“Me llaman criminal. Si es así,
también lo son Google y YouTube.”
Kim Dotcom
Esta columna no trata estrictamente de inversiones en PIRATERÍAS sino, más bien, de la inversión de la noción de piratería; poner en entredicho su directa y automática criminalización y a ver qué pasa.
Esta denominación enmarca el debate y prefigura sus conclusiones. Es un nombre capcioso, sin dudas.
Tengo para mí que los contenidos están redefiniendo su espacio y sus reglas. Empujan por circular y drenan por espacios formales y reglados, cuando los hay, y por los otros, siempre. Aprovechan cualquier fisura para emerger; son vocacionales del recoveco y los caminos verdes. No aceptan la lógica de canal. No tienen tiempo de esperar a que les definamos cómo y por dónde. Tienen vida propia, ¿no lo notan? Laten.
También es cierto que esa voluntad de circular a veces se alínea con la picardía ramplona y hacen la química del abuso innecesario, del recodo injustificable. Abusan; delinquen porque sí.
Pero volvamos al eje. Además de lo dicho más arriba, los contenidos van cambiando de constitución y con eso, también necesariamente de modelos de circulación. Lo viral es endémico a la índole misma de los contenidos, quiero decir. Los contenidos viralizan porque el usuario se lo apropia; y ya no rinde pleitesía al proveedor. Simplemente, lo toma y sigue, de donde sea. Antes, cuando apenas lo consumía, lo que llamamos ahora viral era más bien controlada circulación. Pero todo se nos va de las manos, para bien y para mal. Y hay que dejarlo.
O si no dejarlo, hay que trabajar la enmienda sobre la misma marcha, en pleno vuelo, a máxima velocidad. No podemos pretender detenernos ni detenerlos, forzar un aterrizaje absurdo y ponernos a discutir el mejor camino. Ya no. Tienen mucha energía y fresco carisma, ¿no lo notan? Una fuerza bruta y brutal, y más brutal que bruta (de la que Dotcom puede ser ejemplo y hasta símbolo, como Chávez, que de bruto tenía poco), avanza y devora. Y si queremos ser parte, y ser parte de las decisiones, debemos coger el tren bala a su velocidad, subirnos a él sobre la marcha y desde dentro y desde arriba, abrir los debates y a ver…
Pero no. Con aquello de la piratería, que nos justifica el bestial y bestia aparato punitorio que tanto gozamos, reinstalamos la pretensión de poder que ya no tenemos y de derechos que ya no gozamos. Y vemos fracasar los intentos regulatorios y creemos que, aunque estos fracasen, el siguiente lo logrará. Pero no. Lo que fracasa es el abordaje punitorio que apela, desacomodado, a una legalidad perimida, arrasada por una realidad impositiva a fuerza de adrenalina y viralización. Bestial. Ya no podemos pensar que lo controlaremos. Tal vez podamos aún confiar en que participaremos del nuevo reparto y se nos escuchará. Que valemos en cualquier contexto, quiero decir. Yo lo creo. Pero con otras reglas. Nuestras amenazas no amenazan; nuestras intenciones no hacen mella. Nuestra voz no amedrenta. Debemos aceptarlo.
Yo creo que los contenidos monoautorales van camino a la extinción. Que Wikipedia es un invento cuya trascendencia cultural rebasa a sus inventores y que redefine la lógica de producción y propiedad de los contenidos para siempre. Que la producción colaborativa se vuelve axial al problema de la creación y con ella estallan los conceptos de autoría, propiedad intelectual, copyrights, canales, etc. Y que eso alcanza a los contenidos informativos, cómo no, como así también a los educativos y culturales. Y tal vez esté bien.
Tanto que nos llenamos la boca con las desmonopolizaciones, ahora toca la nuestra. El descentramiento de la producción de contenidos era un paso; al que le sigue la atomización máxima. Pero ahora llega otra instancia, más radical, inversa, que es la construcción colaborativa de contenidos y la democratización extrema de la propiedad. Y resulta que tan máxima acaba siendo que el que era el que consumía, que era el que pagaba también, ahora también produce; ¿y entonces qué? Entonces hay que reconfigurar. O resetear, tal vez, que es más instantáneo, joven y práctico. Y volver a encender, abiertos y frescos. La gran mayoría de los problemas modernos se resuelve así, para desesperación de nuestras racionalidades explicativas.
Cuando Jobs hacía elogio de los piratas no lo hacía por estos, pero esa casualidad no está exenta de interpretaciones que no haré. Solo dejo indicado el sugerente vector.
Por lo demás, a mí en lo personal me estimula este reseteo. En lo intelectual desde ya, ¡claro!; pero también en lo profesional. Las cosas no se acaban, sino que se reciclan y reconfiguran. No es cierto que si algo pasa con el modelo histórico no habrá dineros para la producción de contenidos ni recursos para los talentos, porque el final de un modelo no significa el final del dinero para ese objeto. Hay que rediseñar y recircular. Hay que trabajar, quiero decir. Reconquistar los dineros en otros flujos y otros modelos. Y la creación también recirculará. Habrá los que pierdan, evidentemente, y que se quejarán amargamente; y nos apelarán en los valores perdidos, capciosamente. ¡Piratas!, nos dirán. Pero habrá los que ganen, también. Y habrá, sobre todo, lo que gane, que es la producción misma, ese activo de la humanidad que se llama acervo cultural. Ese, no tengo dudas, sabe que la desmonopolización lo empujará a su multiplicación eficaz. Sabe, pero guarda silencio; no quiere ganarse enemigos innecesarios; tiene tino político. Confía en que el trabajo sucio por ahora lo harán los agitadores de siempre.
Cada uno que ocupe su posición; estamos despegando.