La fisonomía del cuerpo humano, inicialmente relacionada sobre todo con nuestro entorno, se ha modificado notablemente a partir de nuestros hábitos cotidianos, desde la dieta a las actividades que realizamos cotidianamente, un modo de vida que desde hace algunas décadas ha tomado la tendencia del sedentarismo, el alto consumo de carbohidratos y alimentos procesados, la urbanización de los espacios y las rutinas y otros elementos que difieren notablemente de los de épocas pasadas, cuando, por ejemplo, la alimentación era más natural y menos industrializada o jornadas de trabajo que implicaban esfuerzo físico y movimiento.
Así, parece lógico que nuestro cuerpo se haya modificado en respuesta a dichos hábitos, y quizá no hacia la mejor forma posible.
Nickolay Lamm es un artista e investigador que curioso por este asunto echó a andar el Body Measurement Project, un análisis sobre la complexión corporal contemporánea y las condiciones que determinan sus medidas físicas. Lamm tomó así 4 países —Estados Unidos, Japón, Países Bajos y Francia— y a partir de las estadísticas demográficas de cada uno proyectó el cuerpo del hombre promedio, un poco también como ejercicio comparativo para evidenciar el efecto de factores contemporáneos como la obesidad, en los cambios físicos que se advierten ahora.
Así, uno de los resultados que más salta a la vista es el viraje en la complexión del hombre promedio estadounidense, país que en los últimos años se ha alzado con el poco honorable título de tener la mayor cantidad de personas obesas en el mundo, con un estilo de vida que además, como extensión del proceso amplio de colonización que ejerce sobre el mundo, se ha extendido a otras sociedades, cercanas y distantes. De acuerdo con el análisis de Lamm, el estadounidense contemporáneo de entre 30 y 39 años es un poco más bajo de estatura de lo que era hace unos años (a mediados del siglo pasado todavía se encontraba entre las poblaciones más altas del mundo), además de que su masa corporal aumentó y con esta su peso.
En cuanto a las nacionalidades elegidas, destaca que la estadounidense es probablemente la única que, en términos generales, pone poca cuidado en la calidad de su alimentación. Si bien en Francia parece ser que la obesidad va en aumento justamente por la adopción de los malos hábitos del american way of life, por el momento esta tendencia se ha contenido gracias a la importancia que en la vida cotidiana francesa se da a la dieta balanceada y los horarios establecidos para cada comida, situación parecida a la de Japón y los Países Bajos.
Se trata, en suma, de un interesante ensayo de imagen e información que de algún modo el cuerpo del presente y, para las sociedades que aún no se insertan en esta dinámica, una especie de visión sobre aquello en lo que podrían convertirse.