Aunque el pudor o la moral dominante lo niegue o intente disimularlo u ocultarlo, hay situaciones en que es necesario recurrir a medidas desesperadas y hasta autohumillantes para preservar la integridad, sea cual fuere la forma que esta tome en tantos ámbitos como se desarrolle nuestra existencia.
En cuestiones de salud, por ejemplo, hay enfermedades que socialmente se tachan de vergonzosas y que, por lo mismo, es común que obliguen a quien las padece a emprender misiones laberínticas para encontrar su cura.
Con cierta frecuencia se trata de afecciones ligadas con lo sexual, pero, curiosa y extrañamente, las enfermedades del aparato digestivo tienen una reputación parecida, algo que más vale mantener en secreto en vista de las lesiones que, a la par, sufre nuestra dignidad.
En los años 20, un tal Dr. F. E. Young tenía una compañía que comerciaba con estos dilatadores rectales, un objeto cuyo uso se aconsejaba en casos de constipación crónica y hemorroides, una especie de bala que se operaba directamente sobre la zona en conflicto en busca de una solución al mismo.
Hechos de goma sólida y fabricados en cuatro tamaños distintos, estos dilatadores prometían al enfermo ayudarlo con esas operaciones que el individuo sano realizada naturalmente a diario.