Las «Variaciones Goldberg»: la composición que nació del insomnio y conquistó la eternidad

En 1741, Johann Sebastian Bach compuso las Variaciones Goldberg, un conjunto de treinta piezas construidas sobre una misma línea melódica. La historia cuenta que fueron encargadas por el conde Hermann Carl von Keyserlingk, quien sufría de insomnio, para que su joven clavecinista, Johann Gottlieb Goldberg, las tocara y le ayudaran a conciliar el sueño. Se dice que Bach odiaba componer variaciones, pero que lo hizo por la vasta recompensa que consistió en un vaso de oro lleno de luises (antigua moneda francesa de oro). Pero estas piezas trascienden la anécdota: no son solo un alivio nocturno, sino un viaje complejo por las posibilidades infinitas de una sola idea musical.

Cada variación parte de una misma estructura armónica, pero se expande como una conversación entre el orden y el caos. Hay momentos de profunda melancolía y otros de lúdica alegria, como si la música misma fuera un pensamiento que divaga, salta y regresa a su origen. Esta capacidad de tomar una base simple y transformarla en algo desbordante resuena con el cerebro humano: las conexiones, las asociaciones, la manera en que una emoción puede mutar en otra sin previo aviso.

No es casualidad que las Variaciones Goldberg hayan sido comparadas con un mapa de la mente. Glenn Gould, uno de sus intérpretes más famosos, las abordó como si descifrara un código secreto, revelando la forma en que Bach esculpió cada nota con precisión matemática, pero también con una libertad que roza lo sublime.

Escuchar las Variaciones es como presenciar el pensamiento en movimiento: una idea se nace, se descompone y renace, recordándonos que la música –como la mente– nunca permanece quieta. Son, al final, más que un remedio contra el insomnio: son el eco de nuestra propia complejidad interior.


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