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Disfrutan ver bailarinas en aparador de Amsterdam hasta descubrir por qué ellas están ahí

Por: Jimena O. - 12/17/2013

Una impactante manera de hacer reflexionar en torno al tráfico sexual y la penosa realidad de que un cuerpo, una persona, sea reducida a la condición de mercancía que puede ofertarse y adquirirse.

La escena, quizá, parezca normal, o al menos socialmente tolerada. Tres mujeres con apenas un brassiere y un calzoncillo bailan en aparadores con vista a la vía pública en la zona roja de Ámsterdam, un espectáculo habitual en una ciudad que caracterizó así su “zona roja”, ese territorio en donde desde tiempos remotos se confina la prostitución, como si se tratara de un motivo de vergüenza que, a pesar de todo, de la moralidad y las buenas costumbres, debe mantenerse.

Sólo que en el caso de la metrópoli holandesa, esa pretendida asepsis se combina con la lógica mercantil y de explotación que también opera en el caso del cuerpo y las personas. Ahí, como si se tratara de un abrigo, de un pantalón, del gadget recién lanzado al mercado, mujeres y hombres se ofertan, como un producto que como cualquier otro, también se obtiene a cambio de un precio, de un intercambio monetario.

De ahí el posible impacto de esta campaña. Al final, la satisfacción de los hombres que miran los movimientos sensuales de las mujeres vira radicalmente a expresiones opuestas, al desconcierto de una realidad conocida pero que cotidianamente se evade, se ignora, se sepulta entre las cuantiosas ganancias que genera este negocio.

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