«En tiempos de siembra, aprende; en tiempos de cosecha, enseña; y en invierno disfruta.»
–William Blake
«El maíz del Anáhuac, a mi cuerpo viene... el Quetzalcóatl verde.»
–Gabriela Mistral
En el centro del cosmos de América –del cosmos de Anáhuac– está el maíz. Una planta que también es un animal, un humano, un dios, un impulso vital hacia la luz y la perfección. Nos dice el Popul Vuh que antes hubieron otra creaciones, pero fueron imperfectas. Los humanos anteriores no lograban moverse con destreza ni hablar con elocuencia; no lograban venerar y hacerse dignos de sus fuerzas creadoras. Eran humanos endebles y fallidos, hechos de lodo, de madera, sin la plantilla capaz de acoger y estabilizar la semilla luminosa de la vida. No fue hasta que los progenitores encontraron la comida justa –el maíz– que se abrió una dimensión que contenía la posibilidad de la dicha, y los seres humanos se volvieron aptos para vivir y perdurar en la tierra. Su aptitud no sólo fue una cuestión bioenergética, por así decirlo, fue intelectual: específicamente, la capacidad de comprender su origen y de amarlo. Hoy sabemos que la civilización, la vida sedentaria en pequeñas ciudades donde se acumulan conocimientos sofisticados (desde calles hasta calendarios), nació paralelamente a la domesticación de ciertas plantas, posiblemente por la intuición femenina del poder reproductivo de las semillas. La cualidad de la conciencia depende también de la cualidad del alimento.
Con el maíz se inaugura una relación de reciprocidad entre el ser humano y el universo. Como dice Paula Domingo Olivares, quien es parte de una comunidad de agricultores en Cuentepec: "el maíz es como el ser humano, no crece sin el cuidado de los seres humanos y los seres humanos no crecemos sin el maíz." La interdependencia entre el maíz y el ser humano es el pilar de la moralidad y las leyes sociales, de la economía y de la cosmología. Las palabras esenciales aquí son: responsabilidad, respeto, agradecimiento y merecimiento, todas predicadas en torno al eje del maíz y la milpa (el maṇḍala mexicano). No es este el cosmos mudo e inerte del materialismo científico cartesiano moderno, es un cosmos vivo que nos llama y reclama una respuesta. Pide respeto por lo que ha sido dado, es decir atención a lo que existe, con conciencia del origen ("respeto" viene del latín re-spectus, literalmente "volver a mirar" o "mirar hacia atrás"). Hace referencia a considerar, apreciar, atender y agradecer aquello que nos rodea y nos antecede. Así nos merecemos el maíz, ese elixir verde y amarillo que alza su alabanza siempre, al crecer hacia el sol, a la fuerza que le otorga la vida.
Imagen: Tanya Alvárez
El investigador Frank Díaz observa que el maíz es una planta solar y redentora, ligada al mediodía, al punto más alto de la luz y la visión. Tiene un sentido salvífico, en tanto a que la existencia misma depende del maíz, pero también el nivel de plenitud que se alcanza en la tierra está ligado a él. Aquí aparece ese doble sentido del latín salus, tanto lo salutífero como lo soteriológico. Virgilio Hernández Vera, habitante de la huasteca hidalguense, observa: "El maíz también espera el sol como nosotros… Lo valoro mucho yo y lo valoran todos lo que estamos aquí, porque han dicho que este maíz es la vida y la salvación".
Todos los pueblos han sabido que para que se cree algo verdadero, para que la vida surja y se eleve hacia los estratos superiores de la conciencia, algo más debe morir, algo tiene que entregarse con total desapego, y asimismo, el que come acepta tácitamente que también deberá ser comido. Este es el origen del sacrificio. En el origen hay una deuda –o, si se quiere, un llamado a la reciprocidad– . El mito del Quinto Sol relata que los soles previos resultaron de sacrificios divinos, pero fueron destruidos por los elementos. En el caso actual, la obra se realizó gracias al sacrificio de Quetzalcóatl, quien viaja al inframundo y recupera los huesos de creaciones previas, para animarlos después con la sangre que mana de su pene. El mismo Quetzalcóatl, transformándose en una hormiga, obtiene el maíz de la Montaña del Sustento.
