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La metaficción del yo y la magia del lenguaje: contar historias puede curar enfermedades

Por: Luis Alberto Hara - 01/25/2011

El poder de la narrativa en la sociedad -como un sueño colectivo-, o en la persona -como un mito privado- se refleja en la salud humana y nos muestra que el mundo está hecho de lenguaje y que con lenguaje lo podemos transformar

"Primero fue la Fábula”, escribió Paul Valery en una apropiación del Génesis a la literatura. Este origen encontrado en el mito como en la narración, entendidos como aspectos fundacionales de la humanidad, puede extrapolarse de lo colectivo a lo individual. El niño en el teatro de espejos que es su madre y su infancia, un teatro hecho sobre todo de lenguaje, va conformando su psique a través de esta historia que le narra y le embebe su entorno. Terapéutas y psicólogos han encontrado que las cualidades de esta narrativa, su coherencia y la forma en que representa su persona son factores decisivos en la salud mental y en la capacidad que tiene un individuo de relacionarse con el mundo y desarrollar su potencial.

De forma similar pueblos con poderosas historias fundacionales, con épicas narrativas o sueños colectivos de origen, parecen efectuar este poder, esta especie de grandeza de la que parten, como es el caso de los romanos o de los aztecas y actualmente Estados Unidos con la Declaración de Indpendencia, como mito fundacional que les permite, y más aún los estimula, a hacer una cruzada mundial supuestamente difundiendo los valores de este origen que se vuelve destino manifiesto.  Es esta constante repetición de los relatos de origen que se vuelve una realidad, que opera como una magia lingüística... un diálogo interno dentro de una mente colectiva, una especie de neuroprogramación ("El diálogo interno es lo que nos mantiene en el mundo cotidiano. El mundo es de esta forma y de esta otra sólo porque nos decimos que es de esta forma y de esta otra", escribió Carlos Castaneda). Lo mismo sucede con las historias personales, nuestra mente las repite constantemente hasta el punto de que las integra como una realidad objetiva de lo que somos. El relato se convierte en la relación de nuestro ser con el mundo. Un relato que postula un personaje central, ficción y no-ficción, al cual nos referimos como: yo.

Un interesante artículo publicado en Scientific America por la Dra. May Benatar ahonda en los beneficios a la salud que tiene la construcción de nuestras propias historias personales, capaces de liberarnos de imágenes mentales represoras o de definiciones que coartan la expresión de nuestra totalidad de ser. Dice la doctora que “imaginamos que la película de nuestras vidas” está siendo hecha de la misma historia siempre, nuestra historia. Pero esto puede variar, y existen personas cuyas “películas” están construidas con diversas narrativas, algunas incoherentes, y caóticas, “escritas” por guionistas ajenos cuya injerencia puede desvirtuar el desenlace. Algunas historias también, como si fueran parte de una película de ciencia ficción donde se le borra la memoria a un individuo, están fragmentadas y carecen de importantes capítulos.

La Dra May Benatar cita varios casos en los que personas lograron sanar después de que pudieron cambiar de historia –como si brincaran de línea de tiempo- y resignificarse. Una mujer que había sido violada a los 16 años se había convencido de que había tenido sexo consensuado con un hombre mucho mayor, porque era una “puta”, ya que todo su entorno acordaba con la noción de que a los 16 año se era ya grande y responsable de todas sus acciones. La Dra Benatar hizo que la  mujer buscará el significado de estupro y después de un tiempo esta mujer logró empatizar con su atemorizado y confundido ser de 16 años, reestructurando su historia para reflejar su inocencia y su vulnerabilidad y expurgando la culpa que sentía.

“Nuestras historias pueden no ser las nuestras. Podemos adoptarlas de las historias de nuestros padres, abuelos u otra figura autoritaria y no de nuestra propia relación con nuestras experiencias y cómo las sentimos y percibimos”, dice la Dra Benatar.

Los relatos que hacemos de nuestra vida son importantes en la formación de los niños. Los maestros advierten que las historias que se cuentan en el kinder se vuelven rápidamente autobiográficos, son integradas al campo de significados y experiencias de los niños, un campo que modela el mundo en el que vivimos.

La forma en la que los padres son capaces de narrar su propia historia impacta profundamente  en la capacidad de relacionarse con el mundo de sus hijos.

“Los investigadores han encontrado que una forma de predecir estabilidad y seguridad en los niños es a través de su habilidad de relatar una historia coherente de sus propias vidas. No necesita ser una narrativa históricamente precisa. No necesita ser positiva. No necesita necesariamente haber tenido una infancia feliz. Lo que es necesario es poder decirle tanto a ti mismo como a un interlocutor una historia que se sostiene y hace sentido”, dice May Benatar.

Esto recuerda un poco la película de Terry Gilliam “The Imaginarium of Dr. Parnassus”, donde unos monjes creen que si dejan de relatar la historia del mundo el mundo dejará de existir. En la psique una historia sólida, una narrativa que nos de sentido, es necesaria para que ésta no se desmorona y podamos seguir caminando hacia adelante.

La Dra May Benatar cita el caso de un joven universitario que creció “sabiendo” que era igual que su padre, un hombre disfuncional  que pasó la vida deprimido, sin poder proveer un mejor futuro económico para su familia.

El joven llegó a terapia por algunos de estos problemas. Pese a tener un alto IQ estaba reprobando sus clases. Tenía problemas para llegar a tiempo a su trabajo y se paralizaba cuando tenía que escribir un ensayo para la escuela. Su diagnóstico había sido confirmado como trastorno por déficit de atención con hiperactividad y tomaba antidepresivos.

La Dra Benatar trabajó con el joven en resignificar la historia de sí mismo que había construido y ver cómo había hecho suyas características de su padre que en realidad no tenía. Se descartó que el joven tuviera un trastorno de atención o que tuviera una depresión clínica. Tenía problemas de autoestima. Este joven logró reconstruir su propia narrativa, acabó la universidad y empezó a encontrar una nueva senda para escribir una nueva historia más afín a sus propias cualidades.

Este caso muestra la importancia de liberarnos de los atavismos autoritarios de nuestra psique, de las herencias a veces enquistadas e irresolutas de nuestros padres, onerosos fantasmas o karmas que buscan perpetuar su existencia a través de nosotros. Por esto quizás es acertado traer a colación una de las grandes historias que se ha contado el hombre y que ha representado de manera simbólica a lo largo del tiempo: la historia del parricidio del rey solar, el hijo que corta la rama dorada para matar a su padre y tomar su propio lugar en el mundo, a lado de la encarnación de la diosa madre, la diosa de la Tierra (lo cual ha sio brillantemente relatado por James Frazer en “The Golden Bough”). Esto es, aunque a veces es algo que en realidad sucede en muchas tribús, una liberación casi lacaniana de la psique, del lenguaje y del bagaje que el padre (o la madre) han implantado en el hijo. Simboliza también el renacimiento, de la propia persona y de la estirpe que se libera de las parte de su historia psíquica que obstruyen la crisálida de su alma.

Por todo esto, y entendiendo que somos seres hechos de lenguaje, y que, como en el ADN, un diferente arreglo en la letras de nuestro código o una mutación en la narrativa de nuestra persona, altera de manera sustancial el mundo que experimentamos y aquello en lo que nos convertimos. Es tal vez el momento de hackear nuestra propia historia y liberar su código para que podamos tejer una historia resonante con nuestros sueños más profundos y luminosos. Una historia que refleje el origen de aquella primera Fábula, que también es la nuestra, la creación del universo a través de la palabra.

Vía Scientific America