El corrido mexicano es una cicatriz en la memoria sonora del pueblo, un eco de pólvora y resistencia que se terminó de forjar en las andanadas Revolución. Fue el canto del campesino que se alzaba contra la represión establecida, la crónica de un pueblo que halló en la guitarra su propio manifiesto. Pero el tiempo, con su filo implacable, lo transformó en un espejo distorsionado donde la rebeldía se tornó en culto y la denuncia en elogio de una forma de vida marcada por la violencia.
El corrido, siempre ávido de héroes y villanos, fue encontrando nuevos protagonistas. En los años 70, figuras como Los Tigres del Norte se volcaron a narrar la vida de los migrantes y las penumbras del contrabando. Fue ahí cuando el corrido empezó a teñirse de la ambigüedad de la frontera, de la adrenalina de la ilegalidad, y cuando los primeros narcocorridos tomaron forma. La historia del crimen organizado se convirtió en un nuevo folclore, donde el dinero y la violencia eran símbolos de triunfo.
En los años 80 y 90, el corrido se adentro en los pasillos del narcotráfico. Las letras ya no contaban las hazañas heroicas de quienes desafiaban a los poderosos, sino que narraban la vida de aquellos que se instauraron como nuevos caudillos a través de la violencia y el tráfico de drogas. Chalino Sánchez, voz áspera y testamento de plomo, fue uno de los primeros en encarnar esta transición. Lo amenazaron en pleno escenario, y su destino quedó sellado: horas después, su cuerpo apareció tendido como una advertencia, una maldición cumplida. Valentín Elizalde, el 'Gallo de Oro', corrió con la misma suerte tras cantar lo que algunos interpretaron como un himno de desafío. El aplauso fue su última despedida.
El corrido, de antaño, la voz de los oprimidos, se convirtió en el ruido de disparos. Su esencia contracultural no se extinguió, pero inevitablemente se actualizó, se contagió con el aire de los tiempos. La denuncia se mezcló con la apología y lo que antes era crónica se convirtió en celebración. Así nacieron los narcocorridos, himnos que confunden la admiración con la legitimidad, que elevan al traficante como si aún fuera aquel revolucionario que peleaba por la justicia y no por el control de un territorio. Y luego, con el nuevo milenio, llegó el "corrido tumbado", la bastardización del mito, el eco vaciado de sentido que se arropa en chalecos antibalas y una violencia exacerbada.
Los "corridos bélicos" son hasta ahora la última parada de este viaje. Ya no buscan contar una historia: son un arma de guerra cultural, un lenguaje cifrado entre quienes gobiernan la violencia y quienes la consumen como espectáculo. No es casualidad que algunos gobiernos ya censuren sus conciertos, intentando romper el ciclo donde la música deja de ser narración y se convierte en doctrina. Pero la pregunta persiste en el aire: ¿puede el arte desligarse del mundo que lo nutre? ¿O estamos condenados a que las canciones sean epitafios en la tumba de una sociedad que dejó de distinguir entre la tragedia y lo épico?
A manera de coda de este artículo compartimos a continuación una guía que, nos parece, puede ayuda a comprender la evolución del corrido mexicano.
Corrido tradicional de la Revolución Mexicana
Corrido del general Emiliano Zapata - Un clásico que narra la valentía y lucha de un personaje en tiempos de Revolución mexicana.
Los Tigres del Norte
La Banda del Carro Rojo - Un relato que explora el contrabando y las sombras de la frontera.
Chalino Sánchez
Los Sinaloenses - Un corrido que evoca las raíces de un mundo marcado por el narcotráfico y las luchas de poder, sin dar rodeos.
Valentín Elizalde
A mis enemigos - Una canción desafiante, que se convirtió en un catalizador para el violento destino de Valentín Elizalde.
Movimiento Alterado
Sanguinarios del M1 - Un corrido que narra la vida violenta de un grupo de narcotraficantes, cuyas acciones y lealtades están marcadas por el poder y la sangre.
Natanael Cano y Peso Pluma
PRC - Un tema donde el origen se convierte en contraste con una nueva realidad de lujo y peligro.