazo de su vida. Mujeres y Hombres que día a día continúan construyendo su historia de libertad. Hombres y Mujeres, que al igual que otros grupos indígenas del mundo, tienen un vivir que les permite disfrutar el presente y aprovechar los pequeños momentos del día que representan gran parte de la vida. Mujeres y Hombres con un sentido profundo de lo comunitario, que lo ponen por encima del individual. Niñas y Niños que crecen entre la naturaleza que les nutre el alma y el pensamiento, desde pequeños identifican aquellas necesidades verdaderas que les permiten vivir y no aquellas necesidades creadas que cada vez más nos rodean. Mujeres que en las últimas décadas han logrado replantear su lugar dentro de su propia cultura y que representa un nuevo vivir. Sin duda alguna todavía existen muchas cosas por mejorar y cambiar, pero siempre hay un punto de partida que trae esperanza a las nuevas generaciones.

 

El Yugo

Fue fuerte caminar por estas tierras “recuperadas”, las cuales, antes del levantamiento del 94, pertenecían a los finqueros que, en complicidad con las autoridades locales, estatales y federales, sometían a los verdaderos dueños del territorio. Para Don Joaquín, que vivió bajo ese yugo por más de 40 años y que vio morir a sus padres sin haber visto la libertad, esta etapa representó años de maltrato, abuso y esclavitud, una forma de vida muy distante a la realidad que hoy vive su familia. Fue duro caminar por la “Casa Grande” del finquero J.C. y pisar la tierra donde cayeron asesinados indígenas que no obedecieron las órdenes. Después del levantamiento esta casa la convirtieron en la clínica de salud.

Decir que el movimiento zapatista no ha cambiado nada es falso: para empezar, cambió la vida de Don Joaquín y Doña Albina, al igual que la de sus hijos y sus nietos, además de la de miles de personas que habitan esta región. Este nuevo despertar de la personas de esta comunidad ha creado vínculos comunitarios que les permiten disfrutar la vida de una manera que hace dos décadas se veía muy lejana. ¡Ahora se respiran aires de libertad y por esta razón el movimiento ya valió la pena!

 

El Territorio

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Como para cualquier pueblo o nación, la tierra es parte de la vida y es lo que nos permite caminar en paz por este mundo. La comunidad se encuentra en un gran valle que antes pertenecía a una sola persona y en el que ahora habitan miles de personas. Un valle en el que se encuentra una gran diversidad de plantas y animales: tan sólo en el pedazo de tierra que les pertenece a Doña Albina y Don Joaquín, logré contar más de 25 alimentos vegetales que la familia siembra y cuida para enriquecer su alimentación cotidiana. A esto hay que sumarle los más de siete animales que son criados en la casa y los más de diez animales salvajes que se pueden cazar, tan sólo en el arroyo que se alimenta de un gran manantial de agua fresca se encuentran caracoles, cangrejos, camarones y peces.

Un verdadero paraíso terrenal que se asemeja al que se describe en la Biblia y que sin duda alguna es de ellos, y pretenden defenderlo si alguien trata de arrebatárselos. Tierra que a su vez es compartida con el resto de la comunidad en la que se llevan actividades como las que me tocó hacer: deshierbar maíz, pizcar frijol, sacar yuca y secar café.

 

La Organización

Su organización está basada en su cultura ancestral como pueblo indígena y a su vez ha sido enriquecida por los principios fundamentales del EZLN, que cada uno de nosotros bien podría aplicar en su propia vida.

1)      Servir y no servirse

2)      Representar y no suplantar

3)      Construir y no destruir

4)      Obedecer y no mandar

5)      Proponer y no imponer

6)      Convencer y no vencer

7)      Bajar y no subir

Principios que se viven en la cotidianidad y que a su vez es necesario seguir reforzando en las nuevas generaciones. Principios que tratan de ser destruidos por el “Mal Gobierno” y por una cultura homogenizadora que promueve el individualismo vs. lo comunitario. Hoy en día vivimos en sociedades que le tienen miedo al cambio y a las que les molesta que existan personas con un pensar distinto al suyo. Los retos siguen siendo muy grandes, pero a su vez lo que han avanzado ha dejado frutos que se ven en la cotidianidad de los “compas” zapatistas.

 

Su Espiritualidad

Su relación con lo que les rodea y su propia cosmovisión está ligada a todas las actividades que realizan durante el día. El sincretismo entre lo propio de ellos y la religión católica ha dado como resultado una forma de reflejar su espiritualidad hacia lo comunitario. Para mi sorpresa, resultó que Don Joaquín, aquel hombre de casi 70 años, con sus manos arrugadas y su lento andar, era diácono de aquellos que caminaron al lado de Tatic Samuel Ruiz. Su preparación es resultado de un gran esfuerzo que lo hizo recorrer comunidades tzotziles, tzeltales, tojolabales, choles, etc., por más de 30 años, sin soltar la estola y el rosario que el propio Tatic Samuel le entregó, los cuales llevó consigo cuando se levantaron en armas ese primero de enero de 1994  hasta el día de hoy, siempre que sale los lleva con él “por si se ofrece”. Me compartió una anécdota: en la década de los ochentas, cuando encarcelaron a Tatic Samuel en Ecuador y él junto con otro compañero fueron a ese país, a la cárcel en la que se encontraba, para tocar la flauta y el tambor por más de 10 horas fuera del penal, para que el corazón de Tatic no estuviera triste, hasta que lo dejaron en libertad y regresaron juntos a Chiapas. Durante estos días, también me pude dar cuenta en dos momentos de que la música, el baile y la palabra son elementos que constituyen ejes fundamentales de su espiritualidad.

 

Zapata Vive, la Lucha Sigue

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Finalmente llegó la hora de despedirme, siendo un momento triste, pero también feliz por haber aprendido cosas nuevas. Este momento representó que una parte de mi corazón se quedara en ese lugar de la selva y a su vez me llevara un pequeño pedazo del corazón de los compas. Ellos continuarán defendiendo lo que es suyo, su vivir, su pensar, su territorio, su organización, y por mi cuenta me tocará compartir lo que viví esos días haciendo ver a las personas que detrás de las siglas del EZLN y del Sub Marcos hay miles de seres humanos trabajando y demostrando que un “Mundo mejor es Posible”. Mientras tanto, en lo personal continuaré trabajando para que por medio de mis acciones cotidianas mis hijos vivan en un mundo más justo, que les permita vivir la libertad que los compas respiran por aquellos rumbos del sureste.

 

8 de enero de 2014, San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

 

PD. Este artículo no pretende ser un texto académico, sino simplemente compartir lo vivido.

 Mail del autor: mauriciodelvillar@hotmail.com