Historias similares se encuentran en diversas culturas del mundo. Este mundo nace de la sangre de Quetzalcóatl, del cuerpo desgarrado y calcinado de Dioniso, hijo de la serpiente y el rayo, de Prajapati el progenitor, que se sacrifica a sí mismo, o del "Cordero inmolado en la Fundación del mundo", según reza el texto del evangelista. Los seres humanos llevan la sangre divina, el barro insuflado por el espíritu, el maíz que permite hablar y comprender, y por esto mismo también deben sacrificarse y realizar ciertos actos, a través de los cuales participan en la cosmogénesis (porque el universo necesita crearse cada instante otra vez). A través del cultivo del maíz, en la milpa, la mujer o el hombre de Anáhuac, regresan al origen y al centro del universo y se vuelven creadores. No resulta demasiado extraño, entonces, que entre los mayas las profecías del fin del mundo estén ligadas a la escasez de maíz. Ni tampoco que la caída de su civilización se asocie con el agotamiento de su cultivo.
Alfredo López Austin nos dice que los niños que morían sin haber probado maíz debían regresar a su lugar de origen en espera de una nueva oportunidad de vida. El maíz estaba tan integrado a la vida y al cuerpo que, en náhuatl, el nombre más usado para el cuerpo humano, tonacayo, "nuestro conjunto de carne", hace referencia también al maíz. El maíz era usado para todo tipo de procedimientos curativos y hasta mágicos, incluyendo la adivinación. El origen de las enfermedades podía encontrarse en el lanzamiento de maíces sobre una manta extendida en el suelo.
La particularidad única del maíz también puede observarse en la concepción de su género. Mientras que el cosmos de los nahuas solía tener siempre un principio polar, y todas las cosas eran definidas como masculinas o femeninas, el maíz, al menos entre los totoncas, tenía un principio único integrador. Al igual que el "agua quemada", atl-tlachinolli, el maíz era tanto femenino como masculino. En el maíz andrógino, el mercurio de Anáhuac, se reunían los opuestos, como en el crisol de los alquimistas.
Cintéotl, deidad del maíz (Borgia)
Origen de la planta del maíz
Según señala Guillermo Bonfil Batalla, el maíz es la "semilla" que impulsó la civilización de Mesoamérica, desde donde su impacto trascendió esta región hasta otras culturas. Investigadores consideran que el maíz como lo conocemos actualmente fue domesticado a partir del teocintle hace unos 8,000 años, pero esto podría ser un estimado bastante conservador. Walton C. Galinat, un agrónomo y etnobotánico de la Universidad de Harvard, se refiere al maíz como “el grano de la humanidad", un grano que, sin embargo, tiene su origen en Mesoamérica o, mejor dicho, en Anáhuac (pero dejemos el problema de las nomenclaturas para otra ocasión) y por lo tanto es patrimonio de estos lares.
El proceso coevolutivo entre humanos y la planta del maíz transformó este grano en un símbolo no sólo de la agricultura, sino también de la identidad cultural. Como señala el lingüista Domingo Martínez Parédez, el maíz permitió a las culturas indígenas observar y reglamentar el universo y llegar a un concepto de tiempo, demostrando su centralidad en la vida de estos pueblos.
Además, el maíz es uno de los tres granos centrales en los que se basa la alimentación humana a nivel mundial, destacándose por su diversidad genética y su capacidad de adaptación. Este proceso se produjo principalmente en México, en un entorno donde la alianza entre el ser humano y la planta, junto con factores ambientales, ha permitido que el maíz conserve su enorme riqueza genética, esencial para la agricultura y la cultura.
El investigador Frank Díaz observa que la domesticación del maíz por parte del ser humano es un hecho capital, en cierta manera prometeico. A través del maíz, el ser humano libera, sintetiza y reconduce, como si fuere, el "fuego del cielo", a la manera de un alimento, en el cual puede progresivamente basar su sustento. El maíz es una de las primeras tecnologías y es coetáneo de la civilización. Al domesticar el maíz, el ser humano a la vez se une a la naturaleza y a la divinidad, pero también se arranca y separa profundamente de los otros animales. Para estas culturas, en el maíz yace el origen de los procesos superiores de la humanidad y como tal es el regalo de Quetzalcóatl, el tolteca ("culto") por excelencia, a quien se deben las artes, las leyes, el calendario y demás proyectos culturales. La preservación del cultivo tradicional, de la semilla nativa y toda su riqueza genética no pueden separarse de este origen, que es a la vez un destino. Y en alguna parte de los cielos de la que alguna vez fue la "región más transparente del aire" se escuchan todavía las palabras de la divinidad-hombre-maíz que une al cielo con la tierra:
Yo soy la Serpiente Emplumada,
transformada en ser humano.
Mi corazón es mazorca multicolor,
en él brota y crece la flor del maíz,
canta el agua y se mece la hierba verde.
Yo, quetzal del agua florida,
ofrendo mi canto a las estrellas del cielo.
En el cielo de Anáhuac vive mi corazón,
en los labios de los seres humanos esparzo mis flores.
De redondos jades ensarto mi collar, es mi merecimiento.