¿Realmente importa lo que sucedió detrás de los ataques del 9/11?
Por: Javier Barros Del Villar - 09/11/2012
Por: Javier Barros Del Villar - 09/11/2012
Hoy se cumplieron once años de esa estrambótica mañana en la que millones de personas nos enteramos, gracias a un bombardeo mediático sin precedentes, que un supuesto ataque terrorista había provocado el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York. Gracias a la exhaustiva cobertura de los grandes medios observamos una y otra vez el momento en que un par de aviones de American Airlines se estrellaban respectivamente sobre cada uno de estos emblemáticos edificios. Ah, por cierto, hubo un tercer ‘ataque’ en contra del Pentágono, sin embargo, por alguna razón, este fue relativamente marginado por la parafernálica cobertura.
A partir de los sucesos de aquel histórico martes se desató una nefasta retórica, con su respectiva agenda, por parte del gobierno estadounidense (la cual fue seguida por diversos aliados y paleros). La famosa frase ‘guerra contra el terrorismo’ fue documentada en centenares de ocasiones mientras era expresada por George W. Bush, personal de su gabinete, y algunos líderes de opinión. La vigilancia, y por lo tanto el control, se endurecieron en ciudades, fronteras y aeropuertos. Eventualmente se colocó un rostro al enemigo: se trataba de un millonario saudí de nombre Osama bin Laden, y EUA se apresuró a invadir Afganistán bajo el pretexto de cazar a bin Laden y sus secuaces de Al-Qaeda –Hollywood no tardaría en capitalizar el estereotipo del árabe malvado para protagonizar el papel de villano en decenas de películas de acción–. Un par de años más tarde, la desbordada ‘War on Terror’ llegaría a Irak, siendo está la segunda invasión justificada a partir del 11 de septiembre de 2001.
Resulta fácil entender el por qué este suceso se convirtió en materia prima ideal para entretejer o intuir conspiraciones y agendas ocultas. Su relevancia geopolítica, las múltiples inconsistencias, la voraz cobertura mediática y los monumentales intereses financieros en torno al evento, son ingredientes más que suficientes para dudar de las versiones oficiales. Pero curiosamente a once años del virtual atentado aún no hay nada claro (al menos no de manera contundente). Y entre tanta información y desinformación (una confusa danza a la cual parecemos estar cada vez más acostumbrados), a estas alturas me da la impresión que la única interrogante de relevancia en torno a este escenario es la siguiente: ¿En realidad importa lo que sucedió detrás del 11 de septiembre?
En lo personal creo que las teorías de conspiración tienen un aspecto saludable e incluso didáctico. Por un lado nos invitan a dudar de versiones hegemónicas, aquellas que afirman tener toda la verdad y que excluyen la posibilidad de que una versión distinta, o inclusive opuesta, puedan tener algo de veracidad (en pocas palabras lo que conocemos como versiones ‘oficiales’). En este sentido el ‘conspiracionar’ nos recuerda que jamás habrá una sola perspectiva para entender o explicar un evento (y mucho menos un proceso que involucra una serie de eventos). A lo que me refiero es que este tipo de análisis de la historia remite lúdicamente a la naturaleza ‘posibilista’ y no absoluta de nuestro universo. Las cosas quizá no se rigen por un si/no, sino por un ‘tal vez’. Finalmente este tipo de teorías nos invitan a concebir la vida como un juego de rol, una especie de apasionante entretejimiento de narrativas que se complementan bajo una dinámica holográfica (o algo así). Pero tampoco podemos dejar de mencionar el lado patológico de el conspiracionismo, siendo su peor defecto el facilitar el cultivo del miedo (por cierto, la frecuencia más baja que tenemos disponible). La paranoia que fomentan adquiere fácilmente tintes caricaturescos, y hasta cierto punto caen precisamente en el mismo error que las versiones mainstream (el creer que lo que ellos han deducido es la verdad absoluta por encima del resto de las infinitas posibilidades, y cuando ello sucede las teorías conspirativas han perdido su mayor virtud).
