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En la cuarta parte de la serie que relaciona a los superhéroes con mitos y arquetipos jungianos, recorremos el camino circular (que acelera la modernidad) del héroe con todas sus características, variaciones pop de un tema eterno.

En su clásica obra El héroe de las mil caras, el mitólogo Joseph Campbell realizó una exhaustiva comparación entre los mitos heroicos del mundo entero y describió la dinámica del arquetipo del héroe en un patrón narrativo que llamo "El Camino del Héroe". Este camino es el de un viaje circular, iniciado por una perdida, una tragedia, un paraíso perdido. El héroe será llamado a emprender el camino para recuperarlo. Abandonando el mundo conocido, ingresará en "otro mundo", un más allá salvaje y simbólico (un bosque, el mar, una caverna) en donde deberá superar determinadas pruebas, las cuales involucran comúnmente la lucha contra monstruos y búsquedas extraordinarias en las cuales deberá poner a prueba sus virtudes heroicas, contando para ello con un auxilio mágico o poder especial. Finalmente el héroe triunfará en su búsqueda, restituyendo lo perdido, e iniciará el regreso, cerrando el viaje circular.

En la posmodernidad, los tiempos y los espacios de ese viaje heroico se han acelerado y reducido. Despojados de la tradicional geografía mágica y de la sacralidad de un "tiempo mítico" que caracterizaba a la mitología antigua, los superhéroes residirán en un presente histórico reglado por la lógica del mundo moderno. El llamado "súper-villano", contraparte necesaria del superhéroe, constituirá el enemigo a la altura sin el cual este no podría atravesar su camino heroico. Lex Luthor, el Duende Verde, el Joker, Dr. Doom y tantos otros, serán las modernas versiones del monstruo arquetípico, de las pruebas que el superhéroe deberá vencer en su camino heroico.

Como primer eslabón y modelo de la extensa cadena de héroes y heroínas que vendrán detrás de él, Superman reúne en si mismo todos los elementos característicos que constituirán esta moderna manifestación del arquetipo del héroe:

 I. Superpoderes.

En cierta forma, podría decirse que los superhéroes pueden reconocerse por sus superpoderes. Al igual que los héroes de la mitología, todos los superhéroes cuentan con poderes o habilidades especiales que los distinguen, elevándolos sobre el resto de los meros mortales: super-fuerza, super-velocidad, poder de vuelo, invulnerabilidad, lanzar rayos energéticos, telequinesia… son algunos de los poderes más comunes entre los superhéroes.

Como señaló el filosofo y semiólogo francés Roland Barthes, en estos mitos modernos las explicaciones sobrenaturales se ven desplazadas por las tecnológicas: “a pesar del aparato científico de esta nueva mitología, hubo simple desplazamiento de lo sagrado: el elemento religioso ha sido sustituido por la ciencia ficción.” (Barthes, Mitologías, 1957).En esta nueva mitología, la mayoría de los poderes de los superhéroes, como los de Superman, serán de naturaleza explicable en términos científicos, en concordancia con la lógica de la ciencia ficción: naturaleza extraterrestre, mutaciones (como los X-Men), experimentos científicos (como Spider-Man, Hulk, Flash o el Capitán América) o artefactos avanzados (como Linterna Verde o Iron Man). Sin embargo, con el tiempo, elementos maravillosos, e incluso provenientes directamente de los mitos antiguos, pasaran a ser campo de cultivo en la abundante proliferación de nuevos personajes, fusionándose con las características más típicamente ci-fi del género. Tal es el caso de personajes mítico-mágicos como Wonder Woman, Thor, Dr. Destino y muchos otros.

En la primera fase del Camino del Héroe descripta por Campbell hay una situación a la que se refiere como "el llamado a la aventura", en donde el héroe debe tomar la decisión crucial que lo llevará a aceptar o rechazar su camino heroico. En el superhéroe, será la adquisición de estos dones sobrehumanos lo que lo  conducirán a la decisión moral de aceptar este destino.

 

II. Identidad secreta: el arquetipo de La Máscara.

 

La dualidad entre una identidad civil y una heroica está presente prácticamente en todos los relatos de superhéroes. La máscara y el escondite secreto serán elementos habituales a fin de preservar el secreto de esta doble identidad.

