*

Víctimas del capital, súbitos iluminados que reconocen la fugacidad material de este mundo, vagabundos de vocación que solo por accidente atendían restaurantes: desechos todos del sistema imperante ahora viven en pleno bosque a una hora de Manhattan.

En medio de los bosques de Nueva Jersey, en Estados Unidos, una incipiente comunidad despunta, una especie de concentración lumpen que poco a poco va derivando hacia lo hippie o lo francamente utopista. Antiguos trabajadores de hoteles, restaurantes o clubes nocturnos que debido a la reciente crisis financiera (o al sistema del cual la crisis solo es el más visible y coyuntural de sus efectos) se vieron orillados, luego del desempleo, a modificar radicalmente su modo de vida y cambiar la comodidad del hogar clasemediero por una vivienda rudimentaria con los servicios más elementales.

Esta rústica y espontánea agrupación ya se conoce como Tent City, “Ciudad Tienda”, nombre que aunque algo tiene de post-apocalíptico es un efecto real del desamparo al que inevitablemente queda condenada una buena parte de la población en el modelo económico actual, residuos inútiles de una ecuación despiadada.

A pesar de todo parece que la comunidad se desenvuelve con soltura y hasta con armonía. Sea por sus todavía pocos integrantes, por la desgracia común que los hermana o porque de alguna forma casi todos comparten condiciones similares, la convivencia cotidiana es ejemplar. Tent City tiene su propio código legal elaborado democráticamente y con el cual todos los habitantes están de acuerdo: no pelean, mantienen limpio su entorno, se ofrecen como voluntarios para alguna tarea pública cuando tienen tiempo disponible y respetan celosamente el límite de las 10 de la noche para dejar de hacer algún ruido fuerte que pueda molestar al vecino. En suma, una sociedad modelo (pero recordemos que la cara oculta de la utopía es la distopía).

El lugar, de casi una hectárea de superficie, lo “gobierna” un ex-ministro religioso de nombre Steve Brigham, quien cumplió a rajatabla su voto de pobreza y donó todos sus bienes materiales para compartir la miseria de Tent City.

Brigham describe así algunas particularidades de esta improvisada comuna: “Este es un lugar para recuperarse, para ganar en salud, para poner los pies sobre la tierra antes de volver a entrar al mundo”. Y abunda: “Las dificultades de cada día nos hacen ver lo afortunados que somos cuando tenemos nuestros hogares y nuestras vidas, todo a nuestro alcance, con nuestros televisores y nuestra comida para microondas”.

Sin embargo, no todos los habitantes de Tent City piensan como Brigham ni todos añoran ese viejo estilo de vida. Por el contrario: el sentido de comunidad y coexistencia solidaria ha dado a varios de estos marginados un nuevo significado a sus vidas, algo que creían perdido en el anonimato y la alienación característicos de las grandes urbes e insuficientemente substituido por las ilusorias posesiones que consigue el dinero.

“El cuidado y la comunidad que ofrecen Tent City son maravillosos. Es como volver a la naturaleza; te das cuenta de que todos nuestros maravillosos aparatos como los microondas, teléfonos e incluso los coches no son esenciales. Comida, cobijo y agua es todo lo que necesitas y es lo que tenemos aquí”, dijo Burt Haut, quien lleva un año viviendo en Tent City junto con su esposa Barbara; él, de 43 años, trabajaba en un hotel y ella, de 48, solía ser maestra.

Aunque el ejemplo de Tent City también debe juzgarse con cautela, a primera vista nos ofrece la realización de una fantasía que creíamos imposible y quizá hasta envidiable: la del vagabundo que vive al margen de la sociedad, el clochard que participa lo menos posible de este sistema que daña por igual al mundo y a nuestros semejantes sin ofrecer nada a cambio más que miseria y destrucción para las mayorías y acumulación y riqueza para unos cuantos.

[Daily Mail]