Pero ahora volvamos a nuestra interrogante ¿En realidad importa lo que sucedió detrás del 11 de septiembre? Y aquí espero no ser malinterpretado en el sentido de que estoy desestimando las víctimas (y a sus familiares), o las múltiples y lamentables consecuencias que se desencadenaron a partir de dichos eventos. Lo que quiero decir es, si hoy se confirmará que el supuesto atentado terrorista del 11 de septiembre fue en realidad una espectacular puesta en escena orquestada por gobiernos, corporaciones y medios, que diferencia haría esto en nuestras vidas? ¿Qué nos diría de nuevo?
Que existen agendas ocultas que se diseñan de acuerdo a escalofriantes intereses, dejó de ser noticia hace mucho tiempo. Que el actual modelo socioeconómico es patético, pocos aún lo dudan. Que los grandes medios dan flagrante prioridad a los intereses corporativos de sus dueños por sobre su compromiso informativo, es cada vez más raro que alguien lo cuestione. Afirmar que detrás de prácticamente toda guerra podemos ubicar una agenda financiera, tampoco implica gran erudición. Que los gobiernos, y en especial el estadounidense, son más o menos hábiles para crear shows mediáticos que favorezcan su control sobre la población, es un fenómeno heredado desde hace siglos.
Creo que si bien es valido estar atento a lo que sucede en aquellos distantes planos en los que parecen definirse nuestras vidas (las lúgubres mesas de madera fina alrededor de las cuales se reúnen tipos con trajes de lujo para tomar determinaciones de gran impacto), tampoco puedo evitar advertir que nuestras vidas, la tuya y la mía, en realidad se están definiendo en un carril mucho más simple. Un plano mucho menos complejo y seguramente menos espectacular (pero también con repercusiones inmensamente mayores): nuestra cotidianeidad.
Si Bush, sus amos, y sus subditos mintieron o no respecto al 9/11 no facilitará ni dificultará el hecho de que yo haga lo que me corresponde a lo largo de un martes. Tampoco definirá si un jueves elijo dar prioridad al bien común sobre el aparente bien personal a través de una ‘minúscula’ decisión. Si Osama bin Laden fue o no el culpable, si se encuentra inerte al fondo del mar o por el contrario está degustando un memorable Daiquiri, en compañía de unas prostitutas pleyadianas, junto con Hitler, Elvis Presley, y JFK, ninguna de estas posibilidades me exime de cumplir mi responsabilidad diaria (la que sea que me haya auto-impuesto de acuerdo a mis propios principios). El hecho de que los maléficos terroristas hayan en verdad atacado las Torres Gemelas o que estas hayan sido demolidas por agentes ultrasecretos del Nuevo Orden Mundial no hará más llano ni más inhóspito mi camino personal a la paz interior. Entonces vuelvo a preguntar ¿En realidad importa lo que sucedió detrás del 11 de septiembre de 2001?
La invitación que aquí les hago no se refiere a dejar de denunciar aquello que nos parece indignante, a dejar de cuestionar las verdades que nos parecen dudosas o dejar de combatir el cinismo que alimentan élites de nociva naturaleza y denigrantes agendas. Mi punto es simplemente darnos cuenta que nuestro trabajo, nuestro camino, no depende de ellos. Nuestra integridad no está en juego en esas pantanosas estepas. En cambio, cada decisión, cada micro-acto que llevamos a cabo un lunes cualquiera, un domingo de elecciones, o un viernes de fiesta, son las unidades que terminarán por determinar nuestras vidas (y en alguna medida participarán en el destino de aquellos con los que compartimos está dimensión).
La evolución real no es un episodio épico en nuestras vidas (a pesar de lo que Hollywood nos ha querido enseñar). De hecho es una especie de secuencia fractálica compuesta por diminutos bits de conciencia, de energía filtrada por intención, Y entre más personas asuman tajantemente esta responsabilidad, entre seamos más los que colocamos nuestra atención en el camino, y no en la pirotecnia que aparenta cobijarlo, entonces podremos gozar, en menor tiempo, ese sublime amanecer compartido que el universo tal vez nos ha prometido. Y, por cierto, parece que esta sería la mejor vía para evitar futuros 11's de septiembre, y así honrar en realidad la memoria de las miles de víctimas directas e indirectas...
Twitter del autor: @paradoxeparadis / Lucio Montlune