¡Cómo nos gusta listar en educación! A veces, las listas son taxonomías, pero otras ni siquiera, son apenas listas. Pero aunque fueran taxonomías, es decir, aunque tuvieran algún sentido y organizaran de alguna manera el universo, también quiero quejarme de ellas, denunciarlas, probar su toxicidad.
La escuela cree que clasificar es conocer, yeso no es verdad. El verbo "conocer", en el ámbito escolar, se decodifica como "clasificar". Y "saber", como dar cuenta de esa clasificación.
Miremos, si no, un libro de texto; cualquiera, en cualquier lengua. Es la psicosis de la taxonomía. "Primero éste, después aquél. Se divide en cuatro. Fueron ocho, divididos en dos períodos…" Y cosas así, siempre. La taxonomía tiene el mérito, por sobre la lista, de que clasifica, es decir, da algún orden al universo en cuestión. Pero mantiene su toxicidad intrínseca porque sigue siendo poco significativa y esencialmente falsa. No es verdad que sea necesario clasificar para aprender; pero sobre todo, mucho menos verdad es que sea necesario recibir el saber clasificado para entender. La escuela no enseña a clasificar, que tal vez valdría la pena, sino que nos lo da clasificado. Nos quita el proceso más interesante de la clasificación, que es su propia construcción.
Además, lo escolar delira con las taxonomías exhaustivas, densas y planas. No se lleva bien con las inacabadas, ni con las de planos dobles o desdoblamientos. Las necesita cerradas y únicas. Por eso digo que delira. Porque el delirio es precisamente eso: la reducción de todas las causalidades a una sola causalidad. "Dios me persigue, por eso los pájaros hoy cantan como cantan". Y resulta que lo más probable es que los pájaros estén cantando como están cantando porque sí, o porque son pájaros y tienen necesidad de cantar ahora, o porque buscan su consorte.
Ya sabemos que tenemos a los niños en las mil cárceles de la escuela. Y sé perfectamente que hay muchas más explícitas que ésta que destaco. Pero la cárcel de las taxonomías es sórdidamente tóxica y puede ser letal. Mata las ganas; quita sentido. Deshidrata. Se da de palos con la curiosidad vital. La clasificación es, en buena medida, la antítesis enunciativa de la narración. O te lo cuento o te hago un cuadro. Y ya sabemos lo que pasa. El libro de texto no narra, nunca. Nunca cuenta nada porque lo apura todo el rato la necesidad de controlar en una taxonomía la realidad. Reduce. Primero lo mata y después lo estudia. Y mejor sería al revés, ¿no?
La clasificación mata la intriga, que viene del “desorden” fluido de los hechos al construirse. La narración. Las historias. El anecdotario sabroso. El trasfondo. Los secretos. Las inconsistencias determinantes. La mosca inoportuna que cambia la historia para siempre. Y lo que nos gusta a todos es contar y que nos cuenten historias. Madejas de situaciones, pasiones, errores y casualidades cruzadas que van definiendo un destino y generando una historia. ¡Eso es lo que nos gusta! Eso es lo que nos falta.
La escuela no sabe narrar, ni entiende que debemos narrar.
¡Y cómo nos gusta definir en educación! Vivimos de las definiciones. Empezamos por las definiciones. Esto se define así y se clasifica asá. Disparo y tiro de gracia. Mate y remate. No hay manera de salir vivos de semejante trama. Delirios encabalgados de dominación y de reducción. Esto es esto y se encaja en esto. Tú –por ejemplo– que eres quien eres y sabes lo inacabado, errático, espontáneo y abierto que eres; tú, que no sabes lo que no sabes y que no acabas de conocer ni a tu madre; tú –decíamos– en el libro de texto y en la escuela eres un ser humano, es decir,
un ser vivo, un animal del tipo de los mamíferos, y más específicamente de los primates, dotado de razón, característica que lo diferencia e identifica de las demás especies del mundo animal. El ser humano ha pasado por muchas etapas evolutivas antes de llegar a lo que es hoy, y uno de sus más grandes logros y progresos es la capacidad de invención; puesto que es el único animal que puede elaborar cosas nuevas, a partir de materia prima existente [...].
Entre las características del ser humano encontramos la conciencia, la manifestación a través del lenguaje, la voluntad, la capacidad de reprimir los instintos e impulsos, la creatividad e imaginación, las metas o sueños, y por medio de su inteligencia, la posibilidad de progresar…
¿Tú crees que eres eso? O mejor, ¿te interesa en algo ser eso? O dicho de una manera extrema, ¿qué no harías si apenas fueras eso, verdad?
Ya sabemos que la escuela está entrampada en problemas graves y evidentes. Lo que a veces no sabemos es que además está hipotecada en tramas dramáticas pero mucho más secretas, menos espectaculares, pero más terminales.
Problemas al cuadrado. Crisis exponenciales. Coágulos asintomáticos. Colapsos.
No hay manera de interesarse por las cosas si no es rebelándose contra este mecanismo enfermo de conocimiento. No sólo no se aprende así (lo que ya sería un problema), sino que así no hay manera de aprender.
Es verdad aquello de que lo que no te mata te fortalece, y aplica para la escuela. Si la escuela no te mata, entonces te fortalece. Sobrevivirla es heroico. Pero cada vez son menos y vamos dejando demasiados heridos en el camino.
Twitter del autor: @dobertipablo
Sitio del autor: pablodoberti.com
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