Lo notable de los superhéroes es que su máscara heroica parece revelar en realidad su verdadero rostro, su identidad genuina. Su verdadera mascara pasa a ser entonces la de la cotidianeidad, la que oculta sus poderes y su identidad  heroica. Esto se literaliza en Superman, el cual lleva su rostro desnudo cuando porta su identidad heroica, mientras que, como Clark Kent, disfraza su rostro con gafas, haciéndose pasar por un humano mediocre y llevando su traje de superhéroe bajo el disfraz de hombre corriente.

Volviendo a situarnos en el Camino del Héroe, el pasaje al "otro mundo", menos geográfico ahora que psicológico, será el pasaje de hombre cotidiano a superhéroe que este realiza al vestirse con su traje heroico. Ponerse el traje y la máscara será para el héroe pasar del mundo cotidiano al otro mundo, el mundo de la aventura superheróica.

En la psicología junguiana, la máscara es un arquetipo virtualmente reciente en la historia del desarrollo de la consciencia, el cual  refiere a nuestra capacidad adaptativa de asumir diversos roles sociales en distintos contextos en los cuales no siempre podemos mostrarnos como somos realmente. El hecho de que en las mitologías antiguas los héroes no tengan  una segunda identidad puede entenderse justamente como parte de este desarrollo cultural de la consciencia, en el cual el lugar del individuo ha ido cambiando radicalmente dentro del orden social: en la antigüedad,  en la que el concepto de individuo es más bien vacuo cuando no inexistente, el héroe mítico encarna la figura del líder o rey, asumiendo la individualidad por el grupo colectivo. En los tiempos democráticos de la modernidad, los individuos se han multiplicado. De esta manera, la máscara del superhéroe porta, como señala el sociólogo Guillermo Sly un mensaje simbólico: “La traducción es que el hombre individual, el self made man americano o cualquiera puede llegar a ser un superhéroe” (Sly, “Sobre el héroe y sus mascaras”, 2006).

 III. Uniforme distintivo y perfección anatómica.

Como uno de los rasgos más distintivos del género, el alter-ego del superhéroe está vinculado siempre a un disfraz que lo distingue como tal, ocultando su identidad secreta, siendo generalmente un traje ajustado de colores llamativos y una capa. En tanto encarnación simbólica de un ideal social, el héroe (o heroína) debe ser integralmente perfecto,  no solo en sus valores, sino también en su fisonomía. El físico del superhéroe, en el fondo, no se alejará tanto de los cánones grecolatinos. En la historia del arte, el héroe clásico se representa prácticamente siempre desnudo o semidesnudo, a fin de resaltar su esplendor físico. La función del uniforme del superhéroe pegado al cuerpo parece ser la de representar la clásica fisonomía apolínea del héroe, preservando la “decencia” de las vestimentas.

 

IV. Sentido de Justicia y Sistema de Valores:

"Batman, Superman o Spiderman son justos y hacen justicia. Son capaces de superar sus inclinaciones y sus deseos y entregar sus vidas al servicio de la sociedad (…) en eso consiste ser superhéroe: no bastan poderes especiales para serlo, sino que también hay que saber cómo usarlos, y esto es, probablemente, lo que atrae la atención (y la identificación) del público de este género. Superman no es Superman por poder volar sino porque vuela para hacer el bien." (Miguel Tovar, "Superhéroes, psicoanálisis y moralidad", 2007).

Como veíamos en la tercera parte, el código de conducta del superhéroe, a diferencia de los héroes míticos de la antigüedad, se encuentra implícitamente anclado en una moralidad judeocristiana, emparentándolo nuevamente con el caballero andante medieval: altruismo, sacrificio, piedad, sentido de justicia y autocontrol serán los valores centrales de los superhéroes, convirtiéndolos en verdaderos ejemplos de rectitud moral, resplandecientes símbolos de inspiración colectiva.

Desde otro punto de vista crítico, sin embargo, la búsqueda de justicia del superhéroe clásico puede ser considerada como política e ideológicamente ingenua. A diferencia de los héroes prometeicos, revolucionarios, que se proponen cambiar el status quo y modificar para mejor el orden existente, el superhéroe clásico es el primer defensor del orden establecido. Al sustentarse su accionar en un sistema de valores democrático liberales, el superhéroe debe apegarse a la ley como modelo de conducta. El propio accionar al margen de la ley del superhéroe suele estar apoyado por las autoridades o el consenso social, funcionando como una especie de para-policía legitimado socialmente. Aun en los casos en que la opinión pública o las autoridades no apoyen sus andanzas (como es el caso de Batman o Spider-Man), puede afirmarse que sus acciones siguen estando en función del sistema.

