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La obra y la vida política de Paz generan admiración, pero también condena; su relación con el poder oscila entre la ruptura ideológica y la reverencia de las élites. El biógrafo político de Octavio Paz, Fernando Vizcaíno, nos comparte este texto leído en la Universidad de Loyola sobre uno de los protagonistas centrales de la cultura y el pensamiento político en México.

 

Cuando comencé a escribir algunas notas para esta plática me enfrenté a una contrariedad: pensaba en español y escribía en inglés o leía en español y trataba yo de pensar en inglés. Eso quizá sería algo natural para un niño, pero no para alguien como yo. Decidí entonces no asustarlos con mi terrible inglés y en cambio invitarlos a que me escuchen en español.

Quiero expresar mi agradecimiento al profesor Héctor García por su interés en esta plática y, especialmente, por su interés en la literatura  hispanoamericana y en la obra de Octavio Paz en particular. Ese interés no sólo es una inquietud intelectual: es también una fuente de conocimiento. Recordemos que muchas de las reflexiones de Octavio Paz nacieron fuera de México: en Francia, en la India, en Alemania y, primero, en Estados Unidos entre las comunidades México americanas. ¿Por qué? Quizá porque para cualquier migrante basta con cruzar la frontera para encontrarse con los otros, en soledad o desterrado, para preguntarse quién soy y quiénes somos. Y esa fue la experiencia de Paz también. Él recordaba vívidamente su infancia en Los Angeles, California, donde su padre se refugió durante la Revolución Mexicana, y su estancia en San Francisco en los años cuarenta, cuando estaba terminando la segunda guerra mundial. Momentos difíciles: marginación, carencia, confusión. Pero también momentos fecundos. Paz deseaba encontrarle sentido a la vida norteamericana y, por contraste, descubría algo de sí mismo y de sus orígenes. Juego de espejos: al asomarse al fondo reluciente de los Estados Unidos, el migrante se sorprende de los otros y, a su vez, comienza a entender el carácter del mexicano.

El profesor García me ha invitado a hablar de mi libro Biografía política de Octavio Paz, cuya segunda edición acaba de publicarse en España. Dediqué 8 años a pensar y escribir la primera edición de este libro y para la segunda edición pasé otros dos años. Ahora estoy preparando una tercera edición, así que al parecer esto no terminará nunca. Lo bueno es que hoy sólo tenemos una hora.

Trataré de organizar mis ideas en dos preguntas: cómo y por qué escribí este libro y cuáles son mis argumentos principales.

Fueron dos escenas muy concretas las que me llevaron a interesarme en la vida y la obra política de Octavio Paz. La primera, de aplauso y celebración. En 1984 Octavio Paz cumplió setenta años. Entonces yo era un estudiante recién ingresado a la universidad. Para celebrar el aniversario de Paz el gobierno de México organizó un homenaje. Una gran fiesta, en el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México. Al inaugurar el homenaje, el presidente Miguel de la Madrid llamó a Octavio Paz «orgullo de México» en presencia de importantes intelectuales del país, medios de comunicación nacionales y extranjeros. En esos días también se anunció en Fráncfort que los libreros alemanes habían decidido otorgarle un Premio. Justificaron su decisión argumentando que la obra de Octavio Paz, «la voz del intelectual independiente de América Latina», es de profunda inspiración pacifista y que en su pensamiento confluyen con carácter único elementos de la cultura latinoamericana, europea e indígena, convirtiéndose así en un elemento unificador distinto del dogmatismo y la ideología totalitaria. En México, a las festividades por el cumpleaños se agregó el júbilo por el anuncio en Alemania. Llegó el día de la premiación: el 7 de octubre de 1984. Octavio Paz, visiblemente emocionado tras las palabras de elogio que pronunció el presidente de Alemania, habló de la moral poética y política, de la libertad como condición fundamental para la convivencia humana. Paz hace una pausa. Retoma la palabra y habla sobre el Estado, la democracia, la modernidad. Luego de América Central y especialmente de Nicaragua: «Los actos del gobierno sandinista muestran su voluntad de instaurar en Nicaragua una dictadura burocrático militar según el modelo de La Habana (...)”.

