La mecánica cuántica ha cambiado teórica y experimentalmente a la física sin vuelta atrás. Detectó una nueva serie de características del universo que resultan extrañas y contraintuitivas para el sentido común de las generaciones educadas por la mecánica clásica.
Un paradigma que es explotado por una mercado de la salud o del desarrollo personal y espiritual, desde la premisa de poder significar para las personas comunes un lenguaje científico que no se esfuerza por aprender, simplificándolo e interpolándole ideas religiosas o parapsicológicas desde una muy obvia incomprensión fundamental. Algo no muy distinto al caso hipotético de una persona que diga en voz alta “groar” y asegure hablar el idioma de los leones.
Un caso casi siempre fraudulento de principio a fin y que se aprovecha de las necesidades, el miedo o la ignorancia de las personas. Y es que estas formas de New Age y de autoayuda cientificistas hacen más grande una brecha entre el público, la mecánica cuántica y sus aportes a la tecnología y a la informática, y la transmisión genuina de las tradiciones sagradas.
Esto puede deberse a que, desde hace un siglo, hemos perdido la posibilidad de tener una “imagen” de lo que es físico, o al menos de un correlato de lo cuántico basado en experimentos o experiencias cotidianas, como el que sí tuvieron con sus propios conocimientos los griegos antiguos o los matemáticos del siglo XVIII. Vivimos actualmente en un mundo incierto a escala social y nanométrica. En opinión del físico y divulgador de la ciencia Matthew Francis:
Ninguna materia en la ciencia ha inspirado más tonterías que la mecánica cuántica.
La salud, el bienestar y el desarrollo autodenominados “cuánticos” reelaboran las interrogantes increíbles y no resueltas de este campo del conocimiento como “conclusiones esotéricas”. Esto obedece a una tendencia de la espiritualidad en un mundo “postlaico” que no ha resuelto cómo vivir con sentido o valor desde mentalidades más subjetivistas y relativistas.
El “exoterismo” estructura la realidad desde una causalidad externa. Por ejemplo, la fe en una deidad diferente a su creación que le sirve de fundamento externo, que apela a nosotros desde fuera, y que ordena o guía todas las cosas con su voluntad. Esta tendencia ha sido muchas veces remplazada por el “esoterismo”, la búsqueda de una causalidad interna que complica más o duda de una dualidad absoluta entre sucesos externos e internos, experiencia y experimentador.
Esta tendencia esotérica ha terminado por convalidarse aceptando de manera superficial algunas de estas interrogantes cuánticas, al grado de promoverlas como certezas propias:
La “dualidad onda-partícula” de la luz es la imposibilidad de restringirla a uno de estos dos patrones, su comportamiento, o como energía, o como materia, aunque carezca de masa.
La “interferencia experimental” de sus partículas es el comportamiento de los fotones o de otras entidades cuánticas cuando se les hace atravesar una doble rendija, acomodándose a uno de los dos estados posibles de la luz, dependiendo de si son medidos o no.
La extraña dependencia de los fotones de un observador cuántico, o la supuesta influencia de la percepción en los hechos medidos a escala nanométrica, también revela que estas entidades no asumen patrones de onda o de partícula, sino ambos simultáneamente.
El fenómeno del “entrelazamiento” supone que objetos como las partículas cuánticas pueden unificarse o coimplicarse al punto de perder aparentemente su individualidad.
Estos pares de partículas se influyen incluso a distancia, careciendo de un espacio común para compartir información y de una velocidad mayor a la de la luz. Un fenómeno conocido como “no localidad” que complica las premisas de la relatividad especial einsteiniana.
Estas interrogantes son reducidas por muchos autores, sanadores o especialistas pseudocientíficos a una única gran premisa sin un auténtico correlato empírico: de alguna manera la conciencia cambia o altera la forma o la causalidad del universo. La interferencia experimental es referida como un ejemplo perfecto de la identidad entre experiencia y experimentador, reinterpretando a este último no como una transpersonalidad, de acuerdo con algunas expresiones de la filosofía perenne, sino como un individuo en control de los acontecimientos. El entrelazamiento y la no localidad también son presentados como pruebas de un holismo cuántico y de que lo real no puede ser ubicado fuera del alma o del ser individual, fundándose y extendiéndose en su interior.
