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Los guardianes del sueño que protegen de los peligros y las pesadillas al soñante, tienen en el folclor japonés a un digno representante salido de la más inquietante fantasía onírica oriental.

Baku, Katsushika Hokusai

Los sueños son, no por casualidad, un mundo en torno al cual se ha tejido, desde tiempos inmemoriales, una amplia mitología que incluye todo tipo de criaturas, talismanes y un sinfín de creencias que intentan enriquecer o entender por la vía del sentido figurado y la metáfora un mundo de por sí abundante en signos las más de las veces incomprensibles.

Así, por ejemplo, uno los símbolos más recurrentes de las muchas tradiciones folclóricas alrededor del mundo, es el guardián de los sueños: animales o artilugios que protegen al soñante mientras este se encuentra vulnerable, arrebatado mental o espiritualmente a esos otros terrenos oníricos, fantásticos, inexistentes para otro que no sea él mismo, pero, paradójicamente, estacionado corporalmente en esta realidad, expuesto a cualquier cosa que podría acontecer pero de la cual no puede percatarse.

Pero igualmente del otro lado de la barrera los peligros no parecen menos amenazantes: pesadillas que toman las formas más ominosas, que dan cuerpo a nuestros temores más secretos e inconfesables, que despiertan esos monstruos que tanto nos afanamos en echar debajo de la alfombra.

De ahí la necesidad, totalmente justificada, de que el ser humano busque protección contra todo esto, contra el temor y el miedo.

Animales y objetos diversos, así como plegarias y fórmulas, han cumplido esta función de custodiar el sueño del soñante, de guardarlo dentro y fuera de su fantasía contra todo peligro que atente contra su integridad.

Un caso especialmente interesante es el de cierta tradición japonesa en al cual uno de estos guardianes es una criatura semejante a un tapir (probablemente salido de los sueños de alguien) que se describe de esta manera en una vieja narración folclórica:

La vieja niñera le pidió [a la niña] que dibujara a un tapir en la funda de papel que cubría su pequeña almohada […]. La niñera le repitió entonces lo que muchos viejos creen: que si tienes la imagen de un tapir debajo de tu cama o en la funda de tu almohada, no tendrás sueños desagradables, porque el tapir los engullirá. Algunas personas creen tanto en esto que duermen debajo de mantas con la forma de esta bestia hocicuda. Si a pesar de esto se tienes un mal sueño, debes despertar y gritar: “¡Tapir, a comer! ¡A comer, tapir!”. Entonces el tapir se tragará el sueño y ninguna maldad le ocurrirá a quien sueña.

Por su parte Robert Moss explica:

El tapir de esta historia no es el mamífero de gran hocico, semejante a un puerco, del mundo natural. Se trata de un baku, una bestia compuesta originalmente tomada del folclor chino. En las primeras representaciones japonesas, este devorador de los malos sueños se retrata con trompa de elefante y colmillos, además de cuernos y garras de tigre. Actualmente al baku se le conoce también como yumekui ("atrapador de sueños") —tal vez un préstamo de Norteamérica— y en el manga y al anime toma varias formas.

Y Moss concluye, recordando el valor sapiencial y empírico de los sueños, que muchas veces son también extraños laboratorios donde se resuelven problemas o conflictos que nos aquejan:

Me inclino más por la idea de un guardián onírico que se alimente de la mala energía de un sueño sin que nos prive de los recuerdos de dicha experiencia.

[The Robert Moss Blog]