Y en este sentido podría objetarse, como lo hace Pedro Granoni en su artículo "Justicieros del Imperio" (2010), que el superhéroe  "defiende un orden económico capitalista, donde rige la propiedad privada de los medios de producción y la distribución desigual de la riqueza (…) sus poderes garantizan la reproducción de dicho orden burgués". La legalidad del sistema siempre triunfa al final, significando una restitución del orden social alterado al inicio del relato, convirtiendo al género, desde esta lectura, en literatura tranquilizadora, socialmente integradora, que no deja espacio para el  cuestionamiento de las estructuras sociales. O como señala Umberto Eco: "Superman es prácticamente omnipotente (…) un hombre que puede producir trabajo y riqueza en dimensiones astronómicas y en unos segundos, se podría esperar la más asombrosa alteración en el orden político, económico, tecnológico, del mundo. Desde la solución al problema del hambre, hasta la roturación de todas las zonas actualmente inhabitables del planeta. Sin embargo, cuando no debe defender al planeta de amenazas exteriores, la acción heroica de Superman se limita solo a actuar como agente de la ley”. (Eco, Apocalípticos e Integrados, 1965).

En sus formas más claramente norteamericanas, el superhéroe se presenta como el defensor del american way life (caso explicito en las versiones más clásicas de Superman y en el Capitán América). Durante los años de la segunda guerra, la identidad patriótica de los superhéroes estuvo claramente evidenciada, cuando sus principales enemigos eran los nazis. Posteriormente serían rusos, japoneses o terroristas de algún país ficticio ubicado en medio oriente. No será casual que algunos de los superhéroes más icónicos lleven los colores de la bandera estadounidense: Wonder Woman, Superman, Spider-Man y, obviamente, el Capitán América.

Sin embargo, con la exportación cada vez más sistemática de estos personajes, especialmente a través del cine y la televisión, y la necesidad de que encarnen ideales de moralidad más globales que meramente locales, los superhéroes se han ido tornando con el paso del tiempo gradualmente más universales, como podemos ver reflejado en el número 900 de Action Comics (publicado este año) en el que Superman toma la decisión de abandonar su ciudadanía estadounidense para convertirse en ciudadano del mundo.

Desde los años 80 hasta nuestros días, tomando la publicación del Watchmen de Alan Moore como punto de quiebre paradigmático en los relatos de superhéroes, los conflictos morales e ideológicos de estos se han complejizado, acaso como sus propios lectores y como la cosmovisión social en general se han ido complejizando psicológicamente con el correr de las últimas décadas. Incluso podría hablarse de un cierto despertar de la inocencia política de los superhéroes clásicos, con historias como Kindome Come de DC o Civil War de Marvel, en las cuales se trata el problema de la libertad de acción de los superhéroes en relación al estado democrático en el cual funcionan.

Por otra parte, no podemos dejar de tener en cuenta que la lectura crítico-política de los relatos de superhéroes si bien puede constituir  un valioso acercamiento que ponga en evidencia cuestiones implícitas de profunda relevancia ideológica, puede también convertirse fácilmente en mero reduccionismo cultural cuando se propone como la única lectura posible. En muchos casos, quizás sería más adecuado hablar de una ingenuidad ideológica subyacente en los relatos de superhéroes (inconsciente incluso para sus propios autores) antes que de una intención de filtrar deliberadamente contenidos políticos en relatos que se presentan como ideológicamente inocentes. Pero condenar la totalidad del valor simbólico de un relato de superhéroes por estas ingenuidades (como parecen haber tratado de hacer algunos) significa soslayar todas las dimensiones de la obra a una sola, mutilando en el proceso su propio sentido. Sin ignorar esta aproximación crítica, deberíamos tratar de ir más allá de ella, destacando precisamente el valor en el que este género presta especial atención: el tema del héroe. Veríamos entonces que los relatos de superhéroes han funcionado (y aún funcionan) maravillosamente como una legítima forma moderna de ese mismo mito que ha fascinado e inspirado la imaginación humana desde los tiempos más antiguos: el del arquetipo del héroe.

 

Dentro de esta nueva forma del mito, existe un tipo heroico que por su particularidad  y complejidad, merece una distinción especial: el superhéroe sombrío, también llamado antihéroe. En la próxima parte exploraremos este particular mitema, partiendo de su ejemplo más popular y representativo: Batman, el Caballero Oscuro.