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Pese a que "Media Noche en París" es una mala película, en la que el genial Woody Allen toca uno de sus puntos más bajos, el film permite reflexionar sobre cómo nuestros ídolos no son más ni menos humanos que nosotros y motiva a asumir una responsabilidad creativa en el mundo.

Más allá del turismo inmoral pop achocolatado de chocante tesitura y voz off no sé quién me habla, ¿Dios?, de Vicky, Cristina, Barcelona (2008), Woody Allen, bajita la mano,  hace poco dirigió dos obras maestras consecutivas: Si la Cosa Funciona / Que la Cosa Funcione (Whatever Works, 2009) y Conocerás al Hombre de tus Sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010). Ambas llegan al más alto grado de arte por la simpleza con la que están construidas y por esa gracia que el veterano Allen, después de 76 añotes y nada más y nada menos que 47 largometrajes dirigidos, no ha perdido.

Este año parece que Allen nuevamente llena sus pulmones de la más petulante pretensión y sopla fuerte filmando Media Noche en París (2011). Digo parece porque más allá de ser dramáticamente una pésima película —de las que ha producido pocas, eso sí, en muy distintos estilos— hay mucho más. En las aguas mansas después de los sentimientos encontrados durante la proyección, sobre la almohada pude reflexionar sobre varias intenciones del maestro Allen que pueden ser iluminadoras.

Gil (Owen Wilson) es un exitoso guionista de Hollywood cuyas próximas metas consisten en superficiales objetivos millonarios como comprarse una casa en Malibú para vivir con su materialistamente materialista prometida Inés (Rachel McAdams). Pero lo que realmente quiere Gil es ser un Henry Miller del nuevo milenio, dedicándose a escribir con alma y cuerpo un sincero legado literario bajo un techo decadente, claro, en la ciudad de sus sueños, París. Y en la llamada "ciudad de la luz" empieza la película, en un viaje familiar con los padres de ultra derecha de Inés, que no dejan una duda de por qué es así el carácter de su hija. Gil no tarda mucho en no aguantarle el paso a Inés y se queda solo tratando de arreglar su novela, caminando medio borrachín en las calles que tanto ama, esa novela que Inés tanto presume con cualquier desconocido de simplemente mala. Es a media noche que un auto de otros tiempos aparece con F. Scott Fitzgerald (Tom Hiddleston) en su interior. Después de ser invitado a subir, Gil visitará los tiempos en los que le hubiera gustado vivir.

Aparentemente nos encontramos en una trama que se le ocurrió a Woody en una noche, quizás en París, escribiendo el guión en unos cuantos días (¿escritura automática?) para producirse descuidadamente de inmediato sin mucho pensar. Dicho sea de paso, una mala película de Woody Allen tiene el nivel de muchas buenas películas de otros; pero lo interesante, por eso ahora uso la palabra aparentemente, es lo que nada debajo de una primera impresión. Para esta labor tendré que ir a esos tiempos donde se perdió Gil y extraer un documento de fecha 1924, firmado por un tal André Breton, titulado Primer Manifiesto Surrealista.

Nos abocaremos a algunas ideas que vienen al principio del manifiesto. Breton, por ejemplo, habla de elementos como la infancia siendo un divino tesoro o la crisis del hombre cuando ha vivido de todo. Habiendo tenido todo tipo de relaciones con distintas mujeres y conociéndolas bien, y habiendo vivido todo tipo de aventuras de vida, ha llegado a un estado mental donde no importan ni la riqueza ni la pobreza, no hay otro camino que el volver a ser un niño para darle sentido a la vida, ¿pero de qué manera? Breton propone «mantener indefinidamente el viejo fanatismo humano», que sería la aspiración a la LIBERTAD. Breton también habla de la locura como posible camino, diciendo que el miedo ante ella no obligará a bajar la bandera de la imaginación. Se expresa en contra del realismo, citando como ejemplo la obra de gente como Santo Tomás y Anatole France, acusándolos de traicionar a la ciencia y al arte, por apoyarse en hechos comprobables donde son extremadamente hostiles con todo género de elevación intelectual y moral, menciona que no permiten ni siquiera tener la menor duda acerca de los personajes.

Aunque a primera instancia el retrato que Woody Allen realiza de grandes figuras de aquellos tiempos sea ridículo y cruel —Hemingway es un cavernícola egoísta sin gracia alguna, Fitzgerald un reventado sin el menor sentido de búsqueda en su vida, Pablo Picasso un tarado despeinado sobrepreocupado por el qué dirán, Buñuel un imbécil al que no se le ocurre nada, desprovisto de la menor imaginación—, aunque de manera irrespetuosa, Woody Allen está realizando una operación muy inteligente y con mucho más sentido que el obvio. Está atacando nuestro intelecto directamente, despedazando a nuestros héroes y destacando personalidades como Gertrude Stein, de las que poco se sabe y que tanto tuvieron que ver con la elección de los que figuraran y los que no. Allen nos da unas cachetadas, que de verdad duelen, desnuda al artista empezando con él mismo cuestionando sus intenciones en las que nunca reflexionamos y que deberían ser importantes para nuestro interés. ¿Habrán sido las vanguardias únicamente albercas de frenéticos egos, carreras maratónicas ganadas por la vanidad de unos cuantos con el único fin de lograr la fama?

Con Si la Cosa Funciona / Que la Cosa Funcione (Whatever Works, 2009) Woody Allen realiza lo que tantos otros han intentado en numerosas ocasiones, la metapelícula personal perfecta. Esto lo logra a través de una genialmente sencilla operación que tiene más que ver con la manera como se mueve el mundo y con su trayectoria personal. Larry David se forjó primero como un magnífico escritor y más tarde actor que se interpretaba a sí mismo, pero en realidad estaba siendo Woody Allen. Allen se dio cuenta de esto y simplemente le dio la vuelta, lo hizo parte del casting de esta película y lo hizo interpretar directamente a Woody Allen. El resultado hay que verlo, simplemente genial. En Media Noche en París (2011) va más allá (la ultra-meta- película, esto es, no realista), al parecer una operación similar con Owen Wilson, alguien que siempre ha sido un mal actor. Allen no solo lo sabe sino que lo sobre exagera hasta llegar a resultados absurdos casi en el terreno de actuación de la vanguardia, el tono actoral de todo el pasado que vive Gil está exacerbado y contrasta de manera tajante con el tono de actuación de todos en su presente. Por ejemplo, un excelente actor como Adrien Brody tiene una actuación ¿pésima?, encarnando a Dalí, y un ejemplo distinto sería Kathy Bates: es la que impone la normalidad en el tono, puente con el presente, interpretando a Gertrude Stein, la que finalmente corrige la novela de Gil y le da la fuerza para arreglar su situación. Todo esto tiene más sentido si nos damos cuenta que estos viajes al pasado solo existen en la mente de Gil, la película no es realista, es expresionista, y Gil ha perdido la razón o la está perdiendo cuando decide hacer los cambios en su vida adecuados y para poder sanamente seguir adelante.

Volviendo al manifiesto surrealista, solo a través de volverse un niño de nuevo rozando la locura Gil puede escapar del  peligro real que representa su presente (¿la cultura contemporánea para Woody Allen?) en busca de la libertad.

Aunque duela aceptarlo, nuestro panteón de Dioses (que puede incluir a Woody Allen), nuestros  ídolos en el librero, no fueron más ni menos humanos que nosotros. Ahora entramos en una nueva era que cuestiona lo que todavía no había siendo cuestionado, porque apegados podíamos ponerlos a ellos por delante de nosotros sin asumir la responsabilidad que nos toca.