Las palabras de Paz fueron explosivas en América Latina, especialmente en México. Fue entonces que me sorprendió la segunda escena: no de aplauso sino de condena. El día once de octubre más de cinco mil personas tomaron las calles del centro de la Ciudad de México y, demandando la muerte del poeta, marcharon con pancartas hasta la embajada de los Estados Unidos cargando un monigote que representaba a Octavio Paz. Tras hora y media de vivas a los sandinistas y mueras al imperialismo norteamericano, la gente formó un gran coro alrededor del monigote y, mientras éste era bañado en gasolina y elevado sobre un grosero palo, se repetía al unísono esta frase: «Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz». Pronto comenzó a arder. Al ver que los humos del poeta ascendían hasta el cielo, la gente se excitó todavía más. Alzando los brazos, unos agitaban los puños mientras otros, dando vueltas en rededor del fuego, acompañaban con las palmas el ritmo de sus gritos, que se escuchaban cada vez más alto y más lejos: ¡Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz! Dos días después circuló en la prensa un documento firmado por quince organizaciones civiles, cinco gobiernos de otros países y cientos de personas, en su mayoría profesores y estudiantes universitarios que condenaba del poeta. En las secciones editoriales de los diarios se prolongó el repudio.

Dos actos: uno de elogio y creación y otro de muerte. Así nació en mí la idea de escribir sobre Octavio Paz. ¿Quién es este poeta en torno al cual se reúnen militantes de izquierda y derecha, políticos, escritores, quienes una vez le aplauden y otra le condenan? Mi conclusión, casi una década después fue ésta: Octavio Paz no sólo es un hombre ocupado en el uso artístico del lenguaje. Tanto o más que un artista es uno de los hechos culturales y políticos más importantes de la vida en México durante el siglo XX. Cada país tiene sus momentos de transformación. El siglo XX mexicano, especialmente después de la etapa armada de la Revolución, puede verse como un tiempo en el que la sociedad transita hacia la modernidad y hacia la vinculación con el mundo. Octavio Paz, tanto o más que un poeta, es parte esencial de esa transformación.

Esta idea nos conduce a los argumentos del libro: mi primera conjetura fue esa: tanto o más que un arte, la obra de Octavio Paz puede verse como un fenómeno social y político. La imagen de la quema de de Paz frente a la embajada de los estados Unidos y la de un empresario besando la mano del poeta en un acto público, junto a Fernando del Paso y el presidente Ernesto Zedillo, nos sirven para comprender parte de ese argumento.

Para mí, entonces, la pregunta adecuada no era sobre las formas de sus palabras ni sobre el significado de sus ideas políticas, sino cómo esas ideas eran parte de la transformación social y política de México. Esto me llevó a otra conjetura: la historia de Octavio Paz es la historia de encuentros y desencuentros con las elites políticas, culturales y empresariales. Un ejemplo de ello fue su renuncia en 1968 a su cargo de embajador en la India, en protesta por la matanza de Tlatelolco. Octavio Paz había vivido de su salario en el Servicio Exterior Mexicano. No sólo había vivido bien sino que además el gobierno mexicano le había dado la oportunidad de pasar largos años en el exterior: San Francisco, Nueva York, París, Nueva Delhi. Había tenido tiempo para vivir y conocer las manifestaciones culturales de vanguardia y, como expliqué antes, encontrar interrogantes y respuestas. Todo ello terminó abruptamente en octubre de 1968 con fuertes críticas contra el Estado mexicano.

