La geometría sagrada emerge de patrones universales considerados como vehículos de una naturaleza sacra: ritmos que en esencia configuran el diseño de las cosas que conocemos. Prácticamente todas las estructuras sagradas, sin importar la religión o credo a la que pertenezcan, involucran una especie de ecos geométricos que se autoreplican –desde las catedrales góticas, los laberintos y las mezquitas, hasta altares, templos y monumentos megalíticos. De igual manera, el arte religioso, en su mayoría, se desdobla guiado consciente o inconscientemente por estos patrones universales.
Es importante destacar que la influencia palpable de la geometría sagrada no solo permea los objetos materiales o gráficos, también se proyecta en estratos más sutiles o intangibles como las composiciones musicales, la luz, la cosmología, la geomancia y nuestra estructura genética. Y no es únicamente la conciencia humana la que se rige de acuerdo a estos patrones. De hecho, su presencia suele ser más clara y elegante en la inteligencia natural: el vuelo sincronizado de las aves, la formación espiral de galaxias, el cíclico comportamiento sonoro de las olas o los trazos de las flores, de las manchas del jaguar y de nuestro propio cuerpo.
La geometría sagrada podría explicarse como un complejo sistema de reconocimiento de patrones emanados desde un centro jamás acotado por nuestra cultura sino que más bien define una parte esencial de ella. Ecos matemáticos cuya perfección y diseño original se encuentran más allá del alcance de las proyecciones humanas, y que envuelve los ritmos estructurales y simbólicos del tiempo, el espacio y la forma. Un pulso generador de la semilla del universo que percibimos, pero también de aquel que rebasa nuestra percepción ordinaria.
Las formaciones o patrones propios de la geometría sagrada también guardan una naturaleza didáctica. Por un lado refieren a un camino interior o espiritual en el espectador o el oyente, como una especie de recordatorio que invariablemente le remite a un plano de lo esencial, más allá de las coordenadas sensoriales y emocionales que son generadas por el entorno cultural. Por otro, estas configuraciones funcionan como portales que, de ser entendidos no por la razón sino por el espíritu, ofrecen un acceso certero a algunas de las verdades universales que la evolución de la conciencia nos requerirá en algún punto de nuestras vidas.
Dentro de un plano más formal o académico, la geometría sagrada es considerada por las disciplinas sociales de estudio como aquella continuidad matemática que define al arte y la arquitectura religiosos. Desde esta perspectiva se pueden detectar tres variables fundamentales propias de la geometría sagrada: la proporción en el diseño, la numerología en la estructura y el lenguaje simbólico en la narrativa.
Pero si desde una perspectiva más arriesgada o sensible la geometría sagrada representa una gramática visual arquetípica, que engloba aquellos patrones mediante los cuales el universo se desdobla a sí mismo, podríamos contemplar la idea de que sus manifestaciones representan una especie de destellos o pinceladas del mapa genético del propio universo. Esto es, ¿cómo guía su evolución un universo autoreplicante? O, mejor dicho, ¿cómo se manifiesta la fuente infinita de conciencia que define los trazos de este pulso autoreplicante mediante el cual nuestro universo se desdobla?
La creencia de un dios creador de nuestro universo siguiendo un mapa geométrico es compartido por diversas culturas ancestrales. Platón afirmaba que Dios se "geometriza" continuamente, mientras que los mayas entendían la matemática astral, espejeada también en los ritmos que guiaban la naturaleza terrestre, como un conducto para dialogar con las deidades y decodificar así sus invaluables consejos.
Los egipcios, los celtas, los romanos, los babilonios, los indios y muchas otras culturas, incluyendo todas las primigenias, también utilizaron ciertos preceptos geométricos similares en la práctica de sus respectivas religiones. Lo anterior sugiere una esencia claramente arquetípica y que va más allá de una concepción original por el hombre en estas formaciones.
Por otro lado Pitágoras atribuía una naturaleza divina al hecho de que una cuerda oscilante, que fuese detenida justo a la mitad de su recorrido, produce un octavo, mientras que una proporción de 2:3 produce un quinto perfecto, uno de 3:4 genera un cuarto perfecto y así subsecuentemente. Además, este mismo matemático y filósofo y místico griego de quien tan poco se sabe, adjudicaba a ciertas proporciones armónicas poderes curativos que podían sintonizar la naturaleza del cuerpo humano.
Es difícil hablar de geometría sagrada sin dar un lugar especial a dos de las manifestaciones más sublimes del ser humano: los mandalas tibetanos y los laberintos de la región europea que actualmente incluyen a Francia, Inglaterra y Escocia.
Mandalas
Configuración geométrica de inspiradora perfección muy recurrente en el arte religioso del budismo tibetano al igual que en el hinduismo. En sánscrito la palabra significa rueda y el primer registro que se conoce para este término aparece en el Rig Veda. Estas fueron una de las figuras que más apasionaron a Carl Gustav Jung, al punto que se convirtieron en parte esencial de su exploración sobre la mente arquetípica del ser humano. Los mandalas más comunes incluyen la figura de un círculo contenido dentro de un cuadrado y a partir de ahí se desdoblan en un sortilegio de matemática sacra. Sin embargo, y si bien todas las formaciones mandálicas evidencian una simetría geométrica, existen mandalas con múltiples estilos. Como era de esperarse, las manifestaciones más exquisitas de esta figura son cortesía de la naturaleza, entre ellos algunas flores con estructuras sincronizadas y el iris de un ojo (as above, so below).
El laberinto es un elemento que juega un papel fundamental en las proyecciones de la psique humana y de la búsqueda que utiliza al arquetipo como guía. Formaciones geométricas que manifiestan una entrada/salida y un centro. Pueden estar simplemente impresos en el piso, invitándonos a que recorramos su superficie, o pueden incluir paredes que protegen sus trazos y obligan al caminantes a encontrar su salida. Diversas catedrales y sitios sagrados de Europa incluyen un laberinto, entre ellos la Catedral de Chartres, ubicada a unos cuantos kilómetros de París. Se dice que tras largas peregrinaciones durante las cuales los devotos iban preparando su mente, su cuerpo y su espíritu para una conjugación final que sería catalizada como una especie de epifanía mística, los peregrinos tenían como destino final la consumación de su camino en el andar de estos laberintos. En este sentido es importante recordar que la verdadera salida del laberinto está en el centro…
Twitter del autor: @ParadoxeParadis