El supuesto principio de “manifestación” de la autoayuda es unas versión de este holismo que asegura a las personas que pueden enfocar su atención o pensamientos en lo que se quieren atraer a su vida. Esto no solo no tiene ninguna relación con los hallazgos de la mecánica cuántica, sino que puede ser psicológica y socialmente perjudicial: fabula sobre la naturaleza de nuestra agencia sobre las cosas, explica la desigualdad socioeconómica y las neurodivergencias humanas como un tema de elección y de irresponsabilidad individual, culpabilizando a los más pobres, a víctimas y oprimidos de las injusticias estructurales de un sistema colecto, e incluso a los damnificados por desastres naturales, a veces también provocados por acciones humanas.
Lo cuántico se presenta como una extensión misteriosa de tu voluntad que puede materializar tus sueños, modificando el entramado del propio universo al entrelazarse y afectar su escala subatómica o su verdad más íntima. Sobran libros que lucran con esta creencia, por ejemplo: Si lo crees, lo creas de Brian Tracy, Deja de ser tú de Joe Dispenza, y el más famoso de todos, El secreto de Rhonda Byrne, autora que explicó el devastador tsunami de 2004 que azotó a Indonesia como una manifestación negativa de sus propios habitantes. Novelas del Paulo Coelho como El alquimista también simplifican a Dios o a lo espiritual como una suerte de mecanismo egocéntrico para cumplir sueños y objetivos, un descubrimiento solipsista cuasi adolescente.
Los autores de la salud y del bienestar pseudo cuánticos coinciden en sus intereses comerciales y cuentan con un mínimo denominador común que explica lo oscuro con lo más oscuro. Sin embargo, no son coherentes entre sí ni consistentes con su propia obra. No resulta extraño que todos defiendan de una u otra manera el capitalismo, y que denuncien el statu quo como la mediocridad de la mayoría, y no como un entramado de intereses privilegiados.
Incluso existen en el mercado productos como “filtros de agua cuánticos”, supuestamente basados en el movimiento de los electrones para crear superficies catalíticas, y exitosos para desinfectar e hidratar el cuerpo humano, optimizando nuestra absorción celular. También se venden “kits de cristales cuánticos” que eliminan vibraciones negativas en los espacios.
Como se ha intentado hacer ver, la física cuántica es un lenguaje que intenta identificar y describir fenómenos que el lenguaje de la física clásica no puede. No es una develación de una verdad universal secreta, sino simplemente una interpretación de resultados o, más bien, de “anticipaciones” experimentales, y de porqué se ve limitada la objetivación de fenómenos particulares que “existen” cuando pueden ser medidos por una tecnología en continuo desarrollo.
Desde la filosofía de la ciencia, esto puede describirse como una fenomenología cuyos límites son este lenguaje cuántico, nuestra mentalización no como un poder sobre la realidad, sino para hablar de su existencia, algo con lo que quizá estaría de acuerdo Ludwig Wittgenstein. Y se depende de un lenguaje tecnológico y de medidas no exactas, pero sí coherentes con una serie de premisas. Para realizar experimentos cuánticos, los físicos normalmente tienen que poner átomos en el vacío o someterlos a temperaturas cercanas al cero absoluto. No tienen ninguna relación objetual, por lo menos conocida, con el “coherentismo” de nuestra escala cotidiana.
En su artículo de 2011 La teoría cuántica y la superficie de las cosas, el filósofo de la ciencia Michel Bitbol, director del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia, denuncia estas ofertas cuánticas como simplemente ignorantes. A lo sumo, solo llegan a ser efectivas como terapias que dependen de la sugestión y del efecto placebo, o como alguna forma de psicología del rendimiento altamente falible. Sin embargo, en su opinión, sí hay maneras verosímiles para que se enriquezcan mutuamente la mecánica cuántica y las filosofías sobre la consciencia.
Bitbol considera que este paradigma novedoso puede asimilar la crítica budista de la metafísica y liberarse del sueño precientífico, inadvertidamente mantenido por muchos científicos actuales, de conseguir aquella imagen de la física, representar una realidad oculta que. Un giro hermenéutico que dieron el Buda y Niels Bohr, Erwin Schrödinger y Nāgārjuna, un giro hacia el vacío que descarta un universo real detrás de los fenómenos, una realidad no fenoménica.
Imagen: New Age pseudo cuántico, Yoga Nidra MX.