El Museo del Louvre, el recinto cultural más visitado del mundo, cerró sus puertas este lunes tras el inicio de una huelga indefinida de trabajadores que pone en evidencia una crisis profunda: falta de personal, deterioro del edificio, problemas de seguridad y una creciente polémica por el aumento del precio de entrada para visitantes no europeos.
La protesta, respaldada por los tres principales sindicatos del museo —CGT, Sud y CFDT—, podría derivar en cierres parciales o totales durante uno de los periodos de mayor afluencia turística del año. “Nos sentimos como el último bastión antes del colapso”, afirmaron los sindicatos en un comunicado conjunto.
Un museo bajo presión
El paro laboral llega tras meses especialmente complicados para la institución parisina. En octubre, el Louvre fue escenario de un audaz robo de joyas históricas, cuando un grupo de asaltantes sustrajo piezas valuadas en aproximadamente 88 millones de euros en pleno día y en cuestión de minutos. Aunque hubo detenciones, las joyas aún no han sido recuperadas.
A este episodio se sumaron otros incidentes: una fuga de agua en noviembre que dañó cientos de libros y documentos del departamento egipcio, y el cierre preventivo de galerías por riesgos estructurales en los techos de algunas salas, entre ellas espacios dedicados a cerámica griega antigua.
Según los trabajadores, estos hechos no son accidentes aislados, sino el resultado de años de subinversión pública, recortes de personal y mantenimiento postergado en un edificio monumental que recibe cerca de 9 millones de visitantes al año.
Recortes, sobrecarga y seguridad
Desde 2015, el Louvre ha perdido alrededor de 200 puestos de trabajo, muchos de ellos en áreas clave como seguridad y control de accesos. Guardias y personal de vigilancia denuncian una sobrecarga extrema, turnos exigentes y una sensación permanente de vulnerabilidad frente a riesgos tanto para las obras como para el público.
Un informe reciente del Tribunal de Cuentas francés advirtió que las mejoras en seguridad se han llevado a cabo a un ritmo “alarmantemente insuficiente”, priorizando proyectos visibles y de alto perfil sobre la protección efectiva del patrimonio.
Un alto funcionario policial que participó en una investigación ordenada tras el robo reconoció ante el Senado francés haberse quedado “estupefacto” ante la acumulación de fallas detectadas en el museo.
La polémica por el aumento de precios
A la crisis laboral y de seguridad se suma una decisión que ha encendido aún más los ánimos: a partir de enero de 2026, el Louvre incrementará en aproximadamente 45% el precio de entrada para visitantes provenientes de países fuera del Espacio Económico Europeo.
Turistas de Estados Unidos, Reino Unido, China y otros países deberán pagar 32 euros para acceder al museo. Los sindicatos califican la medida como discriminatoria y contraria al principio de universalidad cultural.
“Es inaceptable que visitantes paguen más para ver un museo deteriorado, con salas cerradas por falta de personal”, señalaron representantes sindicales, que además cuestionaron que personas provenientes de países cuyas culturas están ampliamente representadas en el museo deban asumir ese sobrecosto.
¿Renovación o redirección?
La huelga también reavivó el debate sobre los planes de expansión anunciados por el presidente Emmanuel Macron, que incluyen una nueva entrada monumental y una sala exclusiva para la Mona Lisa. Para los trabajadores, estos proyectos priorizan la imagen y el turismo masivo por encima de la restauración estructural del edificio y la seguridad interna.
La directora del Louvre, Laurence des Cars, había advertido desde hace tiempo que la experiencia de visita se había vuelto una “prueba física” tanto para el público como para el personal, debido al hacinamiento y a las limitaciones del inmueble.
El gobierno francés anunció que el arquitecto Philippe Jost, responsable de la reconstrucción de Notre-Dame, encabezará un estudio para una posible reorganización profunda del museo.
Un símbolo cultural en tensión
Más allá del conflicto laboral inmediato, la huelga del Louvre plantea preguntas de fondo: ¿cómo sostener un museo universal en el siglo XXI?, ¿cómo equilibrar turismo, conservación y condiciones laborales?, ¿y quién debe asumir el costo de décadas de decisiones postergadas?
Mientras los trabajadores deciden en asamblea si prolongan la huelga, el cierre del Louvre funciona como un recordatorio incómodo: incluso los grandes símbolos culturales globales no son inmunes al desgaste estructural cuando la cultura se gestiona como espectáculo permanente.