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¿Coma, punto y coma o mejor punto?

Por: Pablo Doberti - 12/03/2013

Eterno dolor de cabeza ha sido para todo aquel que escribe que un texto saber cómo puntuarlo. ¿Cómo se asume la enseñanza de los signos de puntuación en la escuela? Aquí, una reflexión en torno a ello.

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Los signos de puntuación son un gran debate; (punto y coma) probablemente, (coma) de los más complejos de la literatura. ¿Por qué? Porque es un debate imposible de dirimir en el terreno positivista de las objetividades. Dicho de otro modo, sus normas son mucho menos importantes que sus motivaciones. Por qué puse ese punto importa infinitamente menos que para qué lo puse.

Cuando quiero debatir por qué coloco una coma debo moverme en el terreno de las consecuencias que ésta suscita por presencia o por ausencia, y no en las presuntas normas que pudieran haber exigido la decisión gramatical. Como se ve, es la exacta contra cara del debate ortográfico, donde la decisión termina con “s” (ojo: lo sustituí por el “ese” para que ayudara a la lectura pero si deseamos dejar el juego de palabras, vale) porque se escribe con “s” y no porque el escribirla con “s” provoque algún efecto de lectura particular.

Debatir sobre lo que no acaba es un gran ejercicio intelectual; exige otros niveles de argumentación porque requiere de otros niveles de convicción. Habitualmente, lo único que nos ocupamos de debatir es lo que no requiere debate, porque se extingue en una norma o en un dato. Falso debate –entonces– porque “El Saber”, “La Enciclopedia”, lo clausura. Los signos de puntuación no. Allí se cruzan criterios contra criterios, y hasta sensaciones contra sensaciones, al infinito. Inacabado y vital, lo uno por lo otro.

¿Cómo trabaja la escuela este capítulo del lenguaje? Siempre me interesó su análisis porque el dispositivo escolar, su matriz –digamos– (entre guiones, para identificar el metalenguaje), no admite nada bien estos debates abiertos. Por un lado porque ponen en entredicho, per se, el lugar del saber y, por tanto, la verticalidad del poder que de allí se desprende. Y por otro lado, porque el dispositivo escolar no da el tono (en su sentido más amplio) para debates que exigen otras dinámicas, otros juegos y otras predisposiciones.

Entonces, la escuela opta por objetivarlo: y que va coma antes de preposiciones como pero y sino, y no va coma (lo que acabo de contravenir) antes de las conjunciones y, o y u, y así… Harto lío se les arma cuando toca punto y coma, o cuando a alguien se le ocurre contrastar contra una página cualquiera de la literatura universal.

O si no, opta por obviarlo. Y todo su acento voltea hacia los trabajos ortográfico y caligráfico (¡fíjense!). Allí los lugares se organizan, las evaluaciones se objetivan… aunque los niños pierdan todo contacto real con los secretos del lenguaje. Pero el montaje se mantiene en pie. (Claro que hay excepciones, por supuesto, pero que en escala sólo confirman la norma).

 En manos de los signos de puntuación está la respiración de las frases, y en manos de esa respiración está el tono de la narración. Y en ese tono están encriptados los valores estético y comunicacional de los textos. Menudo contenido, ¿verdad? Sin embargo, lo dejamos como espacio reservado para “artistas” –cual museo–, como cuestiones de los otros. Y no; porque debe ser debate nuestro. Por su propio valor y por los efectos que produce en los debatientes, a quienes horizontaliza sin remedio. 

Twitter del autor: @dobertipablo

Sitio del autor: pablodoberti.com

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