El sociólogo mexicano, Federico Dávalos Orozco, afirma que “las industrias culturales son el espacio donde se produce y reproduce la vida simbólica de las sociedades contemporáneas”, y la más reciente producción de Walt Disney Animation Studios, Zootopia 2, no es la excepción.
El conflicto central de la secuela dirigida por Jared Bush (Moana, Encanto), es la exclusión de los reptiles dentro de los cuatro principales ecosistemas de la ciudad por ser catalogados como “peligrosos”. La segregación, el supremacismo, la intervención del empresariado en la política, la gentrificación y la urbanidad, son debates actuales que no eximen a las películas que, a simple vista, parecen ser sólo dibujitos.
La utopía como una máscara del conservadurismo
En 1516, Tomás Moro, publica (y agarra aire), Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía. Fue escrita como una respuesta económica, política y filosófica a los conflictos que atravesaba Inglaterra y las nacientes democracias europeas.
El narrador de la obra describe la isla de Utopía como una comunidad pacífica, que establece la propiedad común de los bienes, y se elegía a sus autoridades mediante el voto popular. Pero no nos dejemos engañar, la intensión de Tomás Moro no fue decir que este era un lugar ideal, sino cuestionar el — en ese entonces —, nuevo sistema político europeo:
El personaje de Hythloday, dice, “así, cuando miro esas repúblicas que hoy día florecen por todas partes, no veo en ellas - ¡Dios me perdone! - sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se han apropiado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como pueden. Y cuando los ricos han decretado que tales invenciones se lleven a efecto en beneficio de la comunidad, es decir, también de los pobres, enseguida se convierten en leyes”.
En Zootopia 2, la familia Lynxley representa a la clase privilegiada capaz de dictar las leyes, poner gobernantes a modo, construir narrativas donde ellos son los héroes y benefactores, criminalizar a las minorías y desplazar pueblos enteros, invisibilizando sus luchas y aporte a la cultura. La utopía no es un mejor futuro, es la promesa de mejorar el pasado para la clase opresora.
¿A quién le pertenece la bondad y la maldad?
Tres siglos después de la Utopía de Tomás Moro, Friedrich Nietzsche publica en Alemania, La genealogía de la moral: un escrito polémico, donde expone que la moral europea (basada en los valores cristianos), no son universales ni naturales, sino producto histórico de luchas de resentidos contra los nobles. Sí, ese calificativo de “resentido”, ya lleva rato.
Nietzsche afirma que hubo una primera moral: la moral del amo. Desde la perspectiva de los “amos”, todo lo relacionado a su felicidad, confort y estilo de vida es “lo bueno”; por lo tanto, “lo malo” es todo lo relacionado a los débiles, los esclavos, los enfermos, lo diferente. De ahí se desprenden conceptos más complejos como la justicia y la culpa, y se materializan en leyes, valores, discursos, urbanización, jornadas laborales, acceso a transporte, bienes y educación.
El filósofo alemán afirma que la moral de los esclavos es la moral del resentimiento, porque los amos ejercen su poder sobre ellos y ellas que, desde su perspectiva, son “buenos”; herencia de los valores judeocristianos que ven al egoísmo, la riqueza y al poder como pecado.
No es casualidad que este resentimiento se personifique en Zootopia 2 con la serpiente Gary De'Snake; históricamente la serpiente es símbolo del mal, el pecado, la tentación, el error. Contrario a la tradición judeocristiana, en Zootopia expulsaron a las serpientes del paraíso. Pero todo es cuestión de perspectiva.
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El costo del paraíso
Zootopia es un islote (como el de Tomas Moro) subdividido en 4 regiones: selva, sabana, tundra y desierto. Y una capital urbanizada en el centro, donde está el poder económico y político.
En la secuela nos muestran otra región periférica donde viven los animales semiacuáticos y los reptiles, animales desplazados de su lugar endémico y cubiertos de nieve para ocultar una verdad: el aporte creativo y tecnológico de las serpientes para la construcción de Zootopia (sí, fue necesario el spoiler, lo siento).
A los dueños de la “bondad”, también les pertenece la “verdad”. Las serpientes y reptiles fueron expulsados de Zootopia porque, según la narrativa de la familia de linces ricachones, son peligrosos, ladrones y criminales. Y por eso no son admitidos en ningún ecosistema de la ciudad de mamíferos.
El objetivo de Gary De'Snake es reivindicar el honor de su familia dentro de la historia oficial: un mito donde la familia Lynxley son los héroes que lograron dar orden y progreso para cada habitante de Zootopia. Un mito que se sostiene en la manipulación, apropiación de territorios, desplazamiento, segregación y supremacismo de los mamíferos sobre los reptiles.
Fábula sin revolución
Contrario a Rebelión en la Granja, de George Orwell, Disney no da el salto a la revolución colectiva, es más, ni lo sugiere; como siempre, reduce todo al “poder de la amistad”, una justicia reduccionista donde la policía es “buena” (a lo Nietzsche) y encarcela a los “malos”, todos viven felices y contentos porque lo más importante es que se haya encontrado la verdad y se cumplan sus sueños.
Podemos acusar de “progre” a Disney, pero como dice el crítico y novelista Raymond Williams: “el arte, cuando se convierte en industria, se enfrenta a la paradoja de ser al mismo tiempo emancipador y reproductor de las estructuras sociales”.
Disney, en Zootopia 2, se agarra de los debates actuales para cumplir un cometido mercadológico, y me atrevería a decir, propagandístico muy simplón, porque la justicia social no se alcanza pidiéndole a un perezoso que te lleve en su auto deportivo a salvar a tu amiga coneja, el reconocimiento histórico no se logra con recuperar un libro y mágicamente todas y todos comprenden la verdad, sino cambiando las estructuras verticales del poder.
Lo único en lo que sí estoy de acuerdo con Disney respecto a la moraleja de esta fábula es que no puedes confiar en los ricos, por mucho que te diga que son diferentes y tienen buenas intenciones.
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