¿Has notado lo mucho que se parecen un montículo de termitas y la basílica católica de la Sagrada Familia en Barcelona? El filósofo estadounidense Daniel Dennett utilizó esta curiosa semejanza para la biología memética a las preguntas de la filosofía de la mente.
Fallecido a principios de este año 2024, dirigió el Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts y fue autor de los libros Contenido y conciencia, 1969, Lluvia de ideas: ensayos filosóficos sobre la mente y la psicología, 1981, La Mente I, 1981, La libertad de acción, 1984, La actitud intencional, 1989, La conciencia explicada, 1991, La peligrosa idea de Darwin: La evolución y el sentido de la vida, 1996, Tipos de mentes: hacia una comprensión de la conciencia, 1997, NiñosCerebro: Ensayos sobre el Diseño de Mentes, 1998, La evolución de la libertad, 2003, Dulces sueños: Obstáculos filosóficos para una ciencia de la conciencia, 2005, Romper el hechizo: La religión como un fenómeno natural, 2006, Bombas de intuición y otras herramientas de pensamiento, 2013, y He estado pensando, autobiografía de 2023, publicados en español por editoriales como el Fondo de Cultura Económica. Es particularmente importante para este artículo De las bacterias a Bach: la evolución de la mente, 2015.
¿El arte imita a la realidad o la realidad imita al arte? Esta es una pregunta que viene a la mente o que le da forma, también provoca por esta impresionante similitud.
Iniciado hace más de un siglo, en 1882, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia es el diseño maestro de la inteligencia del arquitecto catalán Antoni Gaudí. Todavía está en construcción y en manos de artistas como el escultor japonés Etsurō Sotoo. Quizá la máxima exposición de modernismo religioso y una conmovedora prueba de que la religión cristiana se ve a sí misma como la religión de un Dios de la belleza y sin un arte normativo.
Por otra parte, los complejos montículos de las termitas o “isópteros”, de aproximadamente dos metros y medio de altura y nueve metros de diámetro, se elaboran con una mezcla de tierra, estiércol y la saliva. Denominados “murundus” en Brasil, estas guaridas nido pueden construirse bajo tierra, “hipogeos”, sobre el suelo, “epigeos”, o aprovechando árboles y troncos. Se calcula que se han cavado más de doscientos millones a lo largo de miles de años.
Conocido por su promoción del “Nuevo Ateísmo”, junto a Richard Dawkins, Sam Harris y Christopher Hitchens, Dennett pensaba que la filosofía no debía mantenerse al margen del ecosistema evolutivo que nos ha permitido ser “consciencias” o “mentes”, sino atreverse a integrar las observaciones de las ciencias naturales. Cualquier explicación sobre nuestra conducta ética, estética y existencial implica, además del “nivel de la intencionalidad”, debería remitirse a otros dos niveles, “físico” y “funcional”. Conocerlos permite una comprensión más fina y completa, ya que no todos los sistemas vivos se desenvuelven debido a creencias o deseos.
Las similitudes entre un montículo de termitas y la Sagrada Familia son una repetición de formas, aunque no de intenciones. Es diferente hablar de la posible razón por la que una criatura hace algo que de una criatura que tiene una razón para hacer algo. Desde un punto de vista evolucionista, estas colonias de insectos tienen un “para qué” construir estos templos sin Dios, culto o intención estética, como puede serlo protegerse. Sin embargo, las termitas no tienen por qué tener un “porqué” ni darse buenas razones para convertirse en constructoras:
La selección natural es un buscador automático de razones que ha “descubierto”, “aprobado” y “enfocado” a lo largo de muchas generaciones… la selección natural rastrea estas razones, creando cosas que tienen propósitos, pero que no necesitan conocer. En resumen, la selección natural en sí no necesita saber lo que está haciendo.
El comportamiento de las termitas carece “comprensión” hasta donde puede comprender Dennett. En su opinión, suponer lo contrario o atribuir más competencias a un agente como un animal, una planta, un virus o un ordenador artificial, más conciencia de las razones por las que hacen las cosas de lo que justifica la naturaleza de una conducta o de un agente, ha sido un reiterado error de nuestro sentido común, solo porque gran parte de la competencia humana se deriva o es producto de la comprensión. Por ejemplo, el simbolismo teológico y los diseños modernistas de Gaudí. Esto es lo que nos ha permitido vivir artísticamente en el futuro:
La tarea de la mente es producir futuro, como dijo una vez el poeta Paul Valéry. Una mente es fundamentalmente un anticipador, un generador de expectativas. Extrae pistas del presente, las refina con la ayuda de los materiales que ha guardado del pasado, convirtiéndolos en anticipaciones del futuro. Y luego actúa, racionalmente, sobre la base de esas anticipaciones duramente ganadas.
La posibilidad de algo como que nuestro comportamiento “tenga razones” o un nivel intencional habría evolucionado a partir de criaturas carentes de razones para ser o actuar:
La comprensión se construye a partir de la competencia.
Esta conclusión evolucionista de Dennett sugeriría que, en efecto, el arte imita a la realidad, siempre que se entienda arte como comprensión, “sentido estético”. Y habría una buena razón evolutiva para la comprensión: una competencia más flexible para realizar comportamientos adaptativos, lo que permite más oportunidades de supervivencia para una persona, una colonia y una especie humanas. Los demás simios siguen todavía en un punto intermedio:
La extraña inversión del razonamiento de Darwin y la inversión igualmente revolucionaria de Turing fueron aspectos de un mismo descubrimiento: competencia sin comprensión. La comprensión, lejos de ser un talento divino del que debe surgir todo diseño, es un efecto emergente de sistemas de competencia incomprensiva: la selección natural por un lado, y la computación sin mente por el otro. Estas ideas gemelas han sido demostradas más allá de toda duda razonable, pero aún provocan consternación e incredulidad en algunos sectores, que he tratado de disipar en este capítulo. Los creacionistas no van a encontrar código comentado en el funcionamiento interno de los organismos, y los cartesianos no van a encontrar una res cogitans inmaterial donde ocurre toda la comprensión.
Sin embargo, si entendemos arte como competencia, “técnica” en el sentido más amplio posible, por ejemplo, una manera de trasmitir una forma, bien podría decirse que: la realidad imita al arte. Las técnicas, las competencias o las artes con las que cuenta un “meme” biológico para sobrevivir y multiplicarse. Un meme como las formas que adquieren algunas basílicas o algunos montículos llenos de termitas o de católicos. En palabras de Dennett:
Las mentes son limitadas y cada una tiene una capacidad limitada para generar memes, por lo que existe una competencia considerable entre los memes para entrar en tantas mentes como sea posible… una mente humana es un artefacto creado cuando los memes reestructuran un cerebro para convertirlo en un mejor hábitat para los memes.
De acuerdo con el filósofo estadounidense, existen unos pocos momentos en que los procesos mentales de competencia forman un sentimiento de conciencia plena y completa, algo como creerse o saberse o un artista. A través de una ilusión retrospectiva, atribuimos a todos nuestros actos mentales una única realidad a veces inspirada por un Musa. Sin embargo, Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania y Calíope serían millones técnicas naturales o memes evolutivos producto o productores de la comprensión.
Imagen: montículo de termitas y basílica de la Sagrada Familia, Genetic Literacy Project.