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Los hoteles del amor en Japón, ¿sofisticación evolutiva o sacrilegio?

Por: Luis Alberto Hara - 07/14/2011

Paraíso temático del sexo kinky: entre la frivolidad y la exploración imaginaria emergen en Japón los "hoteles del amor", recintos dedicados a generar alegorías narrativas para complementar un encuentro sexual.

los hoteles del amor en japon

A lo largo de la historia humana el sexo y la fantasía han ido acuñando una coqueta y por momentos bizarra relación. Por un lado esta dinámica puede explicarse entendiendo que ambos son cauces que nacen y terminan en el plano de la magia, el ritual y la neuroexploración. Pero tampoco puede ignorarse una creciente tendencia a la sofisticación sexual que destaca como un fenómeno cultural de las últimas décadas.

El mercado de los juguetes sexuales, así como la relativa popularización de rituales socioculturales, extravagantemente lúdicos, en torno al sexo,  nos sugieren la posibilidad de que la humanidad, o al menos parte de ella, haya generado una especie de necesidad que ahora forma parte de la realidad contemporánea.

Desde un punto de vista crítico esta tendencia —catalizar la actividad sexual a través de elementos lúdicos llevados a una caricaturesca sofisticación— puede percibirse como una práctica que destaca por su artificialidad y a la cual incluso puede considerarse como hiperfrívola: hasta cierto punto está ligada a otras vetas contemporáneas como la evasión, el consumismo y la necesidad de revestir un instante con el probable fin de no vivirlo. Todo lo cual, en otras palabras, responde a una práctica completamente anti-zen.

Pero no todo es nocivo o criticable alrededor de las manifestaciones de sofisticación lúdico-sexual. Lo cierto es que también somos seres esencialmente “imaginantes” (y tal vez hasta imaginados) y, en este sentido, esta más que justificado que por naturaleza vinculemos una de las actividades con las que mayor energía generamos, compartimos y transformamos, el sexo, con un entorno orientado a la fantasía, la recreacióny la creatividad catártica.

En Japón existe un ya consagrado fenómeno conocido como los “hoteles del amor”, recintos dedicados a la confabulación de encuentros sexuales inmersos en narrativas fantásticas. Desde jaulas gigantes originalmente destinadas a retener aves mitológicas hasta cuartos de interrogatorio para prisioneros, pasando por entornos subacuáticos, iglesias, carruseles, bosques, consultorios médicos, iglúes y vagones de metro. En síntesis, paraísos artificiales para aquellos que gustan de convertir el sexo en una plataforma para aventurarse en parajes y situaciones imaginarias que complementen su intercambio de fluidos y data cósmica. En este contexto vale la pena recordar que tal vez ninguna cultura contemporánea haya alcanzado la sofisticación sexual de la que pueden presumir los japoneses.

¿Pero será que envolver nuestra actividad sexual, que ya de por sí es desbordantemente mágica, en una elaborada parafernalia, representa algún tipo de sacrilegio o será una impertinencia metafísica? O por el contrario, ¿este tipo de prácticas rinden un coherente tributo a la extasiante naturaleza de esta, una de las actividades que mejor proyectan la esencia divina del ser humano?

Cada quien tendrá su propia respuesta a este par de preguntas, pero algo que parece innegable es que a fin de cuentas el sexo podría concebirse como juego cuyo eje gira entre las fronteras del trance, el carnaval y la oración, que está diseñado para rediseñarnos mutuamente (cada cópula es una oportunidad para la evolución personal y de pareja) y así enriquecer o purificar nuestros respectivos caminos. Tal vez el único fin estratégico ante esta actividad (o mejor dicho esta herramienta cuasi-divina) debiera ser alejarlo de un nefasto fenómeno que hemos liado a su alrededor: las relaciones de poder. Fuera de esto, todo lo demás debiese estar permitido entre parejas.