Los ejemplos son muchos y van desde su acercamiento y ruptura con Pablo Neruda y la izquierda comunista de los años treinta y cuarenta del siglo XX hasta la crítica del mercado del arte y los excesos del capitalismo a en los años noventa. Pero de todos los casos el que más resaltaría yo fue el de su pasión crítica y posterior reconciliación con la izquierda mexicana. Después de la caída del Muro de Berlín y el fracaso de la revolución sandinista la izquierda mexicana acabo por reconocer muchas de las críticas de Paz. Carlos Monsiváis, por ejemplo, escribió en abril de 1999 en Letras Libres: “La caída del Muro de Berlín le da la razón a Paz y permite reconstruir el proceso de la esperanza, las reconvenciones o los brotes de intolerancia respecto a él”.

La actitud de la sociedad mexicana hacia Octavio Paz fue una actitud ambivalente mezclada de amor y odio. Junto a la admiración que se le tenía por ser el escritor más importante de México, regularmente existía el deseo de eliminarlo. Esos dos principios, al contradecirse se complementan. Y ello parece confirmarse con otros sucesos de su vida en los que el odio se expresa en fiesta y la admiración en sacrificio. Se levantaba su imagen lo mismo en la celebración que en la hoguera. La ambigüedad que suscitaba Octavio Paz también se expresa en la historia de la relación que individualmente algunos escritores establecieron con él. Abominaban de Paz pero al mismo tiempo lo admiraban.

Finalmente quiero hablar de otro momento que sirve para ilustrar mis argumentos. La primera edición de este libro apareció en octubre de 1993. Entonces yo no conocía personalmente a Paz. No tengo que hacer notar que escribir en ese tiempo sobre Paz era para mí escribir al margen, en silencio, al otro lado de aquella literatura en plenitud. Por lo mismo, escribir sobre su vida y su obra política era también una emoción, similar a una gran aventura. Bajo esa circunstancia, en diciembre de 1993 le llevé el libro y él me recibió en su departamento de la ciudad de México. Compartimos el té. Hablamos de historia, de Cuauhtémoc Cárdenas, del presidente Salinas, de la sucesión presidencial. Me preguntó quién era yo, por qué no lo había buscado antes y el porqué de la publicación del libro en España. Apenas comencé a vacilar entre mis respuestas cuando me interrumpió para decirme un elogio y un agradecimiento. Luego, abruptamente, se refirió a las 19 fotos distribuidas a lo largo de las páginas del libro: “Son muy malas”. Realmente eran malas, pero más que en una estética yo las había seleccionado para ilustrar pasajes de su vida pública. Sin embargo, Octavio Paz notó algo que yo no había advertido: “en casi todas aparezco haciéndole una caravana al poder”. En México “caravana” también se usa como reverencia o veneración, por ejemplo cuando se inclina el cuerpo frente al cura de pueblo o al obispo condecorado. La serie de “caravanas” de Octavio Paz comenzaba con el primer ministro de la India, el 7 de septiembre de 1962. Seguía con José Santos y Heberto Castillo, en 1971;  en 1984 se intuía en el cartel que anunciaba el Premio de la Paz, en Frankfurt; seguía, a partir de 1987, con Rajiv Gandhi, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Francois Mitterand, Vaclav Havel y, en 1990, con el rey de Suecia Carlos Gustavo en la entrega del Nobel de Literatura. “¿Podrán arrancarlas?”, me preguntó. Luego de unos segundos, comenzamos a reír. Él, supongo, de sí mismo, de su crítica, ahora, autocrítica. Yo, en cambio, porque sabía que eso era imposible: el libro se había publicado en España y mutilar un libro está prohibido en ese país. Pero más allá de nuestras risas corroboré mi argumento. Octavio Paz escribió crítica de pintura. Sabía que en la plástica, como en la poesía, hay signos y sistemas de signos que denotan actitudes, valores y contradicciones. Y su mirada, o doble mirada, que dejó en mí la reflexión de aquellas fotografías, vistas como una relación de poder, venían a apoyar una de mis ideas centrales, que la historia de la vida y la obra política de Paz pueden explicarse como un diálogo y una tensión con las élites en el poder o que aspiran al poder. Reverencia y a su